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Un pitido que sonó como un tiro

  • La injusta expulsión de Pareja al minuto de juego en el penalti que marcó Reyes deja inerme a un Sevilla que peleó hasta donde pudo por evitar lo inevitable. La derrota con el Espanyol lo deja tercero igualado con el Barça

Las imágenes del Espanyol-Sevilla FC

Las imágenes del Espanyol-Sevilla FC / Efe

El Sevilla saltó a la hierba de Cornellá ilusionado por la posibilidad de tomar el liderato provisional de la Liga a la espera de lo que hacía el Real Madrid en el Bernabéu ante la Real Sociedad. No sabía, por supuesto, que para ello debía ganar su duelo ante el Espanyol con una mano atada a la espalda.

Porque eso fue lo que hizo el equipo de Sampaoli ante el Espanyol, batirse en duelo con una mano atada desde el primer minuto. Desde el momento en que el joven colegiado vasco Iñaki Vicandi Garrido consideró que Pareja, que se limitó a posar sus brazos sobre Piatti sin ánimo de derribo, debía ser expulsado por un penalti ya de por sí rigurosísimo. La pena máxima ya era suficiente castigo viendo la acción. La roja, injusta a tenor de la reglamentación actual, además, cercenó de raíz un pleito que se anunciaba abierto, de estimulante vocación ofensiva. El pitido de Vicandi camino del punto de penalti sonó como un tiro que cargó de plomo las alas de un equipo, el Sevilla, que se resignó a su negra suerte mientras las fuerzas se lo permitieron. Jugar con uno menos todo el litigio ante un equipo apañado, como es este Espanyol, que además se siente poderoso en su cubil, reducía a la nada el debate.

Vaya por delante que Piatti hizo lo más conveniente para los intereses de su equipo. En el fútbol juega muchísimo el engaño, que viste los colores de todos los equipos. Unas veces, se lleva al huerto al árbitro. Y lo mismo que el Mudo Vázquez sacó con picardía el brazo para quitarse de encima a Oriol Riera y cabecear a la red en Pamplona para hacer el 2-3, Piatti se dejó caer nada más Pareja, en un gesto de imprudencia impropio de su veteranía, posó las manos en los hombros del punta para molestarlo en su maniobra. El ex delantero de Almería o Valencia se encontró con un pasillo expedito hasta el área de Sergio Rico y con su velocidad evitó que Pareja se le colara en la carrera. El sevillista ya estaba vendido.

Todos los sesudos planteamientos de Sampaoli y Lillo durante la semana se convirtieron en papel mojado con la arbitrariedad de Vicandi Garrido. El entrenador sevillista reaccionó sacrificando a Ben Yedder y tirando de Lenglet, que se ubicó como central abierto a la izquierda. El dibujo se mantuvo, no la mordiente, lógicamente.

Pero esa merma ofensiva no resultó definitiva, ni mucho menos. El Sevilla encajó el sequísimo golpe al mentón como un recio púgil y volvió a la guardia alta. Enfrente, el Espanyol se vio con el decorado tan propicio en un minuto, que no lo asimiló. Se regodeó en su suerte. Y el Sevilla se le coló en el partido.

Los de rojo cuajaron 30 minutos primorosos aun con una pieza menos, desde el minuto 5 al 35. N’Zonzi, enrabietado, se desplegó todo lo que pudo, que es mucho, y empezó a acarrear balones hasta la zona de tres cuartos, en la que el fútbol de paredes y apoyos que ha inculcado Sampaoli a los suyos mareó al Espanyol, al tiempo que enmudeció Cornellá.

Nasri, sobre todo, destapó lo mejor de su repertorio, en asociación con el Mudo Vázquez y un recién llegado que ve y siente el fútbol bajo el mismo prisma, Jovetic. El gol del empate sintetizó la filosofía amateurista. N’Zonzi rompe y gana metros –lo hizo decenas de veces–, el Mudo destapa el tarro de las esencias a lo Curro Romero con su sutil toque a Nasri y el galo, en otro chispazo genial, cierra la triangulación para que Jovetic sólo tenga que empujarla a la red. Un gol de un talento y una plasticidad que distingue a un equipo bueno de verdad.

Ese gol del empate llegó en el minuto 20, cuando los sevillistas ya dejaban claro que hubieran tenido mucho, mucho que decir sin ese plomillazo en sus alas cuando el balón apenas había rodado. Incluso Jovetic pudo poner por delante a los rojos si no le pega mordido al balón en otro mágico servicio de Nasri. Su tiro cruzado se encontró con el larguísimo brazo de Diego López. Fue a la media hora de juego.

En esa fase, el Sevilla estaba dejando una impronta de equipo que aspira a todo. Ni el mayúsculo hándicap de jugar con uno menos, en su caso con un delantero menos, menoscabó su despliegue de gusto y ambición.

El Espanyol, cuando se puso 1-0 tan pronto, pecó de darle mucho campo al Sevilla. Y su arma favorita, el balón. No le hace falta al Sevilla jugar con once para tejer juego en corto o, como pasó con Lenglet, salvar la primera línea enemiga en largo.

En cuanto el equipo blanquiazul se estiró, movido sobre todo por la pujanza de sus pipiolos Marc Navarro y Aarón por las alas, el Sevilla perdió vuelo. Normal, con tanto plomo en esas alas... Los últimos diez minutos de la primera parte, el Espanyol forzó saques de esquina y faltas. En la previa al intermedio, que Reyes se fabricó ante N’Zonzi en una esquina, Marc Navarro se adelantó a Lenglet y logró el 2-1 con un ajustado testarazo.

Ese 2-1 antes del descanso minó toda la moral que los sevillistas se habían ganado con su fútbol fluido y profundo.

Tras el intermedio, otra vez el segundo de la Liga actuó con tono autoritario, con Sarabia buscándole las vueltas a Aarón en la derecha –Vicandi pudo enseñar la segunda al lateral– y N’Zonzi en modo pulpo, pero esta vez Sampaoli no estuvo tan agudo en los cambios. Mal le sentó al colectivo la entrada de Vietto por el Mudo (59’) y, con los minutos, el cansancio empezó a hacer mella en el que jugó el partido con diez. Reyes y Jurado empezaron a marcar el tempo ya con los espacios que concedía el Sevilla, los que también aprovechó un punta cómodo a campo abierto, como es Gerard. Y tanto Marc Navarro como Aarón mantuvieron su fuerza por fuera. Así llegó el 3-1 que, según el tópico, supuso la sentencia. No fue así. La sentencia llegó mucho antes, en el primer minuto de juego. A ver si las televisiones repiten tanto como el gol del Mudo en Pamplona la acción de la roja a Pareja. El pitido sonó como un tiro.

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