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Sevilla

La cabeza no es el final

  • Cien años después de su apertura, Maquedano mantiene la escalera de caracol, el escaparate y una tradición familiar de vender sombreros de cinco generaciones

Cristina estudió Filología Francesa y su palabra favorita es chapeau. Representa la quinta generación de sombrereros de Maquedano. Entró en la tienda con 27 años, pero mucho antes, siendo niña, esta esquina de Sierpes con Rioja era su lugar de juegos. El territorio sagrado de don Santos, su padrino y bisabuelo. Santos Cardoso Jara es un nombre imprescindible de esta historia. Lo suyo no eran los sombreros, sino los jamones, que despachaba en La Flor de la Sierra. Eran jamones de Jabugo, su pueblo y de su padre.

Un día apareció por allí a comprar un jamón Pepita, la sobrina de don Federico Cárdenas. Este sevillano cabal había viajado a Cuba a comienzos del siglo XX y atribuyen a ese viaje su idea de montar una tienda de sombreros. Compartió el proyecto con Juan Maquedano, su cuñado. Y cuando su sobrina se trajo a la tienda al joven vendedor de jamones que la cortejaba, don Federico vio el cielo abierto. "Ya podía llevar tranquilo su vida de señorito: ir al Casino, a la peña sevillista El Relente", cuenta Miguel Peña, el empleado más antiguo.

Maquedano es la más joven de las casi setenta empresas centenarias incluidas en el libro que ha editado la Confederación de Empresarios Sevillanos con patrocinio de Cajasol. Centenaria de 1908 por los sombreros y por los pelos. Hay cosas que desaparecieron: el taller en la planta alta donde trabajaban los sombrereros y las forradoras, nombre femenino del oficio. Los sombreros de ala ancha ya no los hace Fernández y Roche (empresa de 1885) y las sombrereras o bobinas donde los guardan ya no se fabrican en Cartonajes Berrio (1885), pero hay cosas que ni el tiempo ha tocado.

Siguen la misma escalera de caracol, el mismo escaparate. Se mantiene incólume la tradición familiar desde que don Santos puso la sombrerería a nombre de su nieta Cristina Menéndez Cardoso, la madre de la filóloga. Miguel Peña y María Romero tienen dos cosas en común: los dos cumplen años el mismo día, el 9 de abril. Él nació en Sevilla en 1937; ella en Barcelona en 1966. Miguel llegó para trabajar dos meses en sustitución de un empleado enfermizo y suma más de medio siglo en la casa. Esos dos meses son los que lleva en Maquedano María, que antes fue profesora de Inglés, trabajó en una tienda de ropa, una cafetería y una tasca. "Mi bisabuelo y mi abuelo eran malagueños y clientes de Maquedano".

Maquedano mantiene su prestigio internacional. Llaman de una tienda alemana y llegan unos clientes franceses. De niña, Cristina se ponía a marcar gorras y sombreros. Muestra una de las reliquias de la casa. Se llama conformador y es un artilugio alemán para medir cabezas digno de un caballero medieval. "Mide exactamente la forma craneal".

Ese aparato se lo llevó un día Miguel al Seminario de San Telmo para medir las cabezas de la promoción de seminaristas que iban a usar el gorro en su estreno sacerdotal. "También se la medí al cardenal Bueno Monreal". Los curas confirmaban y antes Miguel los conformaba. Vivió los tiempos en los que ir descubierto por la calle se consideraba ofensivo, antes del sinsombrerismo. "Al cliente se le preguntaba: ¿Se lo lleva puesto o se lo mandamos? He llevado sombreros al marqués de Contadero, al dueño del Mercantil, a los Guardiola". Maquedano vestía a los guardas de Parques y Jardines del Ayuntamiento.

Por Maquedano pasaron desde escritores que buscan estampas de ambiente al equipo de guionistas de la película sobre Belmonte, "buen amigo de la casa". Hubo un cliente que aparecía esporádicamente con un sombrero para que se lo limpiaran. Era un bético que lo lanzaba al campo cada vez que marcaba un gol Finidi y el maquedano ajustado en la cabeza del nigeriano ocupaba las portadas de los diarios locales y deportivos.

"En la novela y el cine negro, los personajes pueden salir sin arma, nunca los verás sin sombrero". María Romero vio a Humphrey Bogart en una película sin sombrero "y me decepcionó". Cuando la madre de Cristina se hizo con el negocio, introdujo las pamelas de señora para ceremonia. Una revolución en una tienda de caballero. Miguel Peña recuerda una visita de Lola Flores, "que se probó unos cuantos y se llevó uno rojo y uno negro". Fueron clientes Farina y el Príncipe Gitano, Pemán y Paco Rabal. "La baronesa von Thyssen vino por aquí a por un sombrero".

Las Cristinas, madre e hija, se implicaron en el negocio centenario. Quedaron fuera el padre, abogado de profesión, y la hermana, que estudió Humanidades y prepara oposiciones para conservadora de museos. Maquedano es un museo de sombreros, con historias fantásticas como el sombrero de ala ancha que nació del sudor jornalero de sol a sol y ahora se usa por la gente del sur para montar a caballo y la gente del norte para ir a los toros; como la génesis del sombrero panamá, que debe su nombre a quienes lo llevaban para protegerse de la canícula mientras construían el canal de Panamá y, sin embargo, se fabrica en Ecuador; o como la última canoa curial que pretendió un cura del Palmar y se la vendieron al párroco del Tiro de Línea.

Cien años después, vuelven poco a poco los sombreros, con aliados insospechados: los dermatólogos y la alopecia.

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