Los invisibles · Rafael Arbide Rodríguez

"Mi vida es una historia de Corín Tellado, me casé con mi secretaria"

  • Hijo de la República, creció en Marruecos. Hizo un proyecto de agua mineral para el Pardo, dirigió una escuela de Negocios y le declaró la 'guerra' al papel.

EN marzo de 2014 cumple 80 años, pero Rafael Arbide (Cádiz, 1934), antaño maestro cervecero y consultor, es un apóstol de la digitalización editorial.

-Usted es hijo de la República y su hermano Joaquín de la posguerra. ¿Dos visiones distintas?

-Yo nací en Cádiz y allí la guerra fue magnífica, pero la posguerra durísima, los años del hambre. Por eso nos fuimos a Marruecos y no tenemos acento. Antes estuvimos siete meses en Bienvenida (Badajoz), allí fui con mi madre embarazada. Ella tenía en ese pueblo extremeño un hermano médico, que le dijo que si seguíamos en Cádiz el niño no nacía.

-¿Hasta cuándo estuvieron en Marruecos?

-En 1956 fue la independencia y en 1958 nos volvimos de Tetuán, cuando mi padre, que era funcionario, terminó el traspaso.

-¿Era Tetuán tan cosmopolita como Tánger?

-Tenía hasta equipo en Primera División, era un acontecimiento cuando iban el Madrid o el Barcelona. El régimen tenía toda su penuria en España, pero en el Protectorado era diferente. Algún compañero de mi padre tenía hasta coche. En Tetuán se vivía muy bien. Muy bien con el virus, con la malaria y con las cosas típicas de los años cuarenta.

-¿Se vino con la mili hecha?

-Pedí prórrogas y me tocó en Colmenar Viejo. Iba recomendado, me llamó el coronel y me dijo que se había declarado la guerra de Ifni y había que elegir entre la amistad y la Patria. El reemplazo anterior fue a Ifni. Nosotros nos salvamos por un mes. Estuve entrenando en guerra nocturna.

-¿Cómo encuentra Sevilla?

-A Sevilla vienen mis padres y mi hermano. Yo me fui a Madrid. Allí me casé y allí nacen mis dos primeros hijos. Lo mío es una historia de Corín Tellado. Me casé con mi secretaria en la primera empresa en la que caí, una embotelladora donde se embotellaba la Pepsi-Cola.

-¿Como en las películas?

-El 31 de mayo hacemos las bodas de oro. Nos casamos en 1963 cuando trabajaba en la Mahou. En la luna de miel, al salir del cine en San Sebastián, nos enteramos de la muerte de Juan XXIII.

-¿Cuándo llega a Sevilla?

-En 1968. Me vengo con Valentín de Madariaga, que había ido a trabajar de consultor a Mahou. Entro en Control Presupuestario, una empresa que tenía las oficinas en el Prado. Todavía estaba la Feria allí y teníamos al lado la caseta de la Guardia Civil. Curiosamente, yo vivía en Los Remedios.

-¿Cambió de empresa?

-Entré en la constructora de los hermanos Muñoz Nogueras, volví a la consultoría y mis últimos cinco años de vida laboral los pasé como director de la Escuela de Organización Industrial.

-Comisario oficioso del pabellón de Canadá...

-Me fui con la espinita clavada de un teatro que nunca se llegó a utilizar. Klaus Weise, que era director de la Sinfónica, quedó entusiasmado con su acústica.

-Y su vida de novela termina con los libros...

-Trabajé con Rogelio Delgado y me animó a encargarme de la digitalización de su editorial.

-Suena tan duro como lo de Ifni.

-Era una empresa muy bonita, con tres problemas. El tecnológico, porque no existe la digitalización perfecta; el comercial, vamos a ser sinceros, no sabemos vender lo digital; y el económico-financiero, los costes se han reducido, pero los precios se han reducido todavía más.

-Con la desaparición del papel, ¿no se siente el cura o el barbero en el donoso escrutinio del 'Quijote' o en 'Fahrenheit 451'?

-Yo sé lo que es coger un libro, tocarlo, olerlo. Son placeres intensos que se pasan. En el fondo son una moda. Mi padre era un lector empedernido, compraba colecciones que abría con un cortaplumas y nos reunía a todos para leerlos. Eso está muy bien, pero ahora mismo un libro puede desplazarse a la velocidad de la luz. Unos libros que se hacen en San Juan de la Palma se están vendiendo en México. Creo que merece la pena sacrificar el placer del aroma y de la textura.

-¿Autores favoritos?

-Lo fácil sería decir García Márquez o Cela. Pues no. Yo me leo lo que me den.

-¿Le ha digitalizado los libros a su hermano?

-Los años moros y está en proceso Sevilla en los bares.

-¿Qué años fueron más moros, los suyos o los de Joaquín?

-Joaquín es más moro de estancia, estuvo más tiempo. Pero yo me siento en casa cuando voy al barrio moro, porque entonces no decíamos la medina.

-¿Mahou o Cruzcampo?

-El sabor es una cosa complicadísima. En Mahou todas las semanas teníamos catas de cerveza en vasos de colores sin espuma. El maestro cervecero Otto Greil un día confundió una Mahou con El Águila porque estaba acatarrado.

-¿Conoció a los Mahou?

-Don Alfredo y don Carlos Mahou. Dos gentlemen, el primero muy amigo de Franco. Los dos solteros. La que se casó fue la hermana y el apellido se perdió.

-¿Le gustaba a Franco la cerveza?

-No sé, pero a mí me encargaron el proyecto para una fábrica de agua mineral en el Pardo. Alguien con sensatez detuvo aquella barbaridad.

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