Antonio Muñoz

Inventario de 'rincones' eclécticos

  • En Málaga le decían el sevillano, en Sevilla el malagueño, permuta de epítetos que comporta el contraste entre el mar y el secano, entre vanguardia y tradición.

EN el cine Cervantes no ponían Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, pero a Antonio Muñoz Martínez (La Rinconada, 1959) le robaron la suya y llegó en taxi a la calle Amor de Dios. A Red House. Esta casa roja, sin connotaciones políticas de las que rehúye en el paseo, es uno de sus rincones favoritos por lo que tiene de ecléctico. Le gusta más este adjetivo que los tan manidos vanguardista o alternativo.

El día anterior asistió como portavoz adjunto del PSOE en el Ayuntamiento de Sevilla a un Pleno maratoniano y venía de examinar a sus alumnos de Políticas Públicas de Turismo. Conoce el paño. Fue director de área de Economía y Turismo con Emilio Carrillo en el Ayuntamiento; trabajó en Turismo de la Provincia para la Diputación y estuvo siete años y medio en la dirección general de Turismo de la Junta.

La vida de este paseante está marcada por el turismo. "Mi padre era lo que hoy llamamos un emprendedor. Quería algo mejor para su mujer y para sus hijos. Trabajaba de albañil en la azucarera de San José de la Rinconada y decidió emigrar a Barcelona. Allí estuvimos del 62 al 65 y nos fuimos a Málaga, a Los Boliches, aprovechando el boom turístico y desarrollista de la Costa del Sol".

Ese trasiego implica contraste. "Tuvimos que volver a La Rinconada porque mi madre cayó enferma. Yo hago en el pueblo la mitad de sexto de bachiller y COU y decido irme a Málaga a estudiar Económicas. Mi padre, con razón, decía que lo que yo quería era marcharme a Málaga. El shock era tremendo. En Los Boliches mis amigos eran holandeses, ingleses, suecos, la madre de uno de ellos se bañaba en top-less en mi piscina. La Rinconada, pese a ser muy de izquierdas, donde el Partido Comunista ganó por mayoría absoluta en las primeras municipales, estaba impregnado por la religión y las hermandades. Los únicos extranjeros que veías allí eran los emigrantes que volvían en verano".

Cuando termina la carrera y el servicio militar, su idea era quedarse en Málaga, pero el PSOE de su pueblo lo ficha con 24 años y es concejal durante dos legislaturas. "Fue un máster acelerado de gestión pública". En Málaga lo hace sevillista su tío Antonio. En eso forma una coalición balompédica con Zoido y Torrijos.

Sevilla era la ciudad donde venía de visita a ver a los abuelos. Desde hace más de veinte años, cuando se disipó el sueño malagueño, es vecino de la Alameda, donde ha vivido todas las transformaciones y ahora pregona sus posibilidades. Como profesional del turismo, se identifica con la contrapostal de Chaves Nogales en su libro La ciudad. "Dice que Sevilla es una ciudad cuyo tipismo, monumentalidad y belleza atrapan al viajero, que vuelve a su destino con un alto grado de satisfacción. Pero habla de que hay otra Sevilla, la de los insatisfechos, la de horizontes de ideales. Ahí me posiciono yo".

Estudiar en Málaga le sirvió para que uno de sus profesores, Braulio Medel, lo fichara para la Consejería de Hacienda. "Hacíamos los presupuestos a mano, como el Avecrem". Estar en la oposición da más tiempo que estar en el gobierno. Por eso y porque "si no me oxido intelectualmente", el hijo del algabeño Antonio y la rinconera Isabel se apuntó a un taller de cine en la librería La Extravagante y a otro de escritura en La Casa Tomada, en el Muro de los Navarros.

Enumera los hitos de esta Sevilla ecléctica: Red House, La Casa Habitada, en Crédito, "donde hay alojamiento y exposiciones", Estraperlo, El Cangrejo Pistolero. Fuera de este entorno, es asiduo del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de la Cartuja y del cine Avenida, oasis de la versión original "con la espada de Damocles de una modificación urbanística que lo puede convertir en aparcamiento". Mientras consigue una nueva bicicleta, se conformará con la estática del gimnasio de Amor de Dios.

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