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Necrológica

Carrillo Salcedo: Un pionero de la Europa común

  • Nacido en Morón en 1934, fue magistrado del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Fue alumno de Giménez Fernández y de Aguilar Navarro, de quien fue profesor ayudante.

Nadie más apropiado que él para moderar una mesa redonda titulada Construyendo la ciudadanía europea que el 25 de enero debería tener lugar en el Parlamento de Andalucía. La misma institución que el año pasado le entregó a Juan Antonio Carrillo Salcedo (Morón, 1934, Sevilla, 2013) el premio Blanco White. Se ha muerto el moderador y sin él la idea de Europa se queda más sola. Una soledad que acompañará en la ausencia a dos de las ponentes, la ex alcaldesa de Sevilla y Defensora del Pueblo Soledad Becerril y la periodista Soledad Gallego-Díaz.

El 16 de agosto de 1998 se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de Elvis Presley, Soledad Becerril era alcaldesa de Sevilla y yo trabajaba en la edición andaluza de El País a la que me llevó Soledad Gallego-Díaz. Ese día publiqué una entrevista con Juan Antonio Carrillo Salcedo con un titular que los hechos, tres lustros después, no han hecho más que reforzar: "Antes los estados jugaban al ajedrez, ahora juegan al póquer". Fue una de las muchas ocasiones que el destino y la profesión, y también los temas que se podían compartir con un hombre de tan vastas inquietudes y altura de miras, me permitieron coincidir con él.

Antes de que la salud empezara a ponerle trabas, nos encontramos en el Metrocentro, ese tranvía de juguete que atraviesa el centro de la ciudad. Carrillo Salcedo era un firme partidario del medio de locomoción que estrenó la ciudad el 28 de octubre de 2005. Porque su vocación europea le llevaba a ser un incondicional de las ciudades como foros de intercambio y de enriquecimiento. Sin renegar nunca de su Morón natal, tan familiarizado con las Relaciones Internacionales desde que el Tratado con Estados Unidos llevó a su patria chica una base aérea norteamericana. "Sólo soy un campesino del Guadalquivir", gustaba decir para reivindicar su pertenencia a Morón, una de esas agrociudades que ha estudiado el antropólogo Salvador Rodríguez Becerra. Sabor del terruño que le hacía paisano de su buen amigo, tan poliédrico como él, Rafael Álvarez-Colunga o el ganadero Fernando Villalón, miembro de la generación del 27.

La última vez que lo vi fue en un ámbito que le era muy querido: la presencia de Andalucía en el contexto internacional. Su delicada salud, por decirlo con delicadeza, le hizo rechazar cortésmente la invitación a presidir una mesa redonda que la Academia Sevillana de Buenas Letras organizó en la Casa de los Pinelo sobre el Bicentenario de la Constitución de Cádiz. Fue testigo de las interesantísimas ponencias de su amigo Javier Lasarte, de Rafael Sánchez Mantero, Manuel Moreno Alonso y Enrique Valdivieso, que se detuvo en la módica presencia de ese primer arrebato constitucionalista en el arte.

Junto a Roberto Mesa, Carrillo Salcedo forma parte de la muy cualificada aportación sevillana al Derecho Internacional y las Relaciones Internacionales. A su maestro Manuel Giménez Fernández, que fuera ministro de Agricultura en la República y catedrático de Derecho Canónico, le gustaría por esto último el símil: su aventajado discípulo y alumno fue capaz él solo de suscribir un concordato con el cardenal de Sevilla, monseñor Carlos Amigo Vallejo, y con Felipe González Márquez. Uno y otro fueron nombrados hijos predilectos de Andalucía (28 de febrero de 2000) y de Sevilla (30 de mayo de 2012), respectivamente, en sendas ceremonias en las que el Gobierno autónomo y la ciudad en la que vivía y enseñaba también condecoraron al catedrático sevillano.

Al mismo sabio europeo -no es glosa baladí, llegó a formar parte del Comité de Sabios de la Unión Europea- que señalaba una tremenda paradoja. "Vivimos en una dialéctica entre el satélite y el campanario y las dos tentaciones son peligrosísimas". Morón y Bruselas, ¿por qué no? Ahora que Europa vuelve a ser una entelequia, una pieza débil en el tablero mundial, más de póquer que de ajedrez, no está de más recordar que este profesor realizó su tesis doctoral hace más de medio siglo sobre la Comisión Europea del Carbón y el Acero. "En aquellos años ser europeísta era toda una apuesta. Hoy es europeísta cualquiera", me decía en la misma entrevista. Estaba hablando de los inicios, el Atapuerca de esa herramienta llamada Unión Europea a cuyos más prestigiosos órganos perteneció: magistrado en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Comisión Europea de Derechos Humanos, Corte Permanente de Arbitraje de La Haya, Comité Antifraude de la Unión Europea.

