50 años de la operación clavel Recuerdos de una tragedia imborrable

"Mi madre se metió en cama y no salió más, se enterró en vida"

  • Agustina Marín Pérez las vio salir una soleada mañana de diciembre y nunca volvieron. Sus hermanas Carmen, 26 años, Trinidad, 17, y Rosa, 13, son tres de las víctimas mortales de una de las mayores tragedias que ha vivido Sevilla. Mañana se cumplen 50 años del siniestro producido por la caída de una avioneta que anunciaba la llegada de la Operación Clavel.

El 17 de noviembre de 1961, domingo, recibió el alta médica en el hospital Macarena Eustaquio Márquez Sousa, que había sido intervenido de excesos de pus. El 18 de noviembre, lunes, el ministro delegado del Gobierno para Sevilla, Pedro Gual Villalbí, y la duquesa de Alba despidieron en la plaza de Legazpi de Madrid a la caravana de la operación Clavel que pernoctaría en Córdoba y llegaría a Sevilla un día después. El 19 de diciembre, martes, despegó de la pista del aero-club del aeródromo de Cuatro Vientos una avioneta de la compañía Ícaro pilotada por Luis María Jiménez Romano, de 24 años, que sustituía por enfermedad al piloto titular, y en la que viajaban otras dos personas: Enrique García Fernández, director comercial de la compañía, y Antonio Fernández Navas, fotógrafo de la revista La Actualidad Española. La combinación de esos tres hechos fue nefasta para una tranquila y laboriosa familia de Sanlúcar la Mayor.

"Si a mi marido no le dan el alta ese día, a mis hermanas no les hubiera pasado lo que les pasó, porque no habrían ido a Sevilla". Agustina Marín Pérez, esposa de Eustaquio, vive con la terrible pérdida de sus hermanas Carmen, 26 años, Trinidad, 17, y Rosa, 13. Las tres enterradas desde hace medio siglo en el cementerio de Sanlúcar la Mayor, bajo la atenta vigilancia de un encargado del camposanto sobrino de las fallecidas. Fueron tres de las 24 víctimas mortales producidas por el choque de la avioneta con un cable del tendido eléctrico cuando sobrevolaba la autopista de San Pablo e impactó, con efectos de quemado y mutilación, a quienes vivían una jornada de fiesta que terminó en tragedia. Entre las víctimas figuraban el piloto de la avioneta y el director comercial. El fotógrafo, milagrosamente, sobrevivió y pudo contarlo.

Las hermanas Carmen, Trinidad y Rosa Marín Pérez no fueron de turismo a Sevilla. Las acompañaba su padre, Agustín Marín González. "Los autobuses que salían del pueblo iban repletos y tendrían que ir de pie. Mi padre dijo que eso era muy peligroso, fíjese usted, no sabía el pobre dónde estaba el peligro, y se fueron en un taxi". Isabel Marín Pérez se había ido a trabajar a Sevilla con una tía suya "a lo que había, sirviendo". Conoció a Diego Núñez, encargado de la Cruzcampo, se casaron y se fueron a vivir a un pisito de la Corza. El 25 de noviembre, cuando el Tamarguillo desató su furia, se llevó por delante la casa y enseres. "Mi cuñado estuvo horas en el tejado pidiendo ayuda. Lo perdieron todo".

Isabel Marín era una de las que debía recibir de manos del locutor Boby Deglané, que había definido la Operación Clavel como "una auténtica democracia del corazón", uno de las donaciones en compensación por las pérdidas de la riada. La ceremonia tendría lugar en la plaza de España, traca final suspendida al producirse el accidente de la avioneta, con miles de sevillanos en las calles de la ciudad aguardando lo que se llamó "el convoy del amor".

Agustina contaba 24 años. "Yo no fui porque tenía dos niños chicos y mi marido no estaba recuperado del todo". Las tres hermanas y su padre se encontraron con Isabel. "A ella le entraron ganas de hacer pipí y entró en un bar con mi padre, que aprovechó para tomar café". Las otras tres se dirigieron donde estaba la fiesta, en un puente sobre el Tamarguillo engalanado con flores y ramos de palmeras que después, según relatan las crónicas del día, sirvieron para tapar a algunos de los cadáveres.

