tribuna de opinión

¿Una oportunidad perdida?

  • La autora conmemora el tercer centenario del traslado de la Casa de la Contratación y el Consulado de Cargadores a India de Sevilla a Cádiz, que se produjo el 8 y 12 de mayo de 1717

Somos amigos de las conmemoraciones: aniversarios, centenarios. Recientemente hemos recordado los veinticinco años de la Expo 92 y de la inauguración del AVE, pero también este año habríamos de tener presente el tercer centenario del traslado de Sevilla a Cádiz de las dos instituciones más poderosas del periodo colonial: la Casa de la Contratación y el Consulado de Cargadores a Indias, por lo que dicho traslado significó para ambas ciudades.

Al margen de los americanistas que bien saben de ellas, a los sevillanos les suena más la Casa de la Contratación, cuya memoria se ha perpetuado gracias al nombre de la plaza que lleva su nombre y recuerda su sede. Bastante menos conocida, y por tanto poco recordada, es la segunda, el Consulado de Mercaderes Tratantes en Indias o de Cargadores, porque la sede que ocupó durante dos siglos -desde 1598, cuando concluyen las obras de la primera planta, hasta 1784-, es desde 1785 la residencia del Archivo de Indias, quedando así identificados en la memoria reciente Lonja y Archivo de Indias y no tanto Lonja y Consulado de Cargadores a Indias.

Difícilmente hayan existido dos instituciones, una pública y otra privada, más estrechamente relacionadas. La primera creada en 1503 y extinguida en 1790, la segunda fundada en 1543 y definitivamente conclusa en 1860 por el decreto que suprime todas las jurisdicciones privativas. Sus respectivas competencias estuvieron desarrolladas en el marco de la Carrera de Indias. Vidas paralelas en el tiempo, en el espacio y complementarias en las funciones. Al Consulado, el profesor Navarro García lo calificó acertadamente de competidor y colaborador de la Casa de la Contratación.

El ejercicio de sus respectivas competencias tuvo lugar, como acabamos de decir, en el marco de la Carrera de Indias en un contexto donde el comercio era estimado como el eje y fundamento de las monarquías o, dicho de otra manera, una de las columnas más firmes del poder y prosperidad de los estados. Los objetivos de la una y del otro al partir de intereses comunes que no eran otros que el control y el desarrollo del tráfico ultramarino estaban abocados a la confrontación y, sin embargo, la colaboración y la coordinación no faltaron cuando de esos intereses, unos públicos y otros privados, podían resultar beneficios para ambas.

Resulta evidente que muchos de los comerciantes sevillanos a partir del Descubrimiento apostaron por los mercados ultramarinos y desde muy pronto sintieron la necesidad de asociarse a partir de lo que se conoció como Universidad de mercaderes tratantes en Indias, no suficiente, a efectos representativos. De aquí su insistencia en conseguir la gracia de un Consulado que, como los ya existentes en Barcelona y Burgos, resolviera los pleitos entre los comerciantes a partir de la práctica de "la verdad sabida, la buena fe guardada", es decir sin dilaciones legales, pero sin dejar huella escrita.

Desde Sevilla y su puerto, el control del comercio colonial quedó afianzado hasta el momento en que el desarrollo del tráfico marítimo y mercantil exigió barcos de un tonelaje no soportado por el Guadalquivir, de aquí que en 1680 se lleva a Cádiz la cabecera de las flotas. El desplazamiento de la salida de los navíos requirió en el puerto vecino la presencia de los representantes de las dos instituciones que controlaban el comercio y de aquí que en el mes de mayo de 1717 se decide el traslado de estas que no fue sino ocasión de enfrentamientos entre las dos ciudades y sus respectivas instituciones locales.

Este cambio de lugar supuso resultados diferentes para una y otra ciudad y para una y otra institución. Para Sevilla fue el inicio de su desvinculación del comercio con América y para Cádiz, el principio de su desarrollo y prosperidad durante casi todo el siglo XVIII. Para la Casa, el proceso de su decadencia y para el Consulado la atribución de mayores competencias y, por tanto, de poder.

El traslado, naturalmente, exigió cambios de sede. La Lonja, propiedad del Consulado, construida a partir del impuesto que llevaba su nombre, no fue sin embargo desalojada, sirviendo de ocupación para una especie de sucursal consular con la denominación de Diputación de comercio que no pretendía sino dar una visión de permanencia del Consulado en Sevilla.

La pérdida de protagonismo de dicha Diputación por escasez de funciones y la desproporción del edificio para una escasa ocupación determinaron el uso de la Lonja a lo largo del siglo XVIII para necesidades de almacenamiento de diferentes instituciones, como fueron entre otras el Ayuntamiento, la Catedral, el Alcázar, además de convertir la planta segunda en una casa de vecinos.

La agonía de la Diputación y el mal uso de un edificio cuya magnificencia nunca perdió, a pesar del descuido que fue sufriendo, obligaron en 1784 al desalojo de la Diputación de comercio y de los vecinos que hoy podríamos estimar okupas. En ese mismo año, la planta baja será ocupada por una institución consular de nuevo cuño -el Consulado marítimo y terrestre-, y al año siguiente la segunda planta se destinará al recién creado Archivo de Indias, que extendió dicha ocupación, años más tarde, a todo el edificio. La presencia de las nuevas instituciones supuso numerosas obras de rehabilitación que devolvieron a la Lonja el primitivo esplendor.

El traslado sin duda perjudicó a Sevilla y favoreció a Cádiz, pero el recuerdo para una y otra ciudad resulta obligado. Cádiz a lo largo de todo este año tiene una programación al respecto, Sevilla todavía está a tiempo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios