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Sevilla

Un homenaje al oficio más blanco

  • El Museo de la Cal de Morón recrea y muestra una forma de vida que está al borde de la extinciónl MUSEO DE LA CAL Calera de la Sierra. Morón de la Frontera. Visitas concertadas, llamando al 654090555, o a la agencia RB Travel de Marchena, 954844700.

A sus casi 70 años, Miguel Escudero es historia viviente. Vivió un época en la que Morón de la Frontera, dice, "todos éramos caleros" y en la que desde casi niño aprendió a manejar la dinamita, "incluso la hacíamos con azafrán y vinagre", para obtener de la cantera la piedra caliza. Hoy, es consciente de que su oficio está muriendo y, a falta de aprendices a quienes enseñar el proceso de la obtención de cal artesanal, lo explica, así como la forma de vida de los antiguos caleros, a los grupos de visitantes a los que guía por el Museo de la Cal de Morón.

Esta iniciativa, que surgió en 2001 gracias a un grupo de siete amigos, la Asociación de Amigos de la Cal de Morón, y que cristalizó en el año 2006, con la apertura del museo, es un homenaje a una profesión y una forma de vida que en Morón tuvo especial importancia, por la situación geográfica de la localidad, entre la montaña donde extraía la piedra y la campiña de olivares donde se obtenía la leña para cocer los hornos.

En Calera de la Sierra, donde está ubicado el museo, llegó a haber hasta 23 hornos de cal, explica Manuel Gilortiz, presidente de la asociación, de los que la mayoría están destruidos. "Antes se cocían hasta 40 hornos al año, en los que se metían 150.000 kilos de piedra y se consumían 100.000 kilos de leña, para sacar unos 100.000 kilos de cal. Ahora sólo queda una familia en la Calera y se cuece un horno al año".

Pero el poblado sigue vivo. La Asociación compró y restauró dos hornos, junto a la casilla donde vivían los caleros, y con el tiempo lo han ido transformando en una exposición que, sin funcionar aún al cien por cien, sí supone una interesantísima muestra cultural y etnográfica.

El museo ofrece a los grupos que lo visitan previa cita concertada los dos hornos restaurados: uno con las piedras ya colocadas para cocer -las armaderas o más grandes, alineadas junto al muro, los matacanes o ripios- y otro vacío a cuyo interior se puede acceder a través del pecho. "Que lo llamamos así por la pechá de trabajar que nos dábamos", bromea el viejo calero, quien explica que se tardaban de 15 a 25 días en llenarlo. Y tras cocerlas, y a pesar del calor, a veces tenían que sacar la cal al día siguiente.

También se puede visitar la casilla, donde se puede ver cómo vivía una familia de caleros, y la sala de proyecciones, con tres documentales, uno de ellos de dibujos animados, donde se explica el proceso de obtención de la cal artesana. Un oficio, explica Miguel, que se pierde "porque ya no trae cuenta. Es muy duro y ya no daba ni para el sueldo".

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