Décima de abono en la Real Maestranza de Sevilla

La entrega de José Garrido

  • El pacense, por encima de su lote, da una vuelta y corta una oreja al sexto

  • Juan Bautista y López Simón decepcionan y son silenciados

  • Festejo con tres interminables horas de duración

Después de la borrachera de dos días de fuertes emociones, con un Juli espléndido y el indulto a Orgullito, de Garcigrande, y posteriormente una gran faena de un Manzanares con gusto y prestancia, ayer llegó la resaca. Y como el que no quiere la cosa, sufrimos tres horas en la dura piedra en un festejo anodino, con la excepción de lo conseguido por José Garrido, un torero con redaños y agallas, que derrochó entrega y pundonor por doquier, quedando por encima de su lote de El Pilar, que envío una corrida dispar en presentación y juego.

Garrido ya dejó ver su predisposición en el quite a la verónica al primer toro, de Juan Bautista.

A su primero, un ejemplar, de buena condición y encastado, Garrido lo recibió con unos buenos lances a la verónica y se lució en un quite por chicuelinas. En los tercios, sin probatura, hilvanó dos tandas diestras y saltó la música. En otra serie los muletazos fueron muy ceñidos. Por el pitón izquierdo, el toro acometía con problemas, consiguiendo el torero algunos naturales de buen tono. Una capeína abrió una serie enroscándose al toro. Todo ello con el aderezo en los remates de pases de pecho, trincherillas, pase de la firma y un farol. Mató de estocada y el toro aguantó por casta, entre tanto el torero no descabellaba, escuchando un aviso. En ese intervalo se enfrió parte del público. Hubo petición de oreja y el premio quedó en una vuelta al ruedo.

Ante el sexto, alto, gazapón y que se defendía, la actitud de Garrido fue irreprochable. El toro, bravucón, echó las manos por delante tras el capote del diestro, que no pudo lucirse. La faena estuvo marcada por la firmeza y el pundonor. Así, destacó en una tanda mandona y magnífica con la izquierda y otra meritoria. Con la derecha, expuso y robó muletazos y calentó mucho a los tendidos. Cerró con unos naturales de calidad aislados. Mató de estocada para ganar una merecida oreja.

Juan Bautista, que retornaba a La Maestranza tras siete años de ausencia, vestía un traje precioso diseñado por Cristian Lacroix, con el que triunfó el año pasado en su encerrona en el Coliseo de Nimes. Pero no le sirvió de talismán. El torero francés se las vio con un toro largo, blando con el que no se acopló y donde como excepción dibujó algunos muletazos con la diestra con ajuste. En la suerte suprema, tras media estocada baja que escupió el toro, falló con el verduguillo.

El cuarto fue devuelto por su excesiva flojedad. Saltó un toro grandón, a ocho kilos de los seiscientos, alto largo, que resultó deslucido porque le costaba embestir, especialmente por el pitón izquierdo y Juan Bautista, como desaparecido en combate, no logró nada interesante.Alberto López Simón, con el segundo, un toro de buenas hechuras realizó una labor anodina, salpicada de enganchones.

El quinto fue devuelto tras besar la arena después de un puyacete y un picotazo. Saltó Niñito, que evocaba por su nombre a un gran toro lidiado en esta plaza. Este colorao era alto, zancudo, que anduvo suelto en el capote, con una mala brega, y en varas. En banderillas cogió a Vicente Osuna, afortunadamente sin consecuencias. Resultó noble en la muleta. López Simón se perdió en un trasteo de cantidad que no caló en el público.Únicamente la entrega y el toreo de José Garrido pudo aliviarnos de un espectáculo que parecía no tener fin... ¡Tres horas, tres!

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