Sevilla

¿Nos tasamos?

  • Los autores realizan un completo análisis sobre la conveniencia de implantar una tasa turística en Sevilla, identificando las ventajas e inconvenientes y su incidencia para el futuro

¿Nos tasamos?

¿Nos tasamos?

Desde que a principios del pasado siglo XX Francia estableciera la primera taxe de séjour, los países que gravan la actividad turística internacional se incrementan cada año, a través de distintas fórmulas, denominaciones (tasas, impuestos o contribuciones) y cuantías. De todas ellas, las denominadas tasas por pernoctación, las que gravan directamente al turista alojado en establecimientos hoteleros, son las que más han proliferado en Europa, especialmente en destinos urbanos. Además de ser las que más polémica despertaron en nuestro país desde que las Islas Baleares establecieran su primera ecotasa, allá por 2002. Sevilla, no está ajena a la polémica y mira con recelo hacia las tasas. Pero mira. Vuelve la cabeza hacia el gobierno autonómico, que parece delegar en los consistorios andaluces la decisión. Y precisamente todo ello en un momento histórico para nuestro turismo, con el posicionamiento de la ciudad como uno de los destinos más competitivos de España, a la luz de los últimos datos registrados de demanda.

El debate recurrente que nos ocupa debe enmarcarse en la actualidad, no sólo en el hecho recaudatorio, sino en una pléyade de factores que como casi todo en el turismo mirado como destino, es de carácter transversal. ¿Es realmente la tasa turística una herramienta útil para alcanzar la ansiada sostenibilidad? Y si así fuera, ¿de cuál hablamos, de la ambiental sólo, o también de la económica? O acaso debamos entenderla como una aportación más a la promoción turística a través de las arcas municipales… Éstas y otras cuestiones forman parte de una investigación más amplia de la Universidad de Sevilla, donde, tres hechos contextualizan una reflexión sobre bases empíricas, para concluir sobre la oportunidad de la fiscalidad turística. Mejor cuatro, porque el primero es general y parte de la crisis del euro en el año 2008 y la depreciación de las políticas fiscales progresivas en general, para en todo caso agrandar los impuestos y tasas regresivas como el IVA. Los turistas pagan igual sin contarse con su capacidad adquisitiva. Sólo se discrimina sobre la base de la calidad versus las estrellas hoteleras. En segundo lugar, el contexto actual procíclico en turismo ha abundado en destinos maduros sobre una evidencia más que probada en la saturación de la oferta. La fiscalidad turística vendría a paliar el discomfort local con respecto al sector, tratando de penalizar dicha saturación y ejecutando acciones de mejoras en el impacto turístico para los residentes. Amén del mercadeo más selectivo del destino. Paradigmáticos son los casos de las turistificadas Amsterdam o Venecia, como más recientemente y próximo es Barcelona con su cuestionada gestión municipal. En tercer lugar, no debemos olvidar la explosión del alojamiento turístico y viviendas con fines turísticos (VFT) regulados recientemente en el caso de Sevilla (a través del Decreto 28/2016, de 2 de febrero, de las viviendas con fines turísticos, sustentado en la Ley 13/2011, de 23 de diciembre del Turismo de Andalucía), y la percepción del mundo hotelero en todas sus categorías, de discriminación negativa en presión fiscal, ordenación e inspección turística. Sobre todo, en un proceso de salida de la crisis económica, y mayor rol de los prescriptores de intermediación digital, el low cost y el turismo versus consumo colaborativo. Por fin, en cuarto lugar, pocos sectores económicos son beneficiados por la promoción pública como el turismo a través de los fondos para el mercadeo del destino turístico, sin embargo, el sector turístico privado es muy renuente en colaborar o retornar ingresos por dichas políticas. O menos aún, en colaborar activa y financieramente en actividades o eventos, o en obras públicas de claro componente turístico.

Las Islas Baleares instauraron las primera ecotasa en España en el año 2002La implantación de una tasa turística en Sevilla no parece una prioridad en el sector

La oportunidad de una tasa turística para Sevilla y su correspondiente tira y afloja local-regional, se ubica en el contexto más actual de territorios turísticos en proceso de desbordar su capacidad de carga. Es un hecho evidente que empiezan a aparecer signos alarmantes de disfuncionalidades e insostenibilidades turísticas en destinos urbanos, señal inequívoca de problemas futuros. Y cada vez más evidente es que se está produciendo una burbuja tanto hotelera, basada en el interés de los Fondos de Inversión más agresivos, como residencial, con la proliferación en barrios muy concretos de viviendas turísticas de muy alta rentabilidad y escasa o nula aportación fiscal. Clandestinidad y competencia desleal frente a subsectores fuertemente regulados pueden ser generadores de malestar social y económico. No hay que olvidar que el sector público proporciona seguridad, transportes y servicios a todos los turistas (con independencia del alojamiento contratado), amén de paisaje urbano, a cambio en la mayoría de los casos de una tasa o IVA, para los apartamentos, con el tipo más bajo que existe: cero.

