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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

calle rioja

Lo azul empieza en Los Amarillos

  • Cambio de horizonte. El abril sevillano descubrió mucho antes que el mayo francés una obviedad: debajo del asfalto está la playa. La intrahistoria de la ciudad está llena de historias de playa

LO verde empieza en los Pirineos y lo azul en los Amarillos. La legendaria línea de autobuses que ha llevado a miles de sevillanos a las playas y que aparece en las memorias de Jacobo Cortines. Se va la Feria, llegan los primeros calores y nos convertimos en descamisados sin Evita Perón. Nos ha cogido en fuera de juego la primavera, clarines de Feria de Jerez, con el aperitivo de las motos que proclamaron el dominio de Valentino Rossi. La ITV de simpecados en los preparativos del camino. En el mayo francés pretendían encontrar la playa debajo del asfalto. Con eso de que París, según tituló su novela Vila-Matas, no se acaba nunca. Pero el abril sevillano es en ese sentido mucho más revolucionario que el mayo francés: no es que piense o intuya, es que sabe que no hay otra cosa que la playa debajo de esta jungla del asfalto sin John Huston. La palabra playa se convierte en centro de tertulias y comentarios. Las elecciones fueron la cantinela del invierno y se van a convertir en la canción del verano.

La intrahistoria de Sevilla está llena de historias de playa. Antonio es de Sevilla y María es de Jerez. Se conocieron en Chipiona, ese topónimo que inmortaliza a Escipión el Africano, cuna de la tonadillera Rocío Jurado que interpretó el himno de Andalucía en la película de Josefina Molina La Lola se va a los puertos. Sevilla es la capital política de Andalucía, hubo un tiempo en que estuvo a punto de serlo Antequera, pero en su singularidad es como si esta ciudad fuera una comunidad autónoma, taifa para su bolsillo, una suerte de Extremadura dividida también en dos provincias. En lugar de Cáceres y Badajoz, ese tándem de secano que llenó América de valientes exploradores, Sevilla se subdivide cuando se consagra la primavera en dos provincias: Cádiz y Huelva. De Huelva salieron las carabelas y de Cádiz volverán a salir veinte años después, algo debían tener en común Kichi y Teófila, los petroleros. Sevilla es de interior hasta que entra el último nazareno de la Soledad de San Lorenzo. El alumbrado de la Feria empieza a certificar la búsqueda de otros horizontes, porque las casetas serán privadas, pero los cielos, incluso los que perdimos con Joaquín Romero Murube, los cielos de Sevilla siempre han sido públicos.

Y ese azul del cielo que se mezcla con el azul del mar como en un cuadro de Guillermo Pérez Villalta estalla en la paleta de la ciudad cuando sobran chaquetas y cazadoras. Comuniones de abril y mayo ilustran ese cambio climático. Las grandes palabras son una mala copia de los pequeños detalles. Chipiona y Matalascañas son dos Sevillas trasterradas. Hay muchas más en esas dos franjas del litoral separadas por ese paraíso terrenal llamado Doñana, que salvó del expurgo un señor de Valladolid llamado José Antonio Valverde. A Sevilla siempre tiene que venir un señor de Valladolid a ordenar las cosas: el centro del campo (Julio Cardeñosa), el patrimonio artístico del Barroco (Enrique Valdivieso) o el desmadre de las almas (Carlos Amigo Vallejo).

Antonio y María se conocieron en Chipiona y son padres de dos joyas balompédicas del Triana, Antonio y Alberto, que juegan en el Charco de la Pava. Un Messi y un Cristiano que estudian en las Salesianas de la calle San Vicente. Su madre devora los libros de María Dueñas, que encima eligió su patria chica, tan grande, el Jerez de Lola Flores, Pemán y Caballero Bonald, para rematar la trama de su última novela. Su padre es hermano de la Macarena con mando en plaza. Cuando llega este tiempo, Sevilla y Jerez vuelven a buscarse en Chipiona, el kilómetro cero de esta historia de amor. Aquí sí hay playa, vaya vaya, una en Cáceres y otra en Badajoz, playas de Cádiz y de Huelva que no las une la carretera pero sí vínculos más sólidos como la guitarra de Paco de Lucía, que se trajo a su portuguesa hasta Algeciras, como los belenes de Florencio Aguilera, que viajan desde Ayamonte a El Puerto de Santa María o las coplas de Enrique Villegas que desde la misma frontera con Portugal, batalla del Guadalete con tregua en el Guadiana, llegaron hasta el Carnaval de Cádiz, junto a las playas donde Quiñones entona la canción del pirata.

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