Francisco Moreno

"El gran alcalde de Sevilla es alguien que no lo fue nunca: Alfonso Guerra"

  • Tiene altura física y política. Este veterano socialista presume de guerrista y confía en el triunfo del proyecto de su partido en las próximas municipales.

El guerrista de Sevilla. A Francisco Moreno Franco (Sevilla, 1949) le encantan que le denominen así. Acaba de jubilarse como profesor de Física Atómica, Molecular y Nuclear en la Universidad de Sevilla, a la que volvió tras dejar su escaño en el Congreso de los Diputados en el segundo año de la primera legislatura de José María Aznar. "O lo hacía entonces o difícilmente lo podría hacer después", comenta hoy satisfecho por poder haber hecho en la vida dos cosas que le apasionan. Cuando en 1987 desembarcó en el Ayuntamiento, en el segundo mandato de Manuel del Valle y la pre-Expo, ya llevaba cinco años en el Senado -donde ha pasado 14 años- y había sido secretario de la Ejecutiva provincial del PSOE, un cargo para el que resultó reelegido tras abandonar la Plaza Nueva en 1991. Referente indiscutible en el PSOE de Sevilla, hoy, desde un plano discreto y sosegado, reflexiona en voz alta y da consejos a quien quiera oírlos.

-¿Cómo ve el panorama?

-Todo está teñido de bastante incertidumbre. Pero si uno se da un paseo desde la Pasarela hasta la Plaza Nueva y ve en lo que se ha convertido esa especie de espantosa estación de autobuses que había en ella, llega a la conclusión de que la ciudad está bastante mejor. Mejor en cosas que pueden parecer pequeñas y en otras grandes que tienen nombre y apellido, Manolo del Valle, el autor del despegue de la Sevilla que conocemos hoy.

-¿Ha sido él el alcalde más clave para la transformación de Sevilla?

-El tiempo pasa y todo se olvida. La ciudad no era consciente de que tenía un río hasta que se tiró el muro de Torneo, por ejemplo. Puestos a hablar de alcaldes, creo que el gran alcalde de esta ciudad no lo ha sido nunca, Alfonso Guerra. En algún momento él quiso serlo pero el partido no quiso.

-¿Y de los que sí lo han sido?

-Compartí con él parte de la transformación del Ayuntamiento y fue alguien que supo ocuparse de las necesidades de la ciudad, con su carácter, Manolo del Valle.

-Un carácter, decían que poco carismático, que se le criticó mucho.

-Era una crítica, como tantas otras, un tanto interesada. Hay mucha gente seria y, por tanto, divertida. Del Valle tenía un espléndido sentido del humor, probablemente, más británico, eso sí.

-¿Y Monteseirín? Será el que más tiempo esté en el gobierno local.

-Los procesos electorales, como siempre, están marcados por el ruido, y más en esta ocasión. Hay una estrategia por parte de la derecha de no hablar de nada, nada más que de tonterías. Entre otras cosas porque, si hablan en serio de las cosas que realmente quieren hacer, se crearía un enorme silencio o mucha gente se quedaría horrorizada. A poco que uno mire lo que ha cambiado esta ciudad con Alfredo Sánchez Monteseirín, con sus luces y sus sombras, que no voy a ser yo quien destaque estas últimas, ve que el resultado es muy positivo.

-¿Y entonces qué cree que falta?

-Quizás lo que echo de menos en todo esto es la pasión. En Sevilla nadie debería ser alcalde si no está enamorado de la ciudad, Sevilla es extraordinariamente singular.

-Pero hará falta algo más.

-Sí. Varias cosas. Una, no se puede ser un buen alcalde de Sevilla si no se sabe conjugar amorosamente la tradición con la búsqueda de la modernidad, aunque hay quien dice que nuestras tradiciones son añejas, caducas... Otra, en Sevilla hay un viejo dicho que dice que los mejores alcaldes son los que no hacen nada; algún ejemplo hemos tenido, sin señalar, pero no es cierto. Probablemente hay que tener muy claro que una Alcaldía es un lugar en la política desde donde se lucha por la igualdad, por hacer justicia en lo cotidiano.

-En los transportes, la limpieza, el empleo, la vivienda... ¿no?

-Sevilla es tan maravillosa que a veces resulta incómoda y hay que hacerla visitable, accesible, lograr que el transporte público nos lleve de una punta a otra en 35 minutos... Y poner los servicios municipales al servicio de la generación de empleo, sin retórica. De todo se hablará en estos días, pero luego hay que hacerlo.

-Son malos tiempos. Hay que tener cuidado con lo que se promete.

-¿Por qué?

-Por la crisis y la poca inversión.

