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Domingo al rojo vivo

  • Las parroquias celebran el Corpus con procesiones que aceleraron sus entradas y recortaron los recorridos para evitar la sofocante canícula.

El Corpus por el barrio de Triana

Eran las doce y pico del mediodía cuando Alfonso Aguilar se desabrochaba el chaqué. Había pasado ya lo peor. Y lo mejor también. Escasos minutos antes el párroco de la Magdalena, Francisco Román, había impartido la bendición con el Santísimo. Un fino hilo de pétalos blancos -cada año es más escuálido- cayó desde la bóveda de la parroquia en plena adoración a Jesús Sacramentado. La tradición está tomada de Roma. En la ciudad eterna se repite desde antiguo en la festividad de Pentecostés. Los romanos celebran, de manera peculiar, la Venida del Espíritu Santo en el Panteón, donde se lanza una copiosa lluvia de pétalos rojos desde la impresionante cúpula de casetones. La arquitectura al servicio de la liturgia, de la representación, del teatro. Barroco puro.

"He resistido", se decían los hermanos de la sacramental que habían soportado estoicamente casi 40 grados con chaqué, chalequillo y camisa. Tres capas para un día con el mercurio disparado. Los costaleros que portaron los pasos de la procesión salían con la camisa impregnada en sudor. Eso sí, con el alivio del trabajo bien hecho. Costal en la mano, se disponían a buscar el primer refrigerio que aliviara la sequedad de sus gargantas.

El calor de estos días ha provocado un éxodo playero. Se notó ayer. Menos gente que otros años en los Corpus de barrios, especialmente en el de Triana y la Magdalena, principales referencias de la jornada. Esa bajada de público se percibió menos en las procesiones de las parroquias con menos renombre, al contar con una clientela fija y a prueba de termómetro. Los que quisieron esquivar pronto la embestida del lorenzo optaron por salir pronto de casa y dar una vuelta previa al recorrido de las procesiones. Con las primeras horas del día, apenas despuntado el alba, se puede disfrutar aún del aroma fresco del romero esparcido en la Plaza del Museo. Varios son los altares montados en la zona. Todos tienen la particularidad de ser levantados en los zaguanes de las casas o en el interior de los templos, al cobijo siempre de la sombra. Frente a los altares al aire libre de Triana, donde los mantones y las colchas desafían al sol, éstos de la Magdalena representan ese discreto encanto de una burguesía que guarda las formas al milímetro. Todo está medido en ellos. Nada se deja en aras de la improvisación. Las flores, la cera, el rico y selecto ajuar. Menos es más. Máxima que impera en una procesión convertida, desde hace años, en un oasis de buen gusto dentro de una ciudad donde lo chabacano campa a sus anchas.

Un momento del Corpus de la Magdalena Un momento del Corpus de la Magdalena

Un momento del Corpus de la Magdalena / Juan Carlos Vázquez

Esta mañana de domingo sacramental también depara estampas que, por más que se vean todos los años, no dejan de ser pintorescas y atractivas al ojo del sevillano y del turista de buen gusto (especie en peligro de extinción). Los pintores exhiben sus cuadros delante del Museo mientras el cortejo rodea la plaza en una especie de eterno retorno. Niños vestidos de servidores y bohemios. Retrato de otra época. De otra Sevilla que escapa del marco decadente de este tiempo.

Este año el domingo de Corpus ha sido especial en San Gil. Se cumplen 75 años de la reapertura del templo al culto, por lo que se celebró una procesión extraordinaria con el Santísimo, en la que también participó la imagen del Titular de la parroquia. Su Divina Majestad fue portado en las andas que se usa cada primer viernes de Cuaresma para el vía crucis del Señor de la Sentencia.

La Custodia de La Magdalena La Custodia de La Magdalena

La Custodia de La Magdalena / Juan Carlos Vázquez

Debido a que la canícula resultaba insoportable, a partir de las 12:00 aligeró su recorrido, por lo que entró antes de lo previsto. Algo similar ocurrió en el Corpus de San Isidoro, que redujo el itinerario. Entró hora y media antes. La ciudad volvió entonces a sumergirse en la soledad estival. En la nada.

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