Visto y Oído

In love

LAS charlas dejaron de tener esa textura cinematográfica para parecer más un programa en directo, más vivo. Se supone que más humano y menos corrosivo, cercano al público que se ríe a carcajadas forzadas (un defecto muy de la televisión guionizada de ahora). Chester in love ha sido el regreso de Risto, el chico enfadado de Mediaset, donde el enfado es el estado natural de sus presentadores. Volvió como más calmado, con ínfulas juveniles, como un travieso sentimental que deja su perfil de coach sieso para algunos momentos de Got Talent. El chester se fue remendando con las semanas y al final los diálogos en el sofá se han despedido con la atención alta, con ganas de más. Con renovación.

El subidón del pasado domingo no fue tanto del perejil de Miguel Ángel Revilla, qué naturaleza más cansina y qué cansina naturalidad, alma de cántabro, sino por la presencia de Dulceida, Rebe virtual, ídolo juvenil de las redes sociales. La última invitada invitó a poco, con la magra sustancia de sus pensamientos, su escasa mercancía de opinión y una apatía alarmante. Si esta es la referencia de nuestros vástagos atados a un smartphone es para preocuparnos. Esto de ser influencer es sólo cuestión de imagen más que de palabra. O de gestos. Revilla pareció Churchill al lado de su compañera de noche. A su lado la polemista Milá, capaz de cabrearse por unas enzimas, demuestra que sí es una influencia intergeneracional, una misión que nunca conseguirá Dulceida, ni falta que le hace en ese mundo estanco de los nativos digitales.

Chester in love no ha pasado desapercibido y eso sigue siendo un logro en la pantalla. Es un programa de un tipo realmente antipático capaz de despertar una empatía curiosa.

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