¿Es posible, por tanto, la implantación a corto plazo de esta tasa en Sevilla? ¿Está preparado su sistema turístico? ¿Existe voluntad política? Y por otro lado, ¿qué opinan los turistas que hoy por hoy son nuestros clientes? ¿Afectaría en sus preferencias respecto al destino Sevilla? La investigación realizada recoge tanto entrevistas a expertos del sector público como privado (hoteles, asociaciones de vecinos, consultorías y representantes políticos, entre otros) y encuestas para identificar la opinión de los turistas (nacionales e internacionales). Y a la luz de los resultados extraídos, la introducción de las tasas no parece ser un hecho inminente en la ciudad: por un lado, a corto plazo la demanda no muestra preocupación por la posibilidad de pagar una hipotética tasa. Si bien, los profesionales apuntan que sí podría suponer daños en el destino a medio y largo plazo, viéndose perjudicados tanto el sector hotelero como los comercios locales. De momento, e insistiendo en los resultados, no existe el consenso necesario, ni dentro del sector turístico, ni a nivel político. No parece ser una prioridad. Y no lo es, porque no genera confianza obviamente entre los hoteleros, que encuentran en la competencia desleal su principal enemigo. No lo es, porque quizás en destinos urbanos de referencia las tasas conviven con eco-etiquetas y otras certificaciones de calidad que no han conseguido frenar problemas como la masificación turística, ni sus daños colaterales, cada vez más acusados por los residentes (asociados a procesos de gentrificación e incluso turismofobia). Tampoco lo es, porque nuestro destino turístico estrella (léase Barcelona) muestra síntomas de evidente debilidad, agudizados por la deriva independentista. Y hoy por hoy, no es espejo donde Sevilla deba mirarse. Gozar de extraordinaria salud sí, pero no morir de éxito. Por otro lado, las tasas no han demostrado ser en sí mismas ningún garante de cualificación. Ni en los destinos, ni en sus turistas.

Lo que sí debe ser una prioridad para la ciudad es responder de manera rápida a los nuevos retos que plantea una demanda cada vez más joven e internacional con preferencias y maneras de bajo coste (que gusta del hecho colaborativo más por su bolsillo que por lo experiencial). De forma contundente, al exponencial y desordenado crecimiento de la oferta de alojamiento intermediada por plataformas P2P (Airbnb o HomeAway, entre otras) y especialmente de las VFT. Y de manera responsable, respecto a los estándares de calidad por el que apuesta como destino turístico. Ya que, en efecto, la sostenibilidad del turismo, entendida como oportunidad económica y ambiental, de residentes y de no residentes, se ha convertido en un objetivo clave para el desarrollo propio del sector. Y en este sentido, las tasas turísticas no tienen que coadyuvar necesariamente en este rol; pero como todo en las relaciones público-privadas, pueden ejercer de elemento de confianza si se gestionan para un objetivo finalista acordado y bien definido. La propia maquinaria de recaudación ex novo de la tasa turística es parte de los costes que es necesario imputar.

En Sevilla, para adelantarnos a acontecimientos indeseables, sería procedente que los procesos de fiscalidad turística se encaminen a la finalidad estratégica de la sostenibilidad. La ciudad en los últimos tres años ha crecido en un ritmo de interés compuesto del 10% en pernoctaciones. En 2016 se produjeron un 50% más que en 2010. Si esto no es boom se le parece muchísimo. Dicho de otra forma, 15 años para pasar de tres a cuatro millones de pernoctaciones y sólo 3 años para crecer de cuatro a cinco millones. En este punto es donde está el sitio de la tasa turística, pero también en el de reinventarse: también para la vivienda turística y para excursionistas y visitantes sin pernoctación. Hoteles, restauración y agencias receptivas y de oferta complementaria, y como no, el comercio dedicado al turista, deberían colaborar en la novación de la tasa. Pensamos que no es de recibo cargarla toda hacia el sector hotelero.

En resumidas cuentas, la fiscalidad turística debiera, para reajustar los procesos de saturación, basarse en el consumo de los no residentes mediante su aplicación en los servicios turísticos, más allá solo del alojamiento hotelero. El caso de Sevilla puede ser un excelente laboratorio si se ponen en marcha mecanismos de colaboración público-privada y se desarrollan acciones finalistas en la mejora del paisaje urbano y en la confortabilidad tanto de los residentes como de los que no lo son.

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