Los invisibles

"Rojas-Marcos me ganó el concurso de Oratoria por el voto favorable de Fraga"

  • De Menese a Adorno. Del campo a los rascacielos. De Fraga a Willy Brandt. La particular revolución de un licenciado 'morisco' que es una de las cimas de la traducción en España

SE fue a Alemania para escuchar a Adorno. Vivió en Fráncfort, renacida de la destrucción, Itálica alemana. Volvía casi todos los veranos al festival flamenco de su pueblo, La Puebla de Cazalla, donde nació en 1941. Morisco puro. Ha regresado a su patria chica.

-¿Son dados a marcharse?

-En Hospitalet de Llobregat había una colonia enorme de gente de La Puebla, aunque la principal referencia sigue siendo Ibiza.

-Paisano de La Niña de la Puebla, José Menese, Diego Clavel, los Moreno Galván. ¿Compuso letras para el cante?

-Algunas hice, pero en poesía soy un poco retenido. Acabo de publicar Exotarium, una trilogía de poesía en la que reconozco el magisterio de la generación del 27.

-¿Marcó la cultura alemana a aquella generación?

-Quizás Luis Cernuda fue el único gracias a un amigo con el que tradujo un par de poemas de Hölderlin. Lorca tal vez leyera a Goethe. Siempre he sido deudor de esos poetas. Una vez, en los cursos de La Rábida que organizaba el Opus, en un concurso de Oratoria yo presenté un texto sobre Vicente Aleixandre y empaté con Alejandro Rojas-Marcos, que se lo dedicó al SEU, el sindicato de estudiantes. Ganó Rojas-Marcos por el voto de Fraga, que formaba parte del jurado.

-¿Por qué se fue a Alemania?

-Mi formación era francesa, por el profesor Miguel García de los Ronderos, del colegio Santo Ángel. Ya en la Universidad, Rafael Sánchez Ferlosio le envió a Agustín García Calvo, que era mi profesor, un libro en italiano de Adorno titulado Minima moralia. García Calvo me animó a estudiar alemán. Me dio las clases Humberto Paulo Spitz, austriaco casado con una gaditana, que enseñaba en su casa cerca de la Alameda.

-¿De Sevilla a Fráncfort?

-Con escala en Salamanca. El nivel en España era extraordinario. Cuando llegué a Alemania, no tenía nada especial que aprender. En el instituto competíamos a ver quién sabía más literatura europea, siempre ganaba Juan Antonio Yáñez, hermano del político. Estábamos al día del teatro americano, de los libros prohibidos. La cosa estaba apretada por arriba y había que empujar por abajo.

-¿Cómo fue su llegada?

-Coincidí con la revolución estudiantil. Participé en manifestaciones contra la guerra de Vietnam, contra el Sha de Persia, contra Franco. Los emigrantes estaban muy bien organizados. Gente que se había leído hasta las obras completas de Dostoievski.

-¿Y el muro de Berlín?

-Sólo fui una vez. Para ver el pasaporte, la Policía metía la metralleta por la ventanilla del coche, era peor que la España de Franco. Un alemán del Este, Erich Arend, hizo una antología de Aleixandre. Estuvo en la guerra civil.

-¿Cómo descubrió al maestro?

-Yo me ponía en la primera fila. Adorno y Horkheimer habían sido los teóricos de aquellos estudiantes que eran los que más le molestaban. Se pasó del usted al tuteo y al maestro que los aleccionó en la lucha contra la restauración de Adenauer no le hacía gracia. Un día, una chica se subió desnuda al pupitre con un ramo de flores. Adorno me recordaba físicamente a mi padre: calvo, no muy alto, cara de buena persona.

-Su padre no hablaba alemán...

-Pero me dejó libros como el Quijote o La dama de las camelias. De niño, me llevó al hospital de la Caridad y me quedé electrizado con los cuadros de Valdés Leal. Me traía al teatro, a la zarzuela y a ver a las chicas de la revista.

-Los socialistas españoles bebieron en la fuente alemana...

-En Fráncfort estaba la sede de los sindicatos, mandaban grandes cantidades de dinero al PSOE. Matthöffer, mano derecha de Willy Brandt, me echó una bronca porque en una fiesta iba con una revista de Tierno Galván.

-¿En La Puebla también traduce?

-Y en los trenes, en los aviones. Como no se gana mucho, hay que traducir continuamente. Para mí es más un placer que un trabajo.

-¿Mitad alemán, mitad sevillano?

-Tengo el corazón dividido entre Sevilla y Fráncfort. Dos ciudades tan distintas con idéntico número de habitantes. Es saltar de una zarzuela a un concierto de rock. Los alemanes tienen de bueno que lo reparten todo. No está todo tan centralizado como aquí.

-En la ceremonia de los premios Max, en el Lope de Vega, una de las obras galardonadas era de Bertolt Brecht. ¿Sigue vigente?

-Como dramaturgo y poeta es único. Aguantó demasiado tiempo el régimen comunista. Su contrapunto era Gottfried Benn, al que he traducido, firme candidato al Nobel el año que se lo dieron a Juan Ramón. Se refugió de los nazis en el Ejército, donde era certificador de lisiados de la guerra. Pensaba como Nietzsche que la única manera de combatir el nihilismo era una existencia artística. En el seminario de Filosofía que daba el profesor Arellano, los libros de Nietzsche tenían un sello que ponía Pecado mortal leerlos.

-¿El traductor le ganó al autor?

-Siempre mantuve el contacto con mis amigos escritores del sur: Aquilino Duque, Fernando Quiñones o Alfonso Grosso. Con Grosso estuve en una fiesta flamenca en la que cantaba el Pali.

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