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Tribunales El juicio a una cuidadora acusada de la muerte de un niño con parálisis cerebral

Las 43 horas de la niñera boliviana

  • La joven acusada de dejar morir a un niño que padecía una parálisis cerebral asegura que, tras perder las llaves de la casa, no pidió ayuda a la Policía porque tenía "miedo" por su situación irregular en España

La Audiencia de Sevilla inició ayer el juicio contra la niñera boliviana Irene C. C., que se enfrenta a una condena de diez años, acusada de la muerte de un niño que sufría una parálisis cerebral y al que dejó abandonado durante 43 horas mientras sus padres se hallaban de viaje en Ceuta.

Durante la primera sesión de la vista oral, la niñera trató de explicar a los nueve miembros del jurado por qué no avisó a la Policía ni puso en conocimiento de sus amigos que había perdido las llaves de la vivienda, que entregó a un chico ecuatoriano que conoció en una discoteca. En su relato de los hechos, la acusada dijo que nunca dejó de pensar en el niño enfermo -que necesitaba la ayuda de otra persona para cubrir todas sus necesidades, ya que solo no podía comer ni beber, ni pedir ayuda porque no hablaba- y atribuyó el hecho de que durante esas más de 40 horas no avisara a la Policía al "miedo" que tenía por hallarse de manera irregular en España.

Irene C. C. explicó ayer al jurado que comenzó a trabajar en el domicilio del pequeño, ubicado en la avenida de San Francisco Javier, por mediación de una religiosa, que le indicó que la familia buscaba una persona para la realización de las tareas del hogar. Según la acusada, una semana después de comenzar a trabajar en la casa, la madre del niño le dijo que tenía que darle de comer y beber al pequeño, que tenía ocho años, aunque a la cuidadora le daban "miedo" las crisis respiratorias que sufría.

A finales de agosto, la madre le comentó que se quedaría cuidando al niño un fin de semana, mientras acudían a una reunión familiar en Ceuta. Los padres se marcharon el sábado 26 de agosto, sobre las diez de la mañana, después de dejarle preparadas las dosis de medicamentos que tenía que tomar el niño, separadas por días para facilitar la labor de la acusada hasta su regreso, previsto para el lunes 28.

La cuidadora reconoció que estuvo todo el día con el niño, al que bajó por la tarde al parque, como de costumbre. Después de darle la cena y los medicamentos, el niño se durmió sobre las diez de la noche. Irene C. C. permaneció en la vivienda hasta las doce de la noche, cuando decidió ir a casa de una amiga, donde estuvo bebiendo algunas cervezas. De ahí se marchó a una discoteca, aunque ayer dijo que ésta no fue su intención inicial y alegó que en todo ese momento se "preocupó" por el niño y "pensaba volver pronto" al domicilio.

En la discoteca conoció a un joven ecuatoriano -que no puede declarar puesto que ha fallecido en un accidente de moto-, con el que continuó bebiendo y llegó a bailar. Según el testimonio de la boliviana, ya eran las 2.45 horas de la madrugada. "Yo sabía que el niño dormía tranquilo", respondió la cuidadora cuando el fiscal le preguntó si en ese momento también se preocupó por el pequeño. A continuación y mientras iba al baño, la acusada entregó las llaves de la casa al ecuatoriano -sobre las seis de la madrugada-, según dijo durante la instrucción del caso, "en prueba de amor", aunque ayer no hizo referencia a esta motivación durante su comparecencia ante el tribunal.

A su regreso del baño, el joven ya no estaba, por lo que estuvo buscándole dentro y fuera de la discoteca, llegando a coger un taxi y pidiendo el número de teléfono a un amigo del ecuatoriano. Sobre las ocho de la mañana se fue a casa de una amiga, se duchó y volvió a salir sobre las nueve en dirección al barrio de la Macarena, donde vivía el joven al que había entregado las llaves. "Tenía la obsesión de encontrar la llave y de que iba a volver al trabajo y no iba a pasar nada", dijo la acusada, que regresó a mediodía al piso. Por la tarde continuó la búsqueda del ecuatoriano en unas canchas de baloncesto y por la noche se fue a dormir al domicilio de su amiga. Esa noche, cuando le llamaron los padres del menor, les dijo que todo "estaba bien".

Al día siguiente, lunes 28 de agosto, regresó a la Macarena y buscó al joven por las panaderías de la zona, dado que le habían que trabajaba en una de ellas, pero siguió sin localizarle. Cuando a media tarde le llamó la madre del niño y comprobó que lloraba, le dijo que se había muerto "su madre en Bolivia", pero no le contó la verdad.

La acusada admitió que en todo este tiempo se le pasó por la cabeza llamar a la Policía, pero no lo hizo por el "miedo" que tenía a que la expulsaran del país por ser una inmigrante irregular. Cuando los padres regresaron, encontraron al niño deshidratado y a pesar de que lo llevaron de inmediato al hospital, ingresó ya cadáver. En el juicio también declaró ayer la madre del menor, que afirmó que contrató a la boliviana porque le habían asegurado que tenía experiencia en el cuidado de enfermos.

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