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Un sevillano en Texas

La mocita pudorosa

  • Nuestra Constitución aún está en rodaje en comparación con la de EEUU o con la de Inglaterra.

LOS que estudian inglés habrán notado que mientras la contestación afirmativa a una pregunta en español e inglés, o sea, sí y yes, se escribe y pronuncia de forma diferente, se da la pajolera casualidad de que la contestación negativa es idéntica en ambos idiomas. Se escribe igual y la pronunciación apenas se diferencia. Algo tajante y seca en español, suave y resbaladiza en inglés. Parece como si dichas lenguas se hubieran puesto de acuerdo para conseguir una identidad idiomática que, a veces, elimina ambigüedades al contestar a preguntas sobre actividades que no son de recibo en un país determinado. Así, en Control de Pasaportes en Barajas o en Heathrow (Londres) o en JFK (Nueva York) el recién llegado turista pregunta tanto en inglés como en español: ¿Puedo trabajar? No; ¿Puedo quedarme todo el tiempo que quiera? No.

En tiempos de Franco, no estaba muy de moda. ¿Puedo pasearme en bañador por la playa? No (en los años 40 había que hacerlo en albornoz). ¿Puedo bailar agarrao? No (en los años 40 era pecado mortal en Sevilla y algo más tarde fue tolerado en Huelva, donde había un obispo que miraba para el otro lado). Paquita es una mocita pudorosa, de las que había muchas en aquella época. Su novio, estudiante de medicina le pregunta: "Paquita, anda, enséñame la cicatriz de la apendicitis. Es por curiosidad profesional, ¿sabes?". Respuesta de Paquita: "No". "Bonito coche, este Seat 600; si lo compro hoy ¿me lo pueden entregar en el acto?". Respuesta: "No" (años 50, cuando una lista de espera de tres meses). Si se solicitaba un teléfono. "Comprendo que hay mucha demanda, ¿pero me lo pueden instalar en dos meses?. Respuesta: "No" (en los años 50 había una lista de espera). Al año de solicitarlo se recibía una carta de la Telefónica: "Su teléfono ha llegado. Lo instalaremos dentro de treinta días a partir de la fecha". A las dos semanas otra cartita. "Su teléfono será instalado el 15 de Julio de 9:00 a 12:00". Tres horas perdidas de trabajo (que llegaban a cuatro), pero que le vamos a hacer: un teléfono es un teléfono. Llega el día de la instalación. Alborozo. "Ea, aquí tiene su teléfono", dice el operario de la Telefónica una vez terminada la instalación. Emocionado, el flamante usuario pone el dedo en el disco y trata de llamar a su padre para compartir su gozo. El operario le mira fijamente: "¿Qué hace usted?, le pregunta. "Trato de llamar a mi padre", dice el cliente. "No. No tendrá servicio en un mes", dice el operario. Y así fue, previo pago de 1.000 pelas "de las de entonces".

Era España entonces una sociedad encorsetada, llena de tabús y de no, de prohibiciones y restricciones.

En 1958 trasladé mi residencia a los Estados Unidos. El contraste fue abismal. Lo de la prosperidad ya lo sabíamos. Un master sergeant de las Fuerzas Aéreas de USA, de los que había  unos cuantos en Sevilla por aquellas fechas, ganaba más que un general de brigada español. No era eso sólo. Era que EEUU era una sociedad libre, con menos no -aunque algunos grotescos- y muchos yes, incluidos algunos siniestros. Pero lo sorprendente era, por ejemplo: ¿Puedo insultar al presidente de los Estados Unidos? Yes; ¿Puedo quemar la bandera americana? Yes; ¿Puedo escribir y publicar lo que me de la gana? Yes; ¿Puedo hablar y chillar en público lo que me de la gana? Yes (excepto gritar ¡fuego! en un teatro abarrotado de público).

Me encontré con una sociedad en la que las leyes básicas (common law o ley común) habían emanado del pueblo y ascendían hacia los tribunales mientras que en España derivaban del derecho romano donde el pretor (ordeno y mando) dictaba las leyes al pueblo. Todo era más libre. Hasta el idioma andaba y anda suelto, sin trabas, sin Real Academia ni libros de estilo, pero rico, flexible y hoy -debido a la tecnología- imperial. Había (y hay) una impresionante solidaridad. Siendo un estado federal, el Gobierno central y su muy respetada bandera mantenían (y mantienen) al país unido.

Han pasado más de cincuenta años. Todo ha cambiado en España. Hay una Constitución. Hay menos no. Ya no hay mocitas pudorosas ni listas de espera para un coche o un teléfono. Hay demasiados sí, aunque más vale "no meneallo". Pero con más de 200 años de Constitución americana y muy cerca de 1.000 desde la Magna Carta en Inglaterra (por nombrar a las dos democracias por excelencia), nuestra Constitución está aún en rodaje. Tenemos todavía mucho que aprender. Los experimentos del siglo XIX (una primera República con cuatro presidentes en 11 meses) y el XX (aquella II República de fango, sudor, sangre y lágrimas, que algunos añoran, con censura, periódicos suspendidos, intento de separatismo catalán, insurrección asturiana y una guerra civil que si no la hubiera provocado la derecha la hubiera desencadenado la izquierda, como estaba concertado), todos esos experimentos fueron atroces. Mientras tanto, corrupción, desesperanza, angustia y empobrecimiento. "Miré los muros de la patria mía…"

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