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El Olimpo de los pioneros

  • Carrera. Ayer la dársena estaba llena de equipos extranjeros de ocho con timonel. La Sevilla con la que soñó Anchoa. Hay personas imprescindibles y este hombre era una de ellas.

Dos remeros en el Guadalquivir, con los puentes de la Barqueta y Alamillo al fondo.

Dos remeros en el Guadalquivir, con los puentes de la Barqueta y Alamillo al fondo. / m.g.

Ayer salí a correr por la orilla del río. El paseo Juan Carlos I necesita una reforma tan urgente como la reputación de la Universidad Juan Carlos I. Crucé la esbelta Pasarela, esa alfombra de ingeniería que fue antesala de la efímera Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla. Utilizo el carri-bici como pista, pero me aparto cuando veo de frente algún ciclista. La mañana amenaza lluvia. Al Auditorio Rocío Jurado, secuela de aquel monumental Azabache, le ha salido un competidor, el Cartuja Center. La zona que rodea el Pabellón del Futuro es una selva de jaramagos. Pasan los circulares por la glorieta de Isla Mágica y sigue cerrado a cal y canto lo que fue Andalucía de los Niños. No prosperó la idea de volverlo a mostrar en los 25 años de la Expo. Los tres flanes del hotel Barceló Renacimiento son los más próximos al estadio de la Cartuja.

La mañana amenazaba lluvia. Pese a ello, varios equipos de ocho con timonel de distintas procedencias por los idiomas de los speaker entrenaban en el río. Puede que fueran alemanes, daneses o noruegos. Deportistas que habían cambiado los fiordos por la dársena. Atravieso el puente del Alamillo, el de Santiago Calatrava, con el mástil sin bandera en la llamada Glorieta Olímpica. Miro al frente y veo las instalaciones del Centro de Alto Rendimiento. Anchoa fue uno de los promotores de esta residencia para deportistas. Veía remar a los argonautas teutones o escandinavos (igual eran de Chiclana) y me imaginaba a Anchoa como Jasón que los lideraba en busca del vellocino de oro. Hay personas imprescindibles y este hombre era una de ellas. 2018 arrancó con la muerte de Manuel Olivencia y en abril, el mes sevillano por excelencia, nos ha dejado sin Anchoa, treinta años más joven que el que fue primer comisario de la Expo. La labor de ambos fue titánica en distintos menesteres y supongo que sus destinos se cruzarían muchas veces en la planificación de actividades.

Eduardo Mendoza dedicó una novela a la Barcelona del 92 y Tom Wolfe a la Atlanta del 96

Dos trotamundos. Olivencia se recorrió el orbe entero en busca de patrocinios y para hacer la diplomacia del sueño americano de Sevilla y Anchoa hizo tres cuartos de lo mismo. Era una torre de Babel con piernas, un Erasmo de Rotterdam del piragüismo. Entrenó en Brasil, fue asesor de deportes acuáticos en los Juegos Olímpicos de Sidney. Los primeros a los que acudió España en Australia, porque los de Melbourne 1956 los boicoteó Franco en señal de protesta por la ocupación soviética de Hungría.

Eduardo Mendoza escribió una novela sobre los Juegos Olímpicos de Barcelona y Tom Wolfe otra sobre los Juegos de Atlanta 1996. Anchoa tendría una novela sobre sus andanzas olímpicas. En esta ciudad que tiene alma de mantis religiosa que devora a sus amantes, a veces paralizada por la dualidad balompédica y por el costumbrismo anquilosado, se abrió paso este aventurero con aires de explorador. Nos tratamos poco, pero nos admiramos mucho y nos enviábamos recados por amigos comunes. Nació el mismo año que mi hermano Juan, al que conocía por dedicarse a parecidos quehaceres dentro de la pasión y la pedagogía del deporte. Nació en 1959, luego echó a andar en 1960, el año de los Juegos Olímpicos de Roma en los que el etíope Bikila entró descalzo en el Coliseo ganando el maratón de los emperadores.

La amenaza de lluvia no menguaba las ganas de remar de los argonautas. Gotas de carteles de Feria. Anchoa tiene mucho que ver con que Sevilla haya sido una potencia mundial en remo y piragüismo. Gracias a este río que nace en Cazorla y desemboca en Sanlúcar de Barrameda, de donde hace casi medio milenio salieron 265 hombres para circunnavegar el planeta. Sólo regresaron 18. Precursores de Anchoa, que circunnavegó el mundo con la ilusión, la bondad y la palabra. Ayer veía su rostro de tribuno romano entre las aguas nerviosas del gran rey de Andalucía, como llamó Góngora al río Guadalquivir.

Fue uno de los agitadores del sueño olímpico de Alejandro Rojas-Marcos. Lo vio cumplido en Sidney, la primera ciudad donde celebran cada año el Año Nuevo. Ese país cuyos habitantes, según el diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, tienen serios trastornos por no saber si son una isla o un continente. Como le pasa a la Cartuja, que no tiene muy claro si es una isla o un contenido.

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