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Hacer una carretera es mucho más fácil

  • Trayectoria. Creció en un pueblo de la Sierra de Jaén, pasó por el Sacromonte y estudió Obras Públicas en Madrid para hacer oficio en Sevilla. Vida de novela contada en un libro

Por el título, Se muere menos en verano (Ex Libric), parece una novela de Henning Mankell o de Leopoldo Padura, pero el autor no es un sueco que vive en Mozambique ni un cubano que ganó el Príncipe de Asturias. Se llama José Garzón del Peral, nació en un pueblo de Jaén que se llama Cabra del Santo Cristo, ha pasado 47 años de su vida haciendo carreteras y con 75 publica su primer libro, que ayer presentó en La Casa de la Provincia.

"La primera pregunta que os haréis es cómo se me ocurre hacer un libro con 75 años. Diréis que por aburrimiento, por veleidades de un jubilado". Nada más lejos. "Me falta tiempo y me ha costado muchísimo. Escribir un libro es muy difícil, más difícil que hacer una carretera, donde cuentas con una normativa y una forma colectiva de trabajar". Sabe de lo que habla: tiene la medalla de Honor de la Asociación Española de la Carretera.

En la mesa le acompañaron un representante de la editorial, con sede en Antequera, y sus amigos Ramón Cansino, muchos años jefe de los servicios médicos del Betis, y José Juan Fernández Caro, compañero de carrera, que dijo de la obra presentada que es un compendio de autobiografía tratado de arqueología y de historia. "Nos acerca a un mundo que tenemos olvidado; no queremos que vuelva, pero no deberíamos olvidarlo".

Un mundo de penurias, porque el autor tuvo la experiencia de que "con la escasez de medios te pasan las cosas más inimaginables". Las que no les pasaban a sus compañeros que estaban en colegios mayores y sí vivieron él con su hermano Rafael, presente en el acto, y los dos amigos con quienes compartió de estudiantes una pensión de Madrid. "Hasta junio no supimos que era una casa de citas". Un mundo olvidado del chico de pueblo que llega a la gran ciudad "en trenes con soldados diciendo ordinarieces, monjas tapándose los oídos y criadas que iban para servir".

Le insistieron para que les diera forma a tantas historias y anécdotas. "Había cursos de cómo aprender a escribir un libro en un suspiro, cómo escribir un libro en verano, diez razones distintas para escribir un libro". Pero se dejó de técnicas y se aventuró en solitario. Se inventó a un anciano "gangoso y achacoso" que todas las tardes de agosto le contaba su vida a un estudiante.

La vida del hacedor de carreteras que atravesó la calzada del libro la divide en dos partes: la primera, el pueblo y el final de la carrera en Madrid, incluido un episodio granadino en un colegio del Sacromonte donde le adjudicaba la misa a los canónigos; la segunda, la estancia en Sevilla, destino que eligió entre los diez que le salieron a su currículum.

Podía haber terminado de cardenal del Palmar de Troya, pues durante tres años compartió piso con Clemente Domínguez, el que sería pontífice apócrifo. Sus nietos Ignacio y José María en primera fila. Uno de ellos le preguntó por las páginas del libro. 398. "Se lo van a pasar bien, al que no le guste le devolvemos el dinero".

Muchos amigos de su etapa profesional: el ex alcalde de Sevilla José Ramón Pérez de Lama; el que fuera gerente de Urbanismo, Manuel Marchena; el arquitecto municipal Alfonso Rodríguez Macías. Elogian su memoria. "Será la genética. Mi padre murió con 101 años en plena lucidez". Conoce al juez Baltasar Garzón, de otro pueblo de Jaén, Torres, pero no son parientes. Del título del libro contó que en su casa estaban suscritos a un periódico "y me sorprendió que en verano las esquelas mortuorias bajaban una barbaridad".

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