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Sevilla

No hay antídotos contra el olvido

Nadie es profeta en su tierra. Lo dijo Jesucristo de sus paisanos de Nazaret. El libro se titula Pioneros y Mártires de la Radiología Sevillana porque fueron los primeros, los que abrieron el camino, y porque pagaron con su vida los riesgos que corrieron para salvar a miles de pacientes.

Ésta es la historia de tres médicos sevillanos llamados Felipe Carriazo Piquero, José Manuel Puelles Ruiz y Leopoldo Murga Machado. Tres gigantes con los que dio de una forma fortuita Antonio López Jiménez (Huelva, 1951), el autor del libro, un radiólogo que hizo la carrera y la especialidad en Sevilla y la desarrolló en el hospital Infanta Elena de Huelva, su ciudad natal.

Llegó a sus manos el trabajo de un equipo de la Universidad de Castilla-La Mancha sobre médicos que empezaron con los rayos equis, esa estela que inició el 22 de diciembre de 1895 el alemán Wilhelm Conrad Rontgen analizando la mano de su esposa Berta. "En el trabajo mencionaba a nueve especialistas y al final, como coletilla, un epígrafe titulado Otros en el que aparecían estos médicos sevillanos".

No entendía que se vieran relegados, pero menos aún la indiferencia con la que su ciudad dejó pasar de largo cualquier asomo de reconocimiento. "Los doctores Carriazo y Puelles murieron por experimentar con rayos equis, que producían alteraciones biológicas. Fallecieron de cáncer linfático, les amputaron varios dedos. Debieron tener un final espantoso. El doctor Murga tuvo más suerte. No murió por los rayos equis, sino por un coma diabético".

El doctor Puelles viajó en silla de ruedas en 1914 desde Sevilla a Praga a un congreso internacional de Radiología. "Cuentan las crónicas que la gente estaba puesta en pie aplaudiendo y llorando". En 1934 le ponen una calle en la parroquia de San Gil y en 1939 se la quitan. ¿Motivo? Su hijo, también profesional de la Medicina, facultativo titular del Sevilla Fútbol Club, era presidente de la Diputación y fue fusilado en el fatídico kilómetro 4 de la carretera de Carmona. Como castigo añadido, a su padre le quitan la calle, que nunca repusieron, ni siquiera cuando rotulan una con el nombre de su hijo y su rehabilitada memoria.

Al doctor Carriazo nunca le pusieron una calle. Dice López Jiménez que no guardaba parentesco con el Carriazo medievalista y arqueólogo que descubrió el tesoro del Carambolo. Vivía en el Altozano y su familia intentó reparar ese olvido propio de desagradecidos. "Su nieta se casó con Vicente Domínguez Acosta, un oftalmólogo que fue hermano mayor de la Esperanza de Triana", cuenta el doctor López Jiménez. En 1981 mandó una carta a Abel Infanzón, seudónimo periodístico de Antonio Burgos, en la que le informaba de los méritos de su abuelo político. El destinatario se hizo eco. Cuando el radiólogo choquero empezó a seguirle la pista a estos tres ilustres precursores y colegas, tenía previsto visitar al doctor Domínguez Acosta, pero murió hace unos meses.

"Todos los médicos catalanes que aparecen en el trabajo tienen calle en Barcelona", dice López Jiménez, que en su libro cita a los radiólogos barceloneses Eduardo Fontseré y Riba, César Comas y Llaberia y su primo Agustí Primo y Llaberia. "Aquí se le da una calle a cualquiera, y hay una especie de amnesia colectiva con los que de verdad se lo merecen". Para evitar los letales efectos de la radiología, los especialistas empezaron a utilizar delantales de plomo. "Ellos se expusieron en cuanto le ponían la mano debajo de la ropa a sus pacientes. Eran desconocidos los riesgos que corrían".

El siglo XIX que trajo el teléfono, el ferrocarril y la electricidad llegó a su recta final con tres inventos fundamentales, todos de 1895: el cinematógrafo, la radio y los rayos equis. Los Lumière y Marconi ya forman pare del santoral científico. Los doctores Carriazo, Puelles y Murga siguen siendo tres perfectos desconocidos, ocultos bajo la capa de sus ilustres apellidos, inquilinos de un anonimato del que los rescató este radiólogo del siglo XXI que fue adjunto en el hospital Virgen del Rocío y trabajó en la clínica Sagrado Corazón.

Al libro lo animaron algunas de las personas que escucharon la conferencia que dio sobre estos tres médicos en el Ateneo de Sevilla. Por este trabajo recibirá un premio de la Academia de Medicina de Sevilla en abril.

Emprendedores y aventureros, palabras tan gastadas ahora le venían como anillo al dedo a los tres. Felipe Carriazo murió en 1919 por un carcinoma radioinducido; Leopoldo Murga fallece en 1923 por un coma diabético. Y Puelles muere en 1925 por afectación hematológica. Los años del charleston que precedieron al crac de Wall Street se llevaron a estos tres pioneros y mártires.

Carriazo estudió bachillerato en Granada, donde nace, y en Málaga. En 1897 crea en Sevilla el primer gabinete de Radiología de Andalucía. Estudió la especialidad en Burdeos y París y fue cirujano de la plaza de toros de la Maestranza. Puelles nace en Cádiz y se traslada con su familia a Ayamonte. Se casa en 1893, con 19 años, y con veinte se va a París para estudiar remedios contra la difteria y la sífilis. Ejerció en Sevilla y varios pueblos de la provincia: Santiponce, Puebla de Cazalla, Morón y en Bornos, provincia de Cádiz. Murga nació en La Habana, hijo de comerciante. Estudió Medicina en Sevilla. Trasladó su laboratorio a la calle Julio César. Pioneros y dos veces mártires: de los rayos equis y del olvido, mucho más corrosivo.

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