Crimen en el Pumarejo

La parricida del Pumarejo también asestó 158 puñaladas a su marido

  • Una cuchillada en el corazón fue la herida mortal, pese a que un martillazo le rompió el cráneo. La mujer, enferma mental, se suicidó ahorcándose tras intentarlo con pastillas.

Rafael, el chatarrero del Pumarejo, murió tras recibir un martillazo en la cabeza y 158 puñaladas asestadas por su mujer. La autopsia, practicada este miércoles, ha certificado que la herida que resultó mortal fue una puñalada en el corazón. Su cuerpo presentaba otros 157 cortes más, practicados con un cuchillo de cocina de grandes dimensiones y repartidos por el cuello, el tórax, la espalda y los brazos. Además, tenía un fuerte golpe propinado con un martillo, que le fracturó el cráneo y le provocó pérdida de masa encefálica.

El crimen se cometió el lunes en el domicilio de la pareja, en el número 5 de la calle Eustaquio Barrón. Tras matar a su marido, de 71 años, la parricida colocó el cuerpo en un sofá y lo tapó con una manta. Luego mató al perro de la familia asestándole un fuerte golpe e intentó suicidarse ingiriendo una gran cantidad de pastillas. Como no murió en este primer intento, al día siguiente se subió a una bombona de butano y se colgó con un pañuelo desde el marco de una puerta, según informaron fuentes de la investigación.

Una de las hijas del matrimonio descubrió los cadáveres de sus padres sobre las ocho y media de la tarde del martes y avisó a la Policía Nacional. El Grupo de Homicidios de este cuerpo abrió una investigación sobre lo ocurrido. El forense ordenó el levantamiento de los cuerpos sobre las diez y media de la noche del martes y la Policía estuvo hasta bien entrada la madrugada inspeccionando la vivienda e interrogando a vecinos y familiares de la pareja.

Antes de suicidarse, la parricida, de 63 años, escribió unas notas en las que pedía perdón a su hermano y explicaba que había matado a su marido porque era un maltratador. Los investigadores, sin embargo, no tienen constancia de ningún episodio de malos tratos en esta familia. No se había presentado ninguna denuncia y, por tanto, tampoco constaba ninguna medida cautelar en vigor.

La Policía confirmó este martes que la mujer padecía una enfermedad psiquíatrica, una versión que ya apuntaban los vecinos la noche del martes. De Rafael aseguraban que padecía el síndrome de Diógenes y que acumulaba numerosos enseres en la casa. De hecho, recogía chatarra pese a que no tenía necesidad económica de ello, puesto que disfrutaba de una pensión, fruto de sus años de trabajo en el antiguo Hospital Militar.

Junto enfrente de la puerta de la vivienda permanecía este miércoles aparcado el pequeño motocarro con el que Rafael se desplazaba y cargaba sus baratijas. Sólo el precinto policial en forma de equis en la puerta de la casa indicaba que allí había sucedido algo. Ninguno de los vecinos que la noche antes permanecían en la calle para contemplar cómo los servicios funerarios retiraban los restos mortales de Rafael y su esposa estaba al mediodía de ayer en la calle.

A menos de veinte metros del escenario del crimen está el comedor social del Pumarejo, ubicado en la calle Aniceto Sáez. Muchos de los usuarios de este servicio comentaban este miércoles lo ocurrido. Decían conocer a Rafael sólo de vista y haber cruzado alguna conversación con él porque algunos de ellos se sentaban en el poyete de la puerta de su casa. "Siempre fue un hombre muy correcto. Si salía y nosotras estábamos sentadas en su puerta, nos decía que no nos quitáramos", decía ayer una mujer en la puerta del comedor social.

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