Se mudó de la Cruz Verde a la calle Guadiana. Un giro de noventa grados junto al Jueves de Antonio Rueda Román (Sevilla, 1967), Luque en su cristalería.
-¿Conoce la historia de los ojos del Guadiana? Suenan a reflejo de un cuento de Borges...
-Ha habido clientes que con el cambio se han ido a la calle Guadalquivir o Guadalete.
-En su libro Viaje a Portugal, Saramago dice que el río es un espejo en el que se reflejan Alcoutim y Sanlúcar de Guadiana, unidos por un barquero...
-(El barquero sigue, apunta un cliente). Vamos mucho a Burguillos del Cerro, un pueblo de Badajoz, y pasamos a Portugal.
-Dicen que además de cristalero es músico...
-Yo soy un renacentista de chichinabo. Hago de todo, peor o mejor, pero lo hago. La música es para mi hija Julia, que estudió violonchelo. Mi mujer se apuntó al Conservatorio y así entré en el coro. Empezamos con villancicos y hemos llegado a hacer el Aleluya de Häendel.
-La casa donde nació Cernuda terminó siendo una cristalería. ¿Piensa en el camino inverso, de la cristalería a la poesía?
-Por aquí vienen muchos artistas y se te impregnan su arte y sus indecisiones. Son muy indecisos cuando no están consagrados. Después, les cambia la personalidad. En eso, son todos iguales. El artista es un tipo clavadito.
-¿A Sevilla le gusta mirarse en el espejo?
-Más que en el espejo, en el ombligo. Aquí cerca tiene su estudio Andrés Marín, bailaor. Es un innovador y dice que Sevilla no es receptiva a las cosas nuevas.
-Con la cantidad de cosas nuevas que llegaron a la ciudad...
-Pero parece que la novedad asusta.
-¿El cristal es más escaparate o profundidad?
-Para mí tiene más de escaparate, es demasiado diáfano. Parece que el cristal es de fundación griega o romana. Nadie ha podido mejorarlo y mucha gente lo ha intentado: el polivinilo, el metacrilato. Más caros, pero no consiguen superarlo. El único defecto del cristal es la fragilidad, pero si no se rompiera de qué vivía yo. Si los cristales no se rompieran a mí me duraría esto dos meses.
-¿Qué hace cuando sale del espejo?
-Estoy escribiendo anécdotas de la posguerra. Mi abuelo decía que no era sevillano, sino macareno. Me gusta la genealogía y estoy buscando a mis ancestros.
-Es lo que decían los trianeros...
-Para él, el bar Plata y la calle de don Fadrique eran otro mundo.
-Ha escrito sobre inscripciones funerarias y las columnas de la Alameda. ¿En qué anda ahora?
-Estoy haciendo un trabajo sobre placas de la ciudad. De Cernuda hay unas cuantas, y de la ruta de la ópera. A veces encuentras nexos curiosos. Hay una placa en la calle Villegas, junto al Salvador, que está relacionada con el Hombre de Piedra y su leyenda de que se quedó de piedra por no arrodillarse ante una imagen.
-¿Con qué maderas trabaja?
-La samba, como el baile, el ramín. Vienen de África y América. Poco pino porque se dobla.
-¿Cristalero por familia?
-Cuando murió, mi padre tenía una empresa de aluminio, un taller de marquetería, de cristalerís, una empresa a medias de reparto de papel. Elegí la cristalería porque puede hacer todo el proceso una sola persona.
-¿Su primera mudanza?
-¡Qué va! Siempre persiguiendo artistas. En Palacios Malaver, abrí en 1983 junto al bar Hermanos Núñez en un taller de un hombre que hacía faroles granadinos y se los suministraba a la duquesa de Alba. En la Cruz Verde había una peletería artesana y aquí el taller del imaginero Bejarano. Es una zona de artistas.
-Su patio está lleno de cruces sin cruces. ¿Perfil cofrade?
-Relación amistosa y profesional. Aquí viene con un encargo el prioste de Montesión o el hermano mayor de los Javieres.
-¿Dónde se inspira?
-He sido devorador de novelas, pero el ensayo te da mucha más información.
-¿Cambiaron los tiempos?
-Mis padres se conocieron en un corral de la calle Arrayán. Había que casarse pronto, salir de casa y trabajar, porque la esperanza de vida era menor que ahora.
-¿Hay muertos muy vivos?
-He encontrado cien tumbas nuevas. Los muertos dicen mucho y se mueven demasiado. Viajan más que nosotros.
-José Agustín Goytisolo le dedicó Palabras para Julia a su hija Julia...
-Un día vi en Sevilla a Juan Goytisolo. Estaba en el taller de Mesón del Moro de Ben Yessef, le había ilustrado un libro de poemas.
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