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Sevilla

Toda la calle Feria fue a despedir a Andrea, de El Jueves, al cementerio

Ayer jueves hubo Jueves pero no abrió El Jueves al mediodía. No es una tautología. La calle Feria entera se trasladó al cementerio de San Fernando para despedir a Andrea Galindo, gaditana de El Bosque que en noviembre de 2001, con Ana, su socia, abrió este restaurante en el antiguo colmao de Angelita y Juan en cuyo escaparate se veían esas torres Eiffel de latas de conserva.

"Parecía el entierro de un rockero", decía Marcelo Culasso, amigo, cliente, vecino en su tienda de marcos y desde el 13 de marzo compatriota del Papa de Roma. Es verdad. Desde el entierro de Silvio en octubre de 2001, un mes antes de que abriera el Jueves, no se veía tanto roquero en el camposanto. Justo el día que se cumplía un siglo de la llegada de los restos de Bécquer al Panteón de Sevillanos Ilustres. Con la gente que acudió a despedirla se podía improvisar un festival de teatro de primavera: Antonio Dechent, Pepe Quero, de los Ulen, amigos como Paco Tous de Andrea desde los tiempos del Instituto de Teatro, cuando esta valiente empresaria estudiaba Derecho. Juan Pedrosa, con la asistencia de Lala Obrero, podía organizar un festival de cine de verano con carteles dibujados por Rafa Iglesias y enmarcados por Marcelo.

De su bonhomía habla el compendio de oficios: Antonio el frutero; Juanma el pollero del mercado de Feria; Antonio el platero italiano que además era el padre de su hija Elia; Isabel la estanquera; Manolo y Jesús, los reporteros; o Esperanza la librera. "¿Cuánto la vas a echar de menos, tú que la tenías enfrente?", le decía Ana, la socia de Andrea. Ésta era mecenas literaria del ciclo Los Miércoles en el Jueves, que propició el cálido encuentro de los lectores de las novelas Palabras insensantas que tú comprenderás, de Salvador Compán, La Levitación, de Guillermo Sánchez -como ésta la presentó mi mujer, María José, Andrea le dispensó a mi hijo Paco una cena de cardenal-, el Blues de Trafalgar, de José Luis Rodríguez del Corral, e Intemperie, de Jesús Carrasco, con sus autores. La próxima será La mujer que vigila los Vermeer, de José María Conget. Ya no estará Andrea, que deja padres, hermanos, hija y una legión de amigos. La mujer que vigilaba los Murillo que cada jueves forman el paisanaje del mercadillo cuyo nombre trasladó al restaurante. Deja huérfano a su personal, lágrimas de Simonetta, siciliana, pareja de Bubi, camarero y batería del grupo Babel.

Al cine y al teatro no les faltaría la selecta nevería que ayer atenderían José Luis, de La Mata, 14; Paco, de Pasos Largos; o el dueño de el Corto Maltés. Estaba Osi, el maestro de yoga, tibetano del Carmen Doloroso, y el cantante Maldonado; Beni, una de las hijas de Clementina, matriarca de Peris Mencheta que todavía no sale de su asombro. Y transeúntes de la Alameda más viva gracias a gente como Andrea: Matilde, paseante de galgos, o Verónica, que en tiempos hizo de traductora de actrices italianas en el festival de cine de Sevilla.

Anoche todavía era jueves, ya se habían llevado los puestos del Jueves donde Carriazo encontró la Rosetta del Carambolo, y abrió El Jueves. En el antiguo colmao donde celebramos el convite de los bautizos de mis hijas Andrea, más tocaya que nunca, y Carmen.

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