El 28 de febrero de 2000 compartió los honores institucionales de la medalla de Andalucía con los artistas Alejandro Sanz y Vicente Amigo, letra y música, con los periodistas Iñaki Gabilondo y María Teresa Campos o con la actriz María Galiana, que también se curtió en las aulas como profesora antes de obtener el Goya con el prodigio de Benito Zambrano, sevillano de Lebrija, otra agrociudad como Morón. En la festividad de San Fernando de doce años más tarde, ya acuciado por las secuelas de la enfermedad, acompañó en el podio del reconocimiento a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, con las que compartía el compromiso cristiano con los menos, que son los más, con el magisterio de Francisco Morales Padrón, reconocido a título póstumo, o el contexto deportivo de Fernando Climent, remero que fue medalla de Plata en Los Ángeles 84 o los ecos del tenis y el baloncesto encarnados en José Luis Escañueña y José Luis Sáez, presidentes de las federaciones respectivas de Tenis y de Baloncesto que nos llevaron a las cimas del deporte mundial.

Las Relaciones Internacionales son el mejor escenario para el estudio de los conflictos. Pero éstos no son exclusivos de ese ámbito. El profesor Carrillo Salcedo estaba muy sensibilizado con el ámbito doméstico, la problemática de los malos tratos. "Hay que educar a la gente en paz. La violencia no es un instinto; es un invento". Y con la autoridad de la experiencia relativizaba o ponía en su sitio el conflicto de Gibraltar que tan bien conocía: "Estamos hablando del tratado de Utrecht de 1713. Más prioritario es luchar contra el narcotráfico y el lavado de dinero".

Este hijo de Morón de la Frontera que luchó para que dejáramos de ser fronterizos se licenció en Derecho Internacional en 1956. Ese año el mundo estaba bien revuelto: los rusos invaden Hungría, los ingleses y los franceses entran en el canal de Suez y España, con pretensiones más simbólicas, boicotea los Juegos Olímpicos de Melbourne. Pero la vida seguía. Alguna vez le comenté que ese año tan convulso se casaron mis padres. Carrillo Salcedo estaba casado con Matilde Donaire, que también abrió trochas nuevas. En el equipo directivo de Enrique Barrero, fue la primera mujer que ocupó la secretaría general de una institución tan señera como el Ateneo de Sevilla a cuyas sesiones el experto en Relaciones Internacionales acudía con frecuencia, tanto en Tetuán como en Orfila.

En la celebración del día de Sevilla también fueron reconocidos su amigo Manuel Olivencia y Emilio Cassinello. Un reconocimiento a dos de las personas que hicieron posible el sueño de la Exposición Universal de 1992. Un gesto para la paz y el diálogo de culturas en la lectura internacional e internacionalista de Carrillo Salcedo. Él también probó años más tarde la ardua tarea de organizar un quinto centenario. Fue el de los cinco siglos de historia de la Universidad de Sevilla fundada por Maese Rodrigo, arcediano de Osuna, por no salirnos del ámbito de estas agrociudades que son en realidad lo más parecido a la polis, a las ciudades-estado de la cultura griega.

Se tomó el envite con entusiasmo. El alumno que había pasado por sus aulas era ahora un profesor jubiloso y jubilado que como catedrático había dejado un reguero de discípulos, de alumnos, una verdadera red de redes, en el argot de la sociedad de la información, que se tradujo en tesis doctorales, en tareas de investigación y en un equipo de profesores adiestrados por este sabio de sabios.

Estaba dispuesto a recordar a los maestros, a participar en los homenajes a profesores del ámbito universitario. Y siempre fue un colaborador eficacísimo con los periodistas, no sólo cuando acudíamos a él para entrevistarlo, entrevistas que se convertían en lecciones magistrales, sino para que nos solucionara cuestiones relativas al Derecho Internacional, a la jerga en la que era todo un especialista.

Tenía el major bagaje para moverse en ese mundo: el lenguaje de la paz y la concordia. Hombre de entendimiento y de consensos. Antes de volver a la Universidad de Sevilla, fue profesor en las de Granada y Madrid. En esta última fue ayudante de su maestro Mariano Aguilar Navarro y tuvo entre sus alumnos a Gregorio Peces-Barba, que con el tiempo se convertiría en presidente del Congreso de los Diputados y más adelante rector de la Universidad Carlos III. Alumno y profesor se reencontraron hace un par de años en Sevilla cuando Peces-Barba presentó en la Facultad de Derecho los nuevos volúmenes de la Historia del Derecho. Una asignatura que Carrillo Salcedo conocía en un ámbito que antes quedaba lejano y ahora es el patio de nuestra casa particular, esa Europa de la que el profesor fallecido fue un defensor. La Europa del progreso y el intercambio. "Europa es un espacio común. No podemos vivir anclados en las culturas de la subvención y el subsidio, ni demonizar a nadie. En tiempos de Franco se hablaba de la conspiración judeomasónica y del oro de Moscú".

Terminó la carrera cuando empezaban los fenómenos de la emigración y el turismo, dos casos atípicos de relaciones internacionales. "La gente no emigra para hacer turismo", decía por unir ambas manifestaciones, la del ocio y la del trabajo, la de la devoción y la de la obligación. "Clavero habló de una frontera de los poderosos, que es los Pirineos, y una frontera de los menesterosos". Citaba a Manuel Clavero, que fue catedrático y rector en la Universidad cuyos cinco siglos se echó sobre sus espaldas este gigante de porte enjuto. Mera apariencia, pero metáfora ajustada de su sencillez.

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