-Yo siempre he dicho que en política, como en casi todo en la vida, son muchas más las necesidades que los recursos. Y, por tanto, el arte de la política es el arte de establecer prioridades. Me preocupan las candidaturas de los que dicen: "lo que tú quieras más dos huevos duros". No dicen la verdad. Cualquiera sabe que en estos momentos habrá que decir que no a muchas cosas para poder decir que sí a otras. Pero no creo que esta ciudad necesite ahora grandes inversiones.

-El Metro y la SE-40, por ejemplo.

-Sí, pero más allá de eso... Incluso en esos terrenos se avanza, pues en marzo tendremos por ejemplo el enlace ferroviario con el Aljarafe. Ahora lo que hace falta es acabar las cosas con mimo. Es importante. Uno sale a la calle y se encuentra con la acera llena de estuches de bollycao y dice: vaya tela con el ayuntamiento; pide una cita médica y tarda y dice: caramba con la Junta; cuando llega la hora de pagar a Hacienda: la leche con el Gobierno de la nación... La Diputación es lo único relativamente inocuo, porque nadie sabe cómo le afecta.

-Pues hay muchos que apuestan por eliminarlas.

-Me preocupa porque eso ya me suena. Y no me refiero a lo que usted puede estar pensando, sino a una idea que fluye y tiene su máximo exponente en ese insufrible señor del entendimiento Sloan que responde al apellido de Aznar. De lo que se trata es de sentarnos a ver cómo puede funcionar mejor el Estado que tenemos, no ponerlo todo patas arriba para ir a no se sabe bien dónde. Las innovaciones apresuradas nunca me han gustado y si además, con perdón, me huelen a chamusquina... pues peor todavía.

-En la campaña de las elecciones municipales de 1987, en las que usted resultó elegido concejal, la batalla era Sevilla y en este momento vuelve a serlo, ¿no?

-La batalla por Sevilla es siempre clave porque es una ciudad singular. Granada y Málaga son las otras dos ciudades del mundo que más me gustan, para ser claro y no caer en la vieja broma del centralismo sevillano. Pero Sevilla es la joya de la corona, por eso es lógico que esté en el centro de al batalla política, sobre todo, en las dos fuerzas que de verdad tienen posibilidad de haberse con el gobierno de la ciudad.

-La cosa parece reñida.

-Mire, cuando venía para acá me ha sorprendido el cartel del candidato del PSOE. Está bien hecho desde el punto de vista técnico. La gente se queda con la caja roja y acaba encontrándose con Juan Espadas. Si hacemos las cosas bien, pensando en el colectivo, que somos los socialistas del partido y los socialistas sin carné, que son muchos más, esa caja lo que tiene dentro es muy bueno para Sevilla. Porque ¿alguien piensa de verdad que la derecha prestaría más atención a los barrios? ¿Y no son los mismos que hacían previsiones agoreras sobre las decenas de muertos semanales que iba a causar el tranvía? Se ha instaurado, de ahí la felicidad casi orgásmica del PP, la idea de que, como decimos en nuestra tierra, aquí está todo el pescao vendido. No. Depende de cada uno de nosotros.

-¿Está asesorando a Espadas?

-No. No le hace falta. Además, yo creo que en las cosas hay que estar o no estar. Y éste es el momento de otra hornada.

-Desde hace unos meses se ha trabajado en la idea de integrar a todas las corrientes socialistas en torno al candidato Espadas.

-Yo no sé qué es eso de la integración. Es verdad que, a veces, en los partidos hay averías. Pregunte usted en la sede del PP de Asturias. Los socialistas sevillanos siempre hemos tenido cierta fama de estar en la greña permanente pero, a la hora de la verdad, en lo esencial la coincidencia es absoluta. Sólo hay que montar un equipo eficaz. Éste es un problema que siempre tenemos los socialistas. Hay mucha gente que se entretiene haciendo candidaturas para ir a las elecciones; nosotros tenemos que hacer candidaturas para gobernar después de ganar las elecciones. La política municipal tiene algo terrorífico y a la vez hermosísimo que es la proximidad. El alcalde no tiene que ser una especie de adivino para todo, para eso está Rappel, pero cuando le asalten y pregunten en la calle tiene que tener una respuesta.

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-Un consejo. ¿Cómo llevó de concejal esa cercanía con los vecinos?

-Cuando yo era delegado del distrito Macarena han llegado a ir a verme mujeres para contarme que estaban a un tris de divorciarse de sus maridos. Como comprenderá, ¿cuáles eran mis competencias al respecto? Escuchar y comprender también forma parte de la política.

-Se habla mucho de renovación. ¿Faltan veteranos en los equipos?

-Incluso en el fútbol, que es de lo que entiende todo el mundo en España, el que quiere montar un buen equipo busca a veteranos, que aportan oficio, y jóvenes, que llevan las ganas. Pero renovación es una palabra que no me gusta nada. Una organización política que tiene 130 años de historia no necesita renovarse. Acabas teniendo la idea clara de que eres un eslabón en una enorme cadena, por eso hay que ser serios porque si un eslabón se corta, se corta la cadena.

