Alternativas en el recuerdo · Rivera Ordóñez, 1995

¿Qué es, Ordóñez o Rivera?

  • Agredido por unos delincuentes días antes, Francisco estuvo a punto de mandar el parte facultativo La tragedia revoloteó la tarde cuando el segundo 'torrestrella' cogió a Espartaco para matarlo.

TOCA hoy para cerrar una tarde repleta de emotividad, que llegaba rodeada de gran expectación y que iba a contar con muchos de los ingredientes que necesita una corrida de toros para que a la Fiesta se le reconozca su importancia. Amaneció frío y desangelado el 23 de abril de 1995, pero no se notó en una taquilla que lució el siempre bienvenido no hay billetes. Y es que el cartel tenía el indiscutible atractivo de que tomaba la alternativa Francisco Rivera Ordóñez, un torero con medio Cossío en su ascendencia.

El hijo del siempre recordado Paquirri tuvo el buen gusto de enfilar la calle Iris vestido como se vestía su padre muy frecuentemente, con un terno turquesa y oro. Comparecía Rivera en el amarillo albero tras un sinfín de rumores que lo daban como baja por culpa del incidente que tuvo con unos delincuentes días antes. Entre todos le dieron una paliza y con los testículos medio desbaratados, el primogénito de Paquirri hizo el paseo flanqueado por Espartaco y Jesulín para matar una corrida de Álvaro Domecq.

De novillero no había encontrado la senda del éxito fuerte en la Maestranza y había ciertas dudas respecto a su capacidad para mantener al nivel adecuado los apellidos Ordóñez y Rivera. Apellidos que, además, venían reforzados por una saga también gloriosa, la dinastía Dominguín. Ya digo que medio Cossío era el mobiliario que Francisco llevaba en su valija para abrirse camino en el complicado mundo de Tauro.

Y como torero de dinastía, la exigencia de los públicos se veía como una amenaza más en ese enrevesado camino que es la vida de un matador de toros. Pero todas las expectativas quedaron empequeñecidas con la formidable tarde que brindó Francisco. Todas las dudas iban a quedar disipadas en su primer toro, de nombre Bocalimpia y que pedía mucha bragueta. Toreó muy bien con el capote y un lance genuflexo nos trajo recuerdos de su abuelo, el irrepetible Antonio Ordóñez. Largo parlamento de Espartaco al doctorarlo y faena muy en novillero, que es como debe estar un torero a esas alturas de carrera.Y el público se le entregó desde el primer capotazo hasta la estocada que, precedida de un pinchazo, acabó con su primero. Le cortó una oreja y la cara de Francisco desvelaba lo que sentía por dentro.

Tras este toro, un drama que le congeló los adentros a cuantos estábamos allí. Espartaco, que no se dejaba ganar la pelea a pesar de que ya habían transcurrido diez años de su zambombazo con Facultades quiso estar por encima de un toro muy brusco, que topaba a media altura y que sabía qué se dejaba detrás. Se peleó con él, quiso matarlo a ley y salió rebotado para que en el suelo lo prendiese y lo lanzase a los aires. Cayó inconsciente, la plaza se demudó y más que iba a inquietarse al tardar más de la cuenta las noticias de lo que pasaba en manos de Ramón Vila. Al final se quedó en la conmoción y en una luxación de codo que le impedía continuar la lidia y estar con Romero y Litri el martes con la de Juan Pedro, cartel en el que fue sustituido por Emilio Muñoz.

Jesulín estuvo muy bien en el tercero y hasta pudo cortarle la oreja tras una faena muy seria, sin nada que ver con las que frecuentaba por otras plazas, pero el presidente no vio quórum para conceder el trofeo. Resolvió la papeleta con oficio en el que mató en cuarto lugar, segundo de Espartaco, y anduvo a la deriva en el quinto, un toro que estuvo por encima del matador. Allí se echaba en falta algo de chispa y no tanto academicismo en una sucesión de muletazos tan largos como pulcros y faltos de alma. Le aplaudieron tras la estocada y hasta otro día.

Y faltaba echarle el cierre a la tarde con el segundo toro de Rivera. Fue éste un gran toro, uno de esos que Álvaro Domecq criaba en el laboratorio de Los Alburejoscon tanto mimo como dedicación. En este toro ya la plaza había entrado en un laberinto del que rara vez iba a salir Francisco en aquellos albores de su carrera. Era la pregunta que nos hacíamos, la de a quién se parecía más, si al abuelo o al padre. ¿Es Ordóñez o es Rivera? Pues mire usted, de los dos tenía cosas el joven torero, pero...

En esta tarde, un servidor lo vio más en Rivera que en Ordóñez por mucho que aquel lance genuflexo o su cara hiciesen rememorar a su abuelo. Pero Francisco sacó un talante bullidor, de estar siempre delante de la cara del toro, que le asemejaba a su padre. Pero, sobre todo, evidenció una personalidad propia muy acusada. Evidentemente, la genética impone su ley y en aquellos tics como queriendo terminar de ajustarse la chaquetilla nos traía a la memoria a su progenitor. Y con el sexto superó su labor anterior con el de la alternativa. La tarde, a esa hora próxima a la anochecida, ya estaba desagradablemente fría y ventosa, pero él remató la efeméride con la misma responsabilidad mostrada al no quitarse del cartel pese a su mal estado físico. Lo mató por arriba y cortó también una oreja. Y cuando el público se arremolinaba en la Puerta del Príncipe en este domingo de preferia, la pregunta seguía siendo la misma; ¿Qué es, Ordóñez o Rivera? Y la verdad es que era y es Rivera Ordóñez.

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