Carmen Marín Pérez estaba a punto de casarse. Trabajaba en un almacén de aceitunas, en el Loreto. "Su novio era muy buena persona", dice Agustina, "pasó el tiempo y se casó". Trinidad estaba más tiempo en Sevilla que en Sanlúcar. "Como mi hermana Isabel tenía dos niños chicos, Trini siempre estaba allí echándole una mano. Se iba para Semana Santa y para la Feria". Rosa, la más pequeña, estudiaba en el colegio que hoy se llama San Eustaquio, patrono de Sanlúcar la Mayor.

Las tres hermanas vivían en la misma casa donde ahora reside entre recuerdos Agustina. Ocurrió cinco días antes de Nochebuena, once días antes de la Nochevieja. "En esta casa no se pasa ninguna Navidad", dice Rosa Márquez, la hija pequeña de Agustina. "Nací en 1966, pero siempre he vivido con esta historia". "Mi abuela", dice de la madre de las fallecidas, "se metió en la cama ese día y no volvió a salir más de la casa, se enterró en vida". "Y con todo lo que pasó, incluidas las penurias de la guerra, murió con 97 años", comenta Agustina, que vive entre las fotos de las tres hermanas que perdió aquel martes fatídico y sus seis nietos, además de su bisnieto, Gonzalo, fotografiado de costalero y de monaguillo. Vive con sus salidas al gimnasio, a pintar o a cantar en el coro. "Si me quedo aquí no hago más que pensar y pensar, pensar y llorar".

Recuerda el día aciago. "La llegada de las tres cajas". Una de ellas hubo que desenterrarla nueve días después porque el cadáver de Trinidad lo habían confundido con el de la esposa de un teniente coronel. "El hombre se dio cuenta por el anillo de su mujer". Eran seis hermanos y sólo queda Agustina. Hace un par de años falleció Isabel, la vecina de la Corza que después se fue a la Macarena. Y murió Manuel, el único varón, camionero de profesión, "que ese día no fue porque estaba con el camión. Trabajaba en Transportes Guerrero, especializado en llevar toros de lidia".

En esta familia abundan las mujeres bautizadas con los nombres de Carmen, Trinidad y Rosa. No sabe qué recibió su hermana Isabel como damnificada por la riada. Compensación ridícula a cambio de lo que perdió aquel día de fiesta. "Para dar lo que tenían que dar, no se tenía que formar la juerga que se formó. Yo cada vez que veía a Boby Deglané, que me perdone Dios, me ponía mala". "Mamá, el pobre hombre no tuvo ninguna culpa", tercia su hija Rosa. "Es lo que pienso, porque los que no han perdido nada lo verán todo muy bien".

La duquesa de Alba acudió a Sanlúcar la Mayor al entierro "y estuvo en la casa para darnos el pésame". Rosa se llama Rosa por su tía, aquella niña de trenzas. "Ella murió por falta de asistencia médica, pisoteada por la estampida. Sus dos hermanas murieron carbonizadas".

El cardenal de Sevilla, José María Bueno Monreal, y el obispo auxiliar, monseñor Cirarda, oficiaron en la Catedral de Sevilla el miércoles 20 de noviembre el funeral por 15 de las víctimas: Estrella Abril Domínguez, Joaquín Reche Pérez, Ángeles Leiva Sánchez, Adolfo Herrero Doblas, Ana María Suárez González, Manuel Álvarez Párraga, Antonio García Cardoso, Isabel Salcedo Hombrado, Pedro Muñoz Rodríguez, Ana Rodríguez Romero, Manuel Gómez Rodríguez, Consuelo Martín Morilla, Rosario González, Amparo Rodríguez Caraballo y una mujer sin identificar. En Camas recibió cristiana sepultura Antonio Peñuelas Sivianes. Hubo varios niños entre las víctimas mortales. Cincuenta años después, sorprende que no exista un solo recuerdo visible -sólo el espanto del suceso- de un accidente que no dejó de ser la horrible secuela de un ejercicio de generosidad acorde con la mentalidad de los tiempos.

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