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Domingo de Pentecostésdiario de unrociero

Leonard Cohen en la marisma

  • El pontifical tuvo un acompañamiento musical muy distinto al de años anteriores

  • El obispo de Huelva pidió a los rocieros que "regeneren" la sociedad

Elhalleluyah de Leonard Cohen sonó en la marisma. La mítica melodía compuesta por el cantautor canadiense se escuchó en el real del Rocío, mientras se celebraba el pontifical de Pentecostés. La coral de Santa María del Valle, de Hinojos, y la de la Rábida, de Huelva, trajeron los sones del poeta después de la prédica del prelado onubense. Acordes muy distintos al de años anteriores. Un cambio que tuvo más críticas que halagos. Las redes sociales echaron humo con el giro hacia lo lírico. Arriesgada apuesta polifónica que, he de confesar, me gustó bastante. En esta misa se oyó de todo. Y con calidad. Más variedad en el repertorio de este domingo no cabía. Desde las cántigas de Santa María -de tiempos de Alfonso X, el rey sabio que cazaba por estos lares- hasta los fandangos de la tierra. Sin olvidar las sevillanas. Algunas tan célebres como las que compuso Muñoz y Pabón para la coronación de la Virgen. O las rescatadas del libro La Blanca Paloma, como bien apuntaba José León, uno de los mayores estudiosos sobre el célebre canónigo de Hinojos.

Desconozco si Cohen sabía de la existencia de la romería del Rocío. Si alguna vez le hablaron de la belleza de Doñana. Del gentío que por una semana se concentra en el que fuera antaño coto real de caza. Del salto de la reja. Del Quema. O del Ajolí. Lo que sí sé es que pocas letras hay más apropiadas para un ceremonial religioso. Salpicada de referencias bíblicas, en ella se habla del rey David, de la fe y del amor. Dicen que el artista la compuso sentado en el suelo. Golpeándose la cabeza. Como un duro parto. Como todo trance difícil que desemboca en belleza. En obra cumbre. En legado eterno. Así labró el compositor su himno.

El repertorio musical fue de lo más variado: desde las cántigas a los fandangos de la tierra

La música de Cohen vino después del sermón de monseñor Vilaplana. En su homilía tuvo recuerdos para las víctimas de los últimos atentados de Londres. Y para el peregrino que falleció en Terrassa, en la romería del Rocío que organizan en tierras catalanas. El obispo onubense no desaprovechó la oportunidad para condenar la sociedad actual y todos sus males. La explotación del débil, del inmigrante, el odio y el maltrato. Un mundo que necesita "regenerarse". Pidió a los rocieros que "trabajen por la Justicia". Que hagan de su devoción "una escuela de vida cristiana", con la Virgen como "maestra". Aludió también a los jóvenes, a la falta de vocación y a la necesidad de que la Iglesia viva "un nuevo Pentecostés". Entre los asistentes a la eucaristía se encontraba. por cierto, el presidente del Consejo de Cofradías de Sevilla, Joaquín Sainz de la Maza.

Una vez concluido el pontifical, los simpecados regresaron a sus casas de hermandad. Allí continuó la fiesta. La alegría. El júbilo que trae cada año Pentecostés a la marisma. Después, por la tarde, vendría la espera. Los minutos que se descuentan del reloj. Ya de noche, saldría el rosario de las hermandades. Y a su conclusión, a esa hora incierta de la madrugada, el desenlace de toda la semana: la Virgen a hombros de los almonteños. Devolviendo cada visita. Cada rezo. Cada promesa cumplida.

Es entonces cuando se deja todo atrás. El calor en las arenas. El bautizo en el Quema. La barcaza en Coria. Los escalones manriqueños. El sesteo en la Raya. Y la presentación ante la Matriz. La romería hablará ya en pasado. En viejo pretérito. Comenzará el mañana. Un porvenir en el que se atisba otro mayo. Otra fecunda primavera. Es el momento del Rocío que Cohen, sin saberlo, describió en su himno: "Pero recuerda cuando me presenté a ti y la santa paloma también se presentó". Aleluya.

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