La reforma de las plazas sevillanas

Enclaves en plena mutación

  • El Consistorio aplica modelos dispares en las plazas públicas

Todas están en el casco histórico. Y todas tienen dueños: los ciudadanos. Son las plazas de la ciudad antigua, en las que el Consistorio, en los últimos cinco años, ha venido ensayando diferentes modelos de remodelación urbana que en unos casos (la Alfalfa, la Pescadería o la Contratación) han ayudado a ganar espacio civil frente a los coches, pero en otros (léase la Alameda y la Encarnación) han terminado por entregar en manos de intereses particulares (empresas y propietarios de negocios) buena parte de algunos de los enclaves que mejor representan el espíritu dual de Sevilla.

El debate político en relación a estas reformas ha girado esencialmente sobre lo más aparente: los aspectos estéticos, el mobiliario urbano de corte contemporáneo, los pavimentos o la concordancia de la nueva fisonomía de estas ágoras con el supuesto canon, subjetivo y particular, que muchos ciudadanos tienen sobre la imagen de la Sevilla histórica. Fruto de esa discusión, a veces enconada, en otras ocasiones razonable, el Consistorio ha empezado a cambiar sus planteamientos originales. Si en principio apostó por diseños rupturistas (caso de la Alameda) o excesivamente formalistas (Encarnación), ahora parece inclinado a otorgar cierta cuota al clasicismo: la reforma de la Contratación y la anunciada en el Salvador evitan voluntariamente justo aquello que sólo unos años antes se defendía con vehemencia como sinónimo de modernidad. La singularidad.

De todas formas, el resultado de este proyecto de transformación de las ágoras sevillanas, nunca formulado de manera global, pero concebido tácitamente así por los responsables municipales, es dispar. No ha intervenido en espacios como la Magdalena o la antigua Plaza de los Carros –donde la circulación y el aparcamiento irregular siguen siendo la norma diaria–, ha dejado sin mejorar enclaves de clara vocación peatonal (el Duque) y se ha centrado, prácticamente, en operaciones epidérmicas que en unos supuestos han dado buenos resultados (la remodelación de la Alfalfa y su entorno) si éstos se miden, en lugar de por la estética, por incentivar su utilización ciudadana.

En otros espacios, en cambio, los cambios han sido abortados por la fuerza de los hechos: la Plaza Nueva sigue sufriendo el aparcamiento irregular en su lado Oeste, mientras la Alameda se ha convertido –con la anuencia municipal– en un botellódromo en el que para caminar hay que sortear el espacio destinado –irregularmente; todas las licencias de veladores están formalmente congeladas– a los negocios particulares, que patrimonializan a diario unas plazas remodeladas con el dinero de todos. De la ciudad.

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