-¿No cree que hay demasiado político profesional?

-Algunas cosas hice cuando estaba en el Ayuntamiento y de ésta me siento muy orgulloso: entre gresca y gresca, dentro de un ambiente de sinceridad y amistad, los portavoces de los grupos nos conchabamos para que los benjamines acabaran sus carreras. En la política hay que estar con la seriedad del profesional y la absoluta ligereza de equipaje del amateur.

-¿Cuál sería el límite?

-El tiempo que uno estime que puede ser útil en esa lucha en la que está metido, si te preocupa qué será de ti mañana es que algo está fallando. No quiero decir que sea el caso de esta corporación municipal, pero conviene tenerlo claro.

-También hay personas que están toda la vida en política.

-No son indispensables, pero casi. Pero son muy pocos.

-¿Y ha apostado usted por nuevos valores del partido?

-Siempre he apostado por el partido. En la única bulla interna en la que he estado fue en oponerme a aquella mal llamada renovación que nos llevó a un partido que alguna vez definí como un martillo de cristal. Muy bonito, pero no sirve. Los partidos no están para darle gusto a los militantes, están hechos para darle servicio a los sectores sociales que, en nuestro caso, están muy claros cuáles son. Renovar fue quitar de en medio a una parte del partido para hacer un partido más ligero. A veces oigo a algunos que dicen que, en esta tesitura, se necesita un partido más fuerte. Ay, madre... Algunos sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena.

-Lo que sí es cierto es que el clima de confrontación va en aumento. ¿Cree posible gobernar en minoría, como se hizo en su mandato?

-No hace falta una mayoría matemática para gobernar. Me preocupa el exceso de ruido, andamos de ruido hasta aquí (el cuello) estos días. Quizás deberían oírse algunas voces para acabar con ello.

-Mucho de ese ruido viene de los juzgados.

-Clarísimamente. Lo de los ERE... Siempre lo he tenido claro: quien tenga la responsabilidad que lo pague. Pero me preocupan ciertos personajillos, intermediarios, conseguidores... Oiga, eso en la derecha, al parecer, pasa todos los días. Y la derecha trata de encontrar elementos para hacer ver que todos son iguales. No es verdad. Sólo hay que pararse a pensarlo un poco.

-¿Y qué concluye?

-El PP es tan amplio que integra comodísimamente a la extrema derecha y su papel será romper los grandes logros del estado del bienestar. ¿Por qué no voy a votar yo a Zoido? Se preguntan algunos. Por su puesto, vótelo, pero si lo hace que sea de forma directa porque si lo hace para no votar al PSOE de modo indirecto estará ayudando a que se abra la puerta a algo que al final lo que busca es hacer negocio con la educación, la sanidad, las pensiones. Los golpes de Estado no sólo se dan con gorra de plato y tanques en la calle, hay una forma encubierta y dolorosísima que es arramblar con todos los logros colectivos que son los que han dado al final dignidad a las personas.

-Está la posibilidad de pactar y ahí lo tiene más fácil el PSOE.

-Yo sé de una vieja escuela, PSOE, que jamás habla de pactos antes de que se produzcan los resultados electorales. Luego, si se producen en términos razonables son legítimos, pero hay que recordar que también se puede gobernar en minoría, te da absoluta responsabilidad de todo lo que haces. Yo empezaba el día a las ocho de la mañana despachando con los jefes de área y echando una larga conversación con Adolfo Cuéllar (IU), un ser maravilloso. Y cuando Alejandro [Rojas Marcos] entraba recién perfumado con el periódico bajo el brazo a las 10:30 o las 11:00 ya llevaba yo horas trabajando.

-Habla de Adolfo Cuéllar. La izquierda también ha cambiado mucho, ¿no?

-No lo sé. Pero hay una pregunta que deberíamos tener claro: ¿Qué espacio quiere ocupar la izquierda? No hay nada a la izquierda del socialismo. A veces es difícil encontrar un sitio en la política.

-Y mantenerlo...

-Bueno, la ciudad puede tener un buen alcalde socialista. Personas que han estado en los encuentros con Juan Espadas salen satisfechos por su capacidad de convencimiento, de sensatez, eso es importante.

-Juega en contra su poca notoriedad, sobre todo, comparado con su principal rival.

-Me preocupa que no se haya empezado antes con esos encuentros. Hay que estar en las redes sociales, pero también en los mítines y de eso habrá tiempo. En Sevilla, el candidato del PP ha aplicado la estrategia de Álvarez del Manzano de decir a todo el mundo que sí. Eso es imposible y la gente lo sabe. Pero me hubiera gustado que el PSOE hubiera tenido más tiempo para el boca a boca entre ciudadanos. Aunque ya se verá.

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