calle rioja

Sombreros de aire junto a Maquedano

  • Climático. Ayer empezaron a colocar los toldos en una ciudad donde el calor es público y televisivo y la calor íntima, donde da el sol en las paralelas y sombra en las perpendiculares

CADA bar se convierte en un oasis donde los camareros reparten provisiones de asilo climático. "Al que saliera a la calle a partir de las cuatro de la tarde habría que ponerle una multa", dice un camarero del Catunambú. Manuel Fernández, cliente fiel, cofrade y de exquisito gusto para la literatura, sonríe la ocurrencia. "Vengo andando desde la Puerta Jerez y se me han derretido los sesos", dice un cliente.

Ya están aquí. Las calores que convierten a Sevilla en la reina mora de los telediarios. Aquí con no pecar basta, dicen que dijo Teresa de Cepeda y Ahumada cuando vino a Sevilla en su cruzada de fundaciones. Sus paisanos de la Casa de Soria se atrincheran en la embajada de Jovellanos.

La festividad del Corpus dejó los toldos de la plaza de San Francisco. El verano llegará en plena campaña electoral. Los candidatos deberían debatir en Benidorm o en Matalascañas. En las guías turísticas tendrían que figurar las calles con sol y las que tienen sombra, como en el coso de la Maestranza. Ayer al mediodía daba gusto pasear por las calles nucleares y paralelas: Tetuán y Sierpes, millas de oro de la Sevilla eterna, cordones comerciales, festivos y cofrades.

Por las calles perpendiculares, sin embargo, léase José de Velilla, Rioja, Rosario, Jovellanos o Albareda, había que caminar bajo palio o con una de esas sombrillas que con tanto estilo llevan las japonesas que se salieron de las escaleras mecánicas del pabellón de Tadao Ando. Sombra en Sierpes, sol inclemente en Jovellanos junto a la centenaria capillita de San José. Por eso ayer empezaron a colocar los toldos en Sierpes. Carlos Herrera debió encontrarse el velamen del río de gente cuando terminó su faena radiofónica en el estudio de Cope.

Iban de Tetuán hasta Sierpes, justo en la esquina con la tienda de sombreros Maquedano. Un grupo de turistas salían de este centenario establecimiento -data de 1908- con sombreros recién adquiridos. Eran réplicas de Úrculo, el mismo que esculpió la serie del deshollinador que jalonaba el Edificio Expo en la Cartuja. A las calles también les empiezan a poner sombreros. Maquedano cumplió un siglo de vida el año que España ganó su segunda Eurocopa. Dicen que la idea se le ocurrió a Federico Cárdenas tras un viaje a Cuba y embarcó en el proyecto a su cuñado Juan Maquedano. Ya van cinco generaciones dando soluciones al cambio climático y al vals de las estaciones: sombreros de ala ancha para ferias y romerías; de lana y fieltro para el invierno; de tela y paja panamá para el verano.

La tienda invita a la tertulia con su mobiliario art noveau y la escalera de caracol. En tiempos la frecuentaron el marqués de Contadero, el duque de Alba y la aristocracia del toreo. Probablemente se pasaría el gran Pepe Luis Vázquez, que acuñó el término del sinsombrerismo para referirse a cierta decadencia en el público que iba a los toros.

Todo es tendido de sol en la ciudad que se novela a sí misma con una voz coral de ágrafos cosmopolitas. Entre los sombreros de caballero y algunos de señora -los tocados para ceremonia que les suministra en exclusiva una firma italiana- está el boceto del homenaje al Seise que esculpió Jesús Méndez Lastrucci, un renacentista de nuestros días, imaginero que se mueve en moto, hizo una escultura de Elvis Presley que está en su museo de Memphis, ha escrito la biografía de Antonio Susillo y es sobrino-nieto de Castillo-Lastrucci. El maestro de Manuel Guzmán Bejarano cuyo taller de la calle Pizarro tuvo que cerrar para trasladarse a Santiponce. Siempre Roma.

El calor es público en los informativos, aliñado con las entrevistas a pie de termómetro o junto al puente de Manzanares y del Cachorro; la calor es mucho más íntima, privada, más de ventilador y abanico que de aire acondicionado, ese sofoco que Alfonso Grosso llevó al lirismo máximo e irrespirable en la casa-patio de la familia Gentile en su novela Florido Mayo, ese barroquismo del sur que elogió Umbral en su Diccionario de Literatura.

Los camareros de Catunambú no dejan de llenar vasos de agua con el tirador de cerveza. El doble conducto para apagar la sed o para incendiarla. Sol en las perpendiculares, sombra en las paralelas. Tráfico de influencias del Círculo Mercantil, donde siempre es Semana Santa y don Práxedes renovó su mandato.

Sombreros en Maquedano y sombreros para un público menos exigente en Todo Toro, al otro lado de la joyería Ruiz. Hay sombreros incunables y gorros best-seller, aunque duela la metáfora con las puertas cerradas de Beta en Sierpes. Algunos clientes, como Rocío Carande, pregunta por el paradero de Rafael, un librero de categoría al que muchos echamos de menos. Como el género de Maquedano, este profesional es capaz de en un santiamén recomendar lecturas para las distintas estaciones del año e incluso del alma. Recuerdo el entusiasmo con el que recomendó a un cliente la lectura de la última novela de José Luis Rodríguez del Corral, la historia de Felipe y Amparo, pareja asimétrica de un idilio de verano en una azotea de la plaza de San Lorenzo. Morriña de librerías que se incorporan al epitafio de los cines de verano, la respuesta más ingeniosa y civilizada de la ciudad de Sevilla contra los presagios del cambio climático y los incumplimientos de Kyoto.

La sombra vendo, reza la tonadilla. La voz del maestro Araujo, la genuina, se oye en el anuncio de Toldos Quitasol. Del Leopoldo échame el toldo pase a la modernidad, a Currito, dale al botoncito. En 9 de junio, a una semana justa de otro Leopoldo, Leopold Bloom, el icono de los celebrantes del Bloomsday en una Sevilla dublinesa donde los cines de verano y el Beta de Sierpes van de la mano con el Flaherty de Alemanes. De las de bata de cola qué pocas vamos quedando.

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