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Sevilla

Más allá de un Pregón mítico

  • La familia de Rodríguez Buzón rinde homenaje a la persona del famoso orador

Cada Domingo de Pasión tienen una cita especial con la memoria de quien para ellos es mucho más que el pregonero que rompió los moldes hace casi 52 años. Su sobrino, Gonzalo Rodríguez-Buzón Calle, le recuerda a diario: "Oí el Pregón de mi tío por la radio en compañía de mi hermano y de mi primo. Estaba en Granada estudiando Farmacia. Cuando terminó, cada uno le puso un telegrama de felicitación. Al mío le añadí una tarjeta de visita. Cuando recibimos todos sus papeles, mi sorpresa fue que había guardado todo. Allí estaban nuestros telegramas y mi tarjeta". Tiene el consuelo de saber que el mundo de las cofradías lo tiene todavía muy presente: "Percibo cómo en la ciudad se siguen acordando de él. Fíjese que cuando pago con la tarjeta Visa en un comercio y leen los apellidos Rodríguez-Buzón, me preguntan en muchísimas ocasiones si tengo algo que ver con el pregonero".

La clave para rescatar aquella intervención antológica está en un aparato cuya marca comercial repite una y otra vez su sobrino: "Mi tío tenía el Pregón grabado en un magnetofón de la marca Ingra. Gracias a aquella grabación se pudo sacar el disco comercial hace unos años. Nosotros nos compramos en Granada uno igual en 1952 que nos costó mil pesetas y que pagamos en plazos de cien pesetas. El Pregón lo dio de memoria, porque mi tío tenía una memoria prodigiosa".

Más allá del Pregón mítico está la persona, el hombre, el vecino de la calle Sor Ángela que se mudó una vez al Porvenir y otra a la collación de la Magdalena, el aficionado a la pintura, como demuestra su colección de obras de Antonio Adelardo, Florencio Aguilera o Miguel Ballesta: "Ir por la calle con Antonio era un auténtico espectáculo. No sé cómo conocía a tantísima gente. Hablaba con todo el mundo. Te lo podías encontrar de tertulia con los limpiabotas, que decían que era el hombre con los zapatos más limpios de la ciudad. Era un sevillista forofo, pero muy respetuoso con el Betis. A él le gustaba que ganaran los dos. Mis hijos son todos sevillistas por mi tío Antonio. Y casi todos los nietos, también. Antonio era muy amigo de sus amigos. Y eso es casi lo más importante que se puede decir de una persona. Cultivaba mucho las amistades en sus tertulias del Portón, el Rinconcillo, Góngora…Le gustaba su copita de tinto de Morales, el mismo tinto que me enseñó a beber a mí. Curiosamente, cuando fue director de la Feria Iberoamericana de Muestras tenía como chófer al capitán de la centuria, El Pelao. Y es que necesitaba el chófer, porque intentó aprender a conducir y fue imposible".

Rodríguez Buzón tenía un palco en la Plaza de San Francisco y dos sillas en Sierpes ubicadas estratégicamente con rápido acceso a Ochoa: "Vivía muchísimo la Semana Santa. ¡Cuantísimas estampas de imágenes guardaba aquel hombre! Sus hermandades eran el Amor, el Valle y la Macarena. Yo soy del Valle por él. Y un hijo mío es del Amor y otro de la Macarena para que su apellido se conserve en sus hermandades. De nazareno se vestía en su casa de la calle Sor Ángela. Salía en el Valle y en la Macarena. Y el Miércoles Santo había salido en los Estudiantes de Osuna, una hermandad que él promovió mucho. Yo iba de nazareno en esa hermandad y recuerdo que se me acerco y me dijo: Cuide el orden y la fila. Se pegaba una auténtica maratón".

La esposa de Gonzalo, Pilar Morales, confirma el relato: "Yo le tenía un cariño enorme. Nuestros hijos eran como sus nietos. Cuando venía a verlos se ponía un traje que tuviera más usado para permitir que los niños se le subieran encima. Nuestra hija, que apadrinó, se llama Ángeles por su suegra".

Y Ángeles Rodríguez-Buzón Morales fue su ahijada: "He tenido la enorme suerte de tener como padrino a mi tío abuelo Antonio. Me lo daba todo. Si me fijaba en una muñeca que estuviera en un escaparate, me decía que siguiera paseando, entraba en la tienda y aparecía con la muñeca. Todos los domingos me iba con mis tíos a la casa de la calle Mateo Alemán. Iba con ellos a misa en la Magdalena. Una vez me regaló una bicicleta naranja y para dármela me dijo que le fuera por un libro a su cuarto. Al entrar me encontré con la bici de sorpresa. También iba a su casa en Villanueva del Ariscal, donde tenía una piscina. Me compró el flotador y los manguitos, y no me dejaba bañarme sin ellos. Jugaba a las canicas con mis hermanos como un niño más. Corría con nosotros. ¡La de veces que se cayó!"

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