Toros

¡Señor presidente!

  • Hasta un Emperador presidió un festejo en la placita de toros que precedió a La Perseverancia

La Fiesta de los Toros ha sabido siempre escabullirse con habilidad, dar con la tecla para seguir presente en la sociedad española. Su mayor enemiga, la Iglesia. Pero fue dedicar lo que se recaudaba para motivos caritativos y ahí se paró. Después hubo que inventar al empresario y luego, a someterse a la autoridad ante el desarrollo anárquico del ejercicio público del toreo, que como ustedes pueden atisbar fue difícil, largo e ingenioso.

Don Josef Daza, considerado el varilarguero por excelencia, denuncia a finales del XVIII en su voluminosa obra Del más famoso y peculiar arte de la Agronomía, que es el Toreo, en términos tan violentos la anarquía que ha hecho presa definitiva en las plazas de toros y en especial en la de Sevilla, donde nos dice: "…la autoridad en la plaza, la dirección que ejerce la misma, es tan poco respetada que parece un burdel, dejando andar por ellas mientras juegan los toros casi otras tantas gentes que las que ocupan los andamios (las gradas)". Y, se pregunta Daza: "¿Quiénes son estos? Lo más soez y mecánico de su vecindario en perjuicio y fraude de las gentes que contribuyen para ver las corridas, por consentir su excelencia aquella turbamulta o chusma de truhanes burlándose del ostentoso aparato de respetuosa tropa que previenen para el despejo, que más que orden parece vana fantasía". Esta chusma a la que se refiere Daza ya no es la misma que antes; ha cambiado, ya no es el rústico campesino que llega de los campos y de los pueblos cargado con sus costumbres, es un público diferente, de distinta extracción económico-social, es la turbamulta germinal de los chulos, pícaros y truhanes, es una caterva de ciudad, son los habitantes de los barrios y arrabales y quienes arrastrados por el frenesí de su propia práctica urbana, marginal y anárquica, restauran, casi anárquicamente en el centro mismo de la Fiesta de los señores de la tierra, aquel toreo festivo y popular que sale de los mataderos y del que junto con el uso de la muleta, ¡La espada!, que va a ser el único testimonio de la anterior etapa de la excluyente nobleza y que ya sin ésta, se va incorporando un nuevo fenómeno del incipiente proletariado.

Esta nueva sociedad esta magistralmente descrita por un testigo excepcional, Francisco de Goya, en el marco concreto de una plaza de toros, en el extraordinario lienzo en el que se representa el desorden que denuncia Daza, donde un hermoso cinqueño, cuajado y mejor armado que se adivina de casta vazqueña, entresale de un grupo de espontáneos, llevando colgado de un pitón a un maltrecho cuerpo humano, mientras al fondo, impotentes los toreros con los capote en ristre se ven incapaces para el quite.

Se comprenderá que la Fiesta estaba necesitada de una domesticación o mejor dicho de una institucionalización, ya que con tal desorden no se podía continuar. Pero quien tenía que presidir la corrida era cuestión muy antigua que seguía sin resolverse desde la llamada ley del Bureo que duraría poco. Primero fueron los alcaldes y con ellos arrancan los pleitos de las competencias con las autoridades militares, llegando en los periodos absolutistas a absorber la autoridad militar el mando político. En 1818 el capitán general de Valladolid que también lo era de Castilla la Vieja, impuso por la fuerza ser él único con atributos para presidir las corridas de toros.

Curiosamente, José Bonaparte, en 1818, hizo cuanto pudo para remediar esta situación y mandó estudiar todos los precedentes legales y de que la policía en las plazas de toros estuviera a cargