Toros

Faena interesante de Ponce y digna confirmación de Galán

Comenzó la tarde con una ovación del público destinada a Enrique Ponce por su retorno a Las Ventas tras cinco años de ausencia, en un festejo de máxima expectación, con cartel de No hay billetes y marcado por el deslucido juego de los toros de Victoriano del Río, que pecaron en su conjunto de flojedad. El valenciano cumplió con clase y categoría en su vuelta a la plaza madrileña. Con su primer toro, bien presentado, astifino, con las fuerzas justas, bravo y noble, realizó una labor superficial, en la que faltó intensidad y que fue a menos, como el toro, tras brindis a Mario Vargas Llosa. Brilló en unas verónicas de recibo, especialmente por el pitón izquierdo, el mejor del astado.

Con el cuarto, que brindó al público, realizó una faena importante en la que desplegó su capacidad técnica, tirando muy bien del toro en cada pase; un animal grandote, sin entrega, que acudía con la cara alta y que se defendía al final de cada muletazo. Ponce, con torera apertura, logró varias tandas buenas, desde una primera enfibrado hasta una serie en redondo con gusto. Como siempre, todo ello bruñido de estética ponciana, como cambios de mano o un cierre genuflexo de categoría. No tuvo suerte a la hora de matar y tras un pinchazo arriba, una estocada entera y tres descabellos, lo que iba para premio quedó en una fuerte y más que merecida ovación.

David Galán, hijo del desaparecido maestro Antonio José Galán, quien en esta plaza de Las Ventas firmó tardes épicas en competencia junto a Ruiz Miguel, confirmó dignamente ante el mejor lote de la corrida, con uno de los brindis al cielo, suponemos destinado a su entrañable padre. Por supuesto, al joven Galán se le notó lo poco que está placeado y en algún momento, incluso, afloraron los nervios; pero, en positivo, no cabe duda de su entrega y su voluntad de querer hacer las cosas bien.

En el primer acto de la efeméride, Galán se enfrentó al toro Disparate -número 56, burraco, 539 kilos-, un ejemplar flojo, bravo y noble, que derribó tras romanear. Los monosabios se emplearon a fondo para defender la cabalgadura, con uno de ellos coleando al cornúpeta. Galán, tras recibir los trastos de su padrino, Ponce, realizó una labor desigual, con dos buenas tandas con la diestra y a menos, como el astado, que comenzó con un pase por la espalda, perdiendo una zapatilla por zancadilla del toro, y que cerró con manoletinas, para fallar con los aceros, dando un mitin con el verduguillo.

David Galán, en el que cerró plaza, altote, con nobleza, volvió a lograr sus mejores pasajes con la diestra, con dos tandas de muletazos templados y algún remate bello, como una trincherilla.

Sebastián Castella, con el peor lote, hizo tablas. El tercero fue protestado de salida -se tapaba por la cara -¡vaya velas!-, animal que llegó a la muleta sin recorrido, defendiéndose, debido a una flojedad excesiva. Castella no tuvo opción al lucimiento y mató de feo bajonazo.

Con el quinto, un toro aceptablemente presentado y bien armado, realizó una labor porfiona, pero sin frutos, ante un ejemplar incierto, sin franqueza y con tendencia a tablas, que fue acusando en la lidia.

El espectáculo, con una interesante actuación de Enrique Ponce, que con el último brindis al público -algunos pueden interpretarlo como un adiós del maestro de Chiva a Las Ventas- y con la frescura y entrega de David Galán en una digna confirmación, resultó entretenido.

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