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Sevilla

Casi cuatro horas de procesión con un repunte de público

  • La Avenida es el tramo del recorrido con menor afluencia de personas · Ningún altar en el Salvador para recibir al Santísimo tras cinco años de cierre · La custodia entró a las 12:16

Si Sevilla es la única ciudad del mundo donde hay una Madrugada que termina a las dos de la tarde (Burgos dixit), también es una ciudad en la que el Corpus no es en domingo, sino en jueves, pero se disfruta el miércoles. A las once de la noche de las vísperas se acabaron literalmente las tapas en un bar de la calle Francos. Sólo jamón, queso y picos. Sota, caballo y rey. Y vayan abandonando el local que mañana empezamos a tostar pan a las seis y media de la mañana. Un bar sin tapas es como un estanco sin sellos. Pero era la realidad pura y dura. Claro que a pocos metros del bar había un altar, el de San Isidoro, y un cuarteto poniendo el hilo musical oficial de la fiesta. Ambientazo. Todo un contraste con la calle Acetres, huérfana de cualquier exorno cuando en otros tiempos era una competición entre comerciantes y anticuarios por ver quién alzaba los más originales altares. La calle Acetres que perdimos. Un Corpus sin Acetres, con sus bullas y sus peculiarísimos personajes que esperaban ansiosos la llegada del jurado, no es lo mismo. Es como cuando la procesión perdió al tío vestido con una cubana que iba siempre en el primer tramo de cirios. Los trajes oscuros han globalizado el cortejo. Hoy no se entendería aquella camisa cubana.

Como difícilmente se sigue entendiendo la composición de un cortejo con la gran mayoría de los pasos acumulados en el tramo final. Es uno de los misterios del Corpus sin resolver. Por eso no extraña que la Avenida sea el tramo menos poblado del recorrido. Es por donde antes pasa el cortejo. Demasiado temprano para contemplar tan pocos pasos y tantos trajes oscuros. El gentío comienza a aparecer con fuerza en el Salvador, donde las puertas del templo estaban abiertas como señal de respeto al Santísimo. Pero este año, curiosamente, no estaba el altar de la Virgen del Voto. A pesar del carácter eminentemente sacramental de Pasión y de ser el primer año del Salvador recuperado, nada especial se había montado en unas escalinatas convertidas en tribuna. Los silleros han suprimido más sillas de la cuenta, sobre todo porque ayer se notó cierto repunte de público en algunas zonas. Salvo la decadente Avenida, la verdad es que Cerrajería, el Salvador, Cuna y Francos estaban bien pobladas. El personal se orienta y aprende rápido que el grueso del Corpus puede contemplarse sin problemas a partir de las nueve y media. Que se lo digan a la vecina del cuarto de un piso de Villegas, que se vio la comitiva entera en bata.

El Corpus no hay que verlo necesariamente en primera fila, pero una buena ubicación sirve para apreciar muchos detalles. Por ejemplo, el escaso sentido del ridículo de algunos al colgarse toda suerte de medallas en el chaqué. Otro ejemplo, las insignias rarísimas que figuran tras el paso de San Isidoro. Alguna era más propia del rodaje de Camelot, Ivanhoe o El Santo Grial. Y otro más, las cábalas del público para enterarse quién era el obispo negro que procesionó (que verbo más horripilante) justo delante de la custodia. Una custodia que llega y se hace el silencio. Es el mejor momento del día. Dura poco. Entró en la Catedral a las 12:16. Y al caer la tarde parece que se produjo hace una eternidad.

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