rocío plaza orellana. Profesora de la facultad de bellas Artes

"Carlos III prohibió las cofradías de noche por una cuestión de orden"

  • Historiadora del Arte, ha trabajado en asuntos tan variopintos como el baile español o los 'souvenirs'. Acaba de publicar un libro sobre la 'reinvención' de la Semana Santa a finales del XVIII

A Rocío Plaza Orellana (Sevilla, 1970) le interesa la historia, "pero sobre todo la gente", el pálpito humano que se encuentra detrás de los objetos y los acontecimientos. Pese a que imparte clases de Historia del Arte, su campo de investigación abarca materias muy variopintas, que van desde los espacios escénicos en la Sevilla de finales del siglo XVIII y principios del XIX -a los que dedicó su tesis doctoral-, hasta la aceptación del baile español en la Europa decimonónica, pasando por la historia del souvenir en Andalucía, los viajeros ilustrados y románticos o la Semana Santa. Precisamente, sobre esta materia trata su último libro, Los orígenes modernos de la Semana Santa de Sevilla. El poder de las cofradías (1777-1808), publicado por El Paseo, la editorial de David González Romero que, desde Sevilla, no deja de entregar a la imprenta títulos que nunca resultan anodinos. Este libro, del que ya está en la calle la segunda edición y que tendrá continuación en los próximos tiempos, supone una aproximación rigurosa a la reinvención que experimentaron las cofradías con el reformismo borbónico. Asimismo, Rocío Plaza es autora de obras como Recuerdos de Viaje. Historia del Souvenir en Andalucía; Los bailes españoles en Europa, o Egron Lundgren. Un pintor sueco en Sevilla.

-Su libro, Los orígenes modernos de la Semana Santa (El paseo), está siendo un éxito y ya va por la segunda edición. Que usted es historiadora queda claro, pero ¿también es capillita?

-La Semana Santa me gusta muchísimo y la vivo en la calle desde que era niña. Pertenezco a la Hermandad de la Amargura y, para mí, los Domingos de Ramos son inseparables de San Juan de la Palma. Mi Semana Santa empieza con la Hiniesta, en Relator, y termina con la Soledad, en San Lorenzo. Si llegué a investigar sobre este asunto es por lo mucho que me atrae.

-El libro no es una exaltación de la Semana Santa, sino una investigación muy seria sobre los orígenes de esta fiesta tal como hoy la concebimos, que usted ubica en el XVIII. ¿Por qué este siglo?

-El XVIII es un siglo en el que se producen muchos cambios en todos los campos, incluidos los festejos populares. Con Carlos III se emitieron toda una serie de normativas para modificar los cortejos populares, como la cédula de 1777, que acaba con los restos medievales de los flagelantes y prohibe la noche, aunque queda claro que esto en Sevilla no se consiguió del todo. El XVIII fue una época de grandes cambios y determinadas clases medias alcanzan un cierto poder político dentro del Ayuntamiento que se verá también reflejado en algunas cofradías.

-¿Las hermandades fueron una escalera de ascenso social para estas clases medias?

-Depende, las hermandades eran muy diversas, y las había aristocráticas, como la Soledad, o formadas principalmente por trabajadores, como las Cigarreras. La que mejor explica la llegada de estas clases medias es la Macarena. Allí fue fundamental la aparición de una figura como Juan Nepomuceno Sarramián, que primero sería mayordomo y luego hermano mayor. En el Ayuntamiento había sido diputado del común, alcalde de barrio... cargos medios que van a ser fundamentales en el desarrollo de la hermandad. Entre otras cosas, él conseguirá que, pese a que la normativa prohibía procesionar de noche, la hermandad vuelva a salir en la Madrugada, que pueda llevar otra vez túnicas...

-¿La normativa de Carlos III prohibía las túnicas?

-Todas las leyes borbónicas iban en contra de que el rostro se tapase, lo que afectó al uso de las túnicas. Era por una cuestión, sobre todo, de orden público. Sevilla era una ciudad muy mal iluminada y se estaban denunciando continuamente actos delictivos. Pero, pese a la normativa, las túnicas se irán recuperando. Las primeras que lo harán, con permiso del Arzobispado y el Ayuntamiento, son el Silencio y el Gran Poder; después lo harán el resto.

-Incluso en la actualidad se habla mucho del poder social y político de las hermandades. ¿Esto se ve ya en el siglo XVIII?

-Para pertenecer a las hermandades del siglo XVIII había que tener un mínimo poder adquisitivo, entre otras cosas porque uno de los objetivos de los hermanos era pagarse el entierro, que era una de las misiones de estas entidades. Esto ya habla de un cierto poder social. Respecto al político, depende de las hermandades. Hay algunas, como en la Soledad, donde vemos a los grandes cargos: oidores de la Audiencia, caballeros veinticuatro... ¿Son las hermandades las que van al poder o viceversa? Creo más bien que es un proceso que va en paralelo. Formar parte de una determinada hermandad te daba un lugar en la ciudad. De todas maneras, hay que tener en cuenta que el porcentaje de sevillanos que pertenecían a una hermandad era muy pequeño.

