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La luz de las Atarazanas

MUCHO se está hablando y debatiendo sobre la propuesta de centro cultural en las Reales Atarazanas. Las consideraciones se están centrando, fundamentalmente, sobre los efectos físicos que la intervención puede provocar en las viejas fábricas del astillero medieval, tanto sobre la parte visible como sobre la soterrada, y no por ello menos monumental. En cambio, quiero centrarme en un aspecto menos material, pero extremadamente importante a la hora de la definición de los espacios: la luz.

Decía Louis Kahn que "la elección de la estructura es sinónimo de la elección de la luz que da forma a ese espacio. La luz artificial nunca puede igualar a los matices creados por las horas del día y la maravilla de las estaciones". Sin duda su luz forma parte de nuestra imagen de las Atarazanas, recordándola como un espacio brillantemente iluminado. Verifiquemos, por tanto, si las obras previstas afectan a esa imagen luminosa. Desafortunadamente creo que, por el contrario, la intervención prevista va a suponer una pérdida de luz natural y un oscurecimiento general del recinto. Vayamos por partes.

 

La magnífica Sala de Armas ubicada en la planta alta del edificio de Temprado cuenta con doble iluminación natural, tanto desde la fachada exterior como de la interior. Esta última se perderá completamente al adosarse por dentro los nuevos núcleos de aseos, ascensores y escaleras. En la planta baja de este mismo edificio también se perderá bastante luz al cegarse los patios existentes al inicio de las naves dos y tres; negativo efecto que alcanza también a algunas de esas mismas naves, concretamente a buena parte de la segunda, tercera y cuarta, contadas a partir de Dos de Mayo, que verán reducida su luminosidad actual.

 

Junto a las bóvedas dieciochescas existen una serie de óculos ovales, en especial en la nave dos, que, al situarse a mayor altura que la cubierta de la nave una, permiten la entrada de luz y que ésta se refleje en el interior de bóvedas y fábricas, dándole el relieve que hoy apreciamos. Efecto luminoso que se perderá por completo por culpa de la construcción, sobre estos óculos, de la terraza de la irrenunciable cafetería.

 

No terminan aquí las pérdidas de luz natural que provocará el proyecto actual. En la actualidad las naves tres, cinco y siete disponen de cubiertas acristaladas en casi toda su longitud. Pues bien, también aquí se perderá luz natural al reducirse la superficie acristalada, en especial en las naves tres y cinco al construir una nueva planta alta para aseos, vestíbulos, ascensores y escaleras mecánicas. Menos luz aún.

 

Pero lo que considero más grave es la desfiguración que se produciría en uno de los principales enclaves del monumento: el que podríamos calificar como el crucero de esta Catedral civil. En la zona próxima a la muralla y paralelo a ella existió un pasaje interior para conectar el edificio con el jardín posterior a la iglesia de San Jorge. Por esa razón se sustituyeron algunas arcadas medievales por arcos de medio punto pareados, sobre columnas de fundición. Al quedar el edificio con sólo siete naves, la nave cuatro se convirtió en su eje central que culmina con el telón de fondo de la muralla musulmana. Al encontrarse este eje con dicho pasaje se produce este crucero que es un espacio casi cuadrado, destacado por la existencia de elementos arquitectónicos de distintas épocas, subrayado por la iluminación natural proveniente de la montera acristalada y realzado por una ornamentada vidriera semicircular, lo que ha convertido este lugar, aun hoy, en un espacio altamente significativo y muy valorado. 

 

Desafortunadamente esta singularidad espacial no ha sido considerada en el proyecto que no ha encontrado otro destino a tan singular enclave que ubicar aquí una descomunal escalera metálica de seis idas y de estética fabril, para evacuación de un salón de actos incomprensiblemente situado a 10,6 metros de altura, sustituyendo al actualmente existente en la planta baja. Una estructura extraña, opaca y desproporcionada que necesariamente, por su emplazamiento singular, focalizará y trivializará el homogéneo espacio del monumento, dificultando la percepción completa de la nave, anteponiéndose a la visión de la muralla, que supondrá la pérdida de su singularidad, realmente única entre la trama uniforme del monumento. También desaparecerán las dos tensiones que lo definen, en especial la que, desde la entrada, tiene como fondo de perspectiva la muralla islámica. En cuanto a la afección sobre la luz natural del monumento, también reducirá significativamente la de las zonas inmediatas al perderse el lucernario que le daba el mayor realce, transformando este espacio en una zona oscura.

 

A punto de publicar estas líneas me llegó la noticia del acuerdo para ampliar la zona a excavar. Creo que es un ejemplo de enfoque equivocado a un problema. Lo que tanto las academias como las entidades conservacionistas reclaman es que no se haga daño al monumento. ¿Y con qué se le hará daño? Recargando sus naves medievales con más edificaciones. Sobrecarga para un innecesario salón de actos en altura y, sobre todo, por una injustificable cafetería en la cubierta salvo por intereses económicos. Ésta, y no otra, es la razón de los brutales refuerzos de hormigón (encepados y micropilotes de 20 metros de longitud) que atenazarán las pilastras medievales. Todo lo que no sea eliminar sobrecargas y refuerzos es no afrontar el problema. Lo paradójico de la ampliación que se propone es que quedarán a la vista un buen número de pilastras con sus encepados y pilotes que, evidentemente, poco aportarán a la apreciación del monumento.

 

Es ineludible la reconsideración de un proyecto que afecta en tantos sentidos a la percepción y conservación de un monumento clave de nuestra historia.

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