X Dorsal de Leyenda del Sevilla FC

Honor a la finta y la sal

  • Montero recibe el X Dorsal de Leyenda, premio a una carrera marcada por la ilusión que generó con su mágico regate

Castro con Montero en el reconocimiento al jugador

Castro con Montero en el reconocimiento al jugador / Juan Carlos Vázquez

En esto el Sevilla lo borda. Club de Champions para ensalzar el pasado, podría decirse que es más que eso... campeón de Europa. No sólo pionero (diez ediciones ya) sino único, pues ninguna otra entidad se ha atrevido siquiera a copiar la idea a riesgo de no estar a la altura. Una altura que comprobó en sus carnes Enrique Montero y en su alma el duende que encierra, condenados a que el sevillismo los haga llorar. Ayer fue por emotividad un día inolvidable para quedar en la historia como el X Dorsal de Leyenda, un cuadro en el que están Arza, Busto, Campanal, Valero, Achúcarro, Gallego, Lora, Sanjosé y Álvarez. Casi nada.

Y el décimo es el once. Una ventolera de arte impregnada por las salinas de El Puerto que en un terreno de juego tenía el don de parar el tiempo en una finta. Montero puede decirse que fue el precursor de los insignes regateadores del Sevilla moderno. Él y Moisés daban sentido al gesto de meter la cabeza en una taquilla para comprar una entrada de fútbol. Aquella quinta no ganó nada, pero enganchó a mucho sevillismo. Lo que hoy sería la mejor campaña de captación de socios. Por jugadores como Montero los padres llevaban a sus hijos al Sánchez-Pizjuán, la espina clavada del actual consejo.

Y este club lo borda porque encima hay materia, porque los protagonistas siempre encierran una historia que en el mundo de hoy se harían virales en minutos de la cantidad de retuits y me gusta que arrastrarían. En el caso de Montero, una fatalidad, un futuro truncado, una bonhomía en el interior, una sensibilidad especial... y -claro, que también influye- un vestuario en el que había amigos que hablaban el mismo idioma y que al acabar el partido quedaban para celebrarlo con los rivales, como Cardeñosa, presente ayer junto a García Soriano, Bizcocho o Biosca, que si en el campo lo buscaba para pararlo a patadas, quién diría que fuera del mismo era más que un amigo.

Compañeros que no venían de otras ligas, sino de la misma. "La génesis estaba en el Sevilla Atlético, el que llamábamos el equipo de la alegría", decía Montero, agradecido a Carriega "por aguantarme", pero dándole su sitio al entrenador del que mantiene su mejor recuerdo, Santos Bedoya.

Iba a ser un grande. Lo era de hecho, pero un tuercebotas del Palmeiras truncó en un Carranza muchas cosas, entre ellas un fichaje por el Barça, contado por José Antonio Sánchez Araújo con todo lujo de detalles. "Al Sevilla le aliviaban el dolor de verlo marchar 250 millones de pesetas y las cesiones de Lobo Carrasco y Esteban Vigo", relataba. "Todo se acordó en un hotel de Jerez", decía. Y acabó en un quirófano de Barcelona.

El Sevilla, pendiente de mil detalles invitó al cirujano que operó una rodilla rota en mil pedazos. "De 40.000 operaciones que habré hecho en mi carrera, puede ser la más grave que he visto. Para que lo entiendan, una rodilla tiene seis partes. A romperse tres le llamaban y aún hoy está vigente, la triada desgraciada. Pues Montero, como era especial, se rompió cinco", ilustraba en una de las intervenciones más frescas de la mañana José Luis Vilarrubias. Se ganó el foro por defender a Andalucía y atizar a Puigdemont y reveló la anécdota que de verdad ilustra la dimensión que tenía el fútbol de Montero a principios de los 80 en Sevilla y en España. "Quitándome los guantes me dice la enfermera que el Rey está al teléfono. Me pongo y me dice: '¿cómo ha ido la operación de Enrique?, que lo necesitamos para el Mundial".

Montero se coló en una delantera top en el boom de los extranjeros en España. Scotta, Montero y Bertoni fue el final de una retahíla de nombres que conocía toda Sevilla, como en el otro barrio López, Alabanda y Cardeñosa. El flaco escenificó esa rivalidad sana y difícil de explicar a los niños de hoy, mucho más a los futbolistas.

Muchos estaban presentes como representación del primer equipo junto a Berizzo. A ellos, "a los jóvenes", José Emilio Santamaría les recordó el valor de los futbolistas de la época, como Enrique, al que aquel hachazo en el Carranza a la altura de la rodilla arruinó su idea de llevarlo al Mundial. "Queríamos rejuvenecer la selección y Montero era uno de los mejores exponentes de lo que venía. Desgraciadamente, no pudo ser".

Arropado por ex compañeros en el Sevilla, en el Cádiz (como Juan José), por su familia, Montero se olvidó por un día de lo que pudo ser y se quedó con lo que fue y con lo que es, ese jugador capaz de desafiar las leyes de la física y hacer posible la finta imposible llevando el cuerpo en dirección contraria a la pelota. Un jugador con una sensibilidad distinta, como demostró al mentar, antes que a presidentes, a "trabajadores como Manolito Pérez, su hijo Domingo, Antonio Gómez o Jaime el utillero".

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