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El ritual del dolor en el calendario

  • Recuerdo. Monseñor Asenjo ofició en la Capilla Real la misa por la memoria de Alberto y Ascensión y el alcalde Juan Espadas recordó al concejal en la ofrenda de Don Remondo.

Ofrenda floral en el 20 aniversario del asesinato de Alberto y Ascen

Cualquiera que pasara por la Avenida esquina con García de Vinuesa, junto al puesto donde Guillermo vende el incienso, pensaría que esa señora tan elegante rodeada de tanta gente joven estaría celebrando el cumpleaños de alguno de sus hijos o de sus nietos. María Teresa Barrio merendaba con su familia en un velador de La Canasta, la confitería malagueña que se ha instalado en la esquina del Horno San Buenaventura.

Era un cumpleaños, pero de otro tipo. María Teresa no reflejaba el cansancio de haber asistido a la misa y a la ofrenda floral en el vigésimo aniversario del asesinato de su hijo Alberto y de Ascensión García Ortiz, su nuera, que la había hecho abuela de Ascen, Alberto y Clara. La vida sigue, "la muerte no es el final", diría Monseñor Asenjo en la homilía celebrada en la Capilla Real de la Catedral. Su hijo no reconocería la Avenida sin autobuses y con el Metrocentro. Le llamarían la atención los paneles de la serie más aclamada del momento. En uno de ellos se lee: La Ignorancia es la peste. Habla de la Sevilla del siglo XVI; cuatro siglos después, entre "todos los corceles amarillentos del Apocalipsis", Stefan Zweig hablaba en El mundo de este martes de "la peor de todas las pestes, el nacionalismo".

Una misa en memoria de Alberto y Ascen junto a dos de los símbolos de la ciudad a la que representaron: los restos de San Fernando contenidos en la urna de Laureano de Pina y la Virgen de los Reyes. A esas fiestas de mayo y de agosto hay que añadir en el calendario sevillano este ritual de los 30 de enero en Don Remondo. "Mi primer pensamiento es que ninguno de nosotros deberíamos estar aquí", dijo Teresa Jiménez-Becerril, hermana de Alberto, en el lugar del crimen, con la calle, "esta maldita calle en la que se me quiebran los huesos y el alma", rebosante de gente desde la calle Cardenal Sanz y Forés, donde vivía el matrimonio asesinado, hasta el hotel Doña María.

Ninguno deberíamos estar allí y Alberto y Ascen deberían estar merendando en la esquina de García de Vinuesa, un abuelo de 57 años viendo correr a sus nietos, sin tener que hacer ninguna asociación de ideas entre la magnífica serie de Alberto Rodríguez y las Memorias de Stefan Zweig.

Teresa Jiménez-Becerril: "Ni un palmo del País Vasco vale la vida de dos inocentes"

Javier Arenas, ministro de Trabajo cuando se produjo el asesinato, y Juan Ignacio Zoido, ministro de Interior en la actualidad, representaron al Gobierno de entonces y al de ahora, unidos por el recuerdo del concejal y la procuradora. Además de rezar por la salud y la fortaleza del rey Felipe VI en el paso del medio siglo de su vida, Juan José Asenjo pidió por la unidad de España. No es un ruego retórico; la defensa de esa unidad, o el ataque de los enemigos de la misma, es lo que les costó la vida a Alberto y a Ascen. "Ni un palmo del País Vasco vale la vida de dos inocentes", dijo la hermana eurodiputada.

En la iglesia, en el lateral derecho se colocaron los representantes del Ayuntamiento, la empresa de Alberto; en el izquierdo, miembros de las instituciones. En los bancos de la capilla, amigos del concejal como Rogelio Trifón. "Aquel jueves estuvo hasta las siete de la tarde en mi casa preparando el pleno. Le encantaban las latas de albóndigas de La Flor de Toranzo", dice Rogelio Gómez, Trifón para los asiduos de este consulado de la Montaña y el Baratillo. Ya no hubo viernes.

"Un silencio sonoro". La imagen, propia de un poema de Juan Sierra, era de Juan Espadas, alcalde de Sevilla, que cerró su intervención con vivas a Sevilla, "la ciudad más famosa y desconocida del planeta", según uno de los carteles de La Peste, y a España. Entre los asistentes, supervivientes de acciones de Eta que lo pueden contar: el periodista Carlos Herrera, a quien en marzo de 2000 le mandaron a la emisora una caja de puros con una carga explosiva; o Joaquín Vidal, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Andalucía, que sobrevivió a la bomba que un comando etarra colocó el 28 de junio de 1991 en la cárcel de Ranilla provocando la muerte de cuatro personas: dos presos, un funcionario y un familiar.Espadas destacó la presencia de Soledad Becerril, la alcaldesa que convirtió a Alberto en el hombre fuerte de su Ayuntamiento. "Esta ciudad se rompió ese día", dijo Espadas, "pero también nos hizo más fuertes".

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