-Aunque hay gente que cree que la Semana Santa es algo fosilizado, lo cierto es que, como se ve en su libro, siempre se ha adaptado a los nuevos tiempos. Hay una continua reactualización del fenómeno, lo que le da cierta ventaja evolutiva frente a otros folclores que han quedado petrificados en el tiempo.

-Eso se debe en gran medida a la irrupción de esas clases medias y burguesas de las que antes hablábamos. En esta época la burguesía va construyendo sus propios gustos y modas, y los va trasladando a todos los espacios, incluyendo las hermandades. Esto se ve, por ejemplo, en la música. En los periódicos se observa cómo en los cultos de cuaresma se empiezan a escuchar tonadillas, aires de fandango, minués, boleros, contradanzas... En una crónica de principios del siglo XIX, publicada en El Correo de Sevilla, su autor se quejaba en tono humorístico de que había llegado a escuchar en un acto la tonadilla de Doña Toribia.

-¿Qué gen tienen las cofradías que las hacen tan resistentes a los cambios históricos?

-Que son asociaciones populares, de la gente. Es curioso cómo los nuevos cargos políticos que emanan de las reformas borbónicas, que se suponía que deberían velar por el cumplimiento de las leyes, se las saltan para proteger a sus cofradías. Eso es fascinante. Hacen lo que sea, incluso ir en contra de la legislación, por darle a su hermandad lo que ellos creen que debe tener.

-Antes habló de la prohibición de procesionar por la noche. ¿Cuántos años estuvo Sevilla sin Madrugada?

-Ninguno. En la misma cuaresma de 1777 en la que se prohibió la noche, el teniente de asistente (el asistente Olavide estaba en la cárcel) y el provisor autorizaron al Silencio y al Gran Poder a salir a las cuatro de la mañana, que en teoría era el alba. En tres años o cuatro, ya las vemos salir a las dos de la mañana.

-De todas las hermandades que vemos hoy procesionar en Sevilla, ¿cuál es la más dieciochesca?

-Las dos que acabamos de nombrar, Silencio y Gran Poder: las túnicas negras de ruan, las insignias...

-¿Y cuándo aparece la capa?

-Ya en el XIX, al igual que los nazarenos de colores.

-¿Antes todo el mundo salía de negro?

-Sí. A principios del XIX el Valle empieza a ir de morado y, después, en 1828, la Amargura ya lo hace de blanco. Esta túnica de blanco de los nazarenos del señor del Silencio de la Amargura será la base para posteriores innovaciones, como los capirotes de colores.

-Antes ha hablado de la prisión de Olavide. Imagino que no sería muy amigo de las cofradías.

-Olavide era un hombre muy religioso, piadoso, pero sus formas devocionales, al igual que las de Campomanes o Aranda, eran muy distintas a las de las cofradías. Creían en una religiosidad más íntima. Cuando llega el decreto de 1777, Olavide ya lleva meses encarcelado por un proceso inquisitorial, pero él ya había pedido a las hermandades que no saliesen por la noche por una cuestión de orden público. Era una obsesión. No hay dinero para la iluminación pública, por lo que piden continuamente a través de las ordenanzas que los vecinos alumbren las fachadas, los retablillos... Sevilla era muy oscura...

-Alguien dijo que las ciudades antiguas por la noche nos llamarían la atención por la oscuridad y el silencio.

-Sin embargo, también se tenían que escuchar los sonidos de muchos animales... A eso habría que sumar los olores muy intensos, mezclándose los de las flores con el del estiércol.

-Hoy en día nos quejamos muchos del turismo en Semana Santa, como si fuera una novedad. Sin embargo, desde los inicios del mundo contemporáneo, es un fenómeno que siempre ha estado presente.

-El turismo en Sevilla se empieza a desarrollar, sobre todo, en la segunda mitad del siglo XIX, con la llegada del ferrocarril. La ciudad se organiza de tal forma que tiene todas sus fiestas de primavera muy seguidas, incluso más que ahora. Esto supone un desarrollo del sector hotelero, la aparición de tiendas de souvenirs... Vienen para ver la Semana Santa y la Feria y disfrutar del tiempo primaveral, de las corridas de toros. El turismo más numeroso en esta época, como ahora, era el madrileño, tal como nos indican las crónicas.

-¿Y las crónicas de entonces hablan de los turistas con el desdén que lo hacen ahora?

-No, siempre se hace un llamamiento a los sevillanos para que colaboren y cuiden el turismo. Siempre es un enfoque positivo. Ya se sabe que los turistas son una fuente importantísima de ingresos.

-Dicen que los Montpensier ayudaron mucho a la creación de la marca turística sevillana.

-Ahora, nosotros hablamos de los Montpensier, pero la que era importante era la infanta Luisa Fernanda, que era la hermana de la reina Isabel II e hija de Fernando VII. Eso hará que vengan a Sevilla gentes de la aristocracia europea. Los Montpensier participaban en la Semana Santa y le dieron, por así decirlo, una cierta solidez, pero cuando ellos llegaron ésta ya estaba hecha; la ciudad ya se estaba preparando para el salto: tenía aprobado el nuevo puente de Triana, se estaban construyendo la fábrica de Gas y el ferrocarril... Todo coincide en el mismo momento.

-Antes ha nombrado el souvenir, materia a la que usted ha dedicado algunas de sus investigaciones históricas.

-Los orígenes del souvenir en España se ubican a finales del siglo XVIII. Al principio no son objetos que se fabrican expresamente para este fin, sino que se trata de ropas y sombreros típicos que se encargan a medida. También castañuelas, abanicos, antigüedades, etc. que los viajeros compran en tiendas no especializadas. Hasta 1840 no tenemos en Sevilla noticias de tiendas de sastres con ropas ya hechas y colgadas para que los viajeros las comprasen como recuerdo. El souvenir como lo concebimos hoy en día es algo que va estrechamente unido al proceso de industrialización y la fabricación en masa.

-Siempre nos quejamos de la mirada tópica de los viajeros románticos, pero alguna verdad tendría ¿no?

-El del viajero romántico es un discurso que se construye a partir de elementos seleccionados de la diferencia. No es que no sea cierto, sino que es fragmentario. Con el paso del tiempo esas partes diferentes se han ido resecando.

-¿Y algún viajero romántico que le interese especialmente?

-Me interesa mucho Egron Lundgren, un pintor sueco que he estudiado. No es un viajero de paso, sino que vive en Sevilla, ciudad que descubre sin conocimiento previo. Viene de un país en el que no hay información ninguna sobre España y no trae nada puesto. Llega en 1849 y aquí se queda, abre un taller, conoce a la gente de verdad, tiene modelos a las que contrata, comparte la vida con los pintores locales, siente fascinación por los gitanos, los flamencos... Es un hombre sin prejuicios. Sus memorias tienen mucha verdad, son muy cercanas al pálpito que tenía la vida en Sevilla en aquel tiempo.

-Precisamente, los pintores locales sevillanos en esa época tienen ya una producción muy pensada para el turismo, hacen una pintura muy repetitiva que es casi un souvenir.

-Este tipo de pintura la empiezan a adquirir los ingleses y, después, influenciada por éstos, la burguesía española. Son pinturas de tamaño medio, fundamentalmente con escenas de bailes populares, normalmente con mujeres solas.

-¿Y los viajeros ilustrados, en qué se diferencian de los románticos?

-Los viajeros ilustrados ingleses, por ejemplo, tienen especial interés en los yacimientos romanos, en los espacios históricos de las grandes batallas entre Pompeyo y César... Los románticos, sin embargo, se interesarían más por el legado oriental.

-Ha estudiado mucho el baile y su historia.

-Me interesa la entrada del baile español en la Europa del siglo XIX: la escuela bolera y bailes preflamencos como el olé, el vito, la cachucha... Francia e Inglaterra serían los dos principales consumidores de este tipo de danzas. Es curioso ver cómo son bailarinas diferentes las que tienen éxito en Londres o en París. En el caso de la capital francesa, aunque alguna vez se programan en la Ópera, estos espectáculos se pueden ver sobre todo en los teatros de los arrabales, en los locales para las clases medias... Era una época en la que en estas grandes ciudades triunfaban los bailes exóticos en general. También lo hicieron el hindú o algunos del norte de África. Pero sólo el español se consolidó.

-¿Había grandes artistas?

-Sí, tenemos una bailaora maravillosa, María Perea La Nena, que era sevillana, el principal rostro del baile español en Inglaterra, donde fue una gran estrella. Como todas las bailarinas era de una clase social muy humilde. Había sido educada por un maestro de baile, el más famoso de esa época era Félix García. Aquí las solían contratar los franceses e ingleses para hacer fiestas que organizaban unos cicerones que, digamos, estaban especializados en estos asuntos, como Antonio Bailli.

-Dígame una fiesta famosa...

-La que le organizaron a Maximiliano de Austria, el que sería emperador de México, en la fonda Europa, que estaba en las cercanías de la Plaza Nueva. También fue maravillosa la que le hicieron a Alejandro Dumas, a la que fue Petra Cámara, una gran bailaora que el escritor llevó a París e introdujo en su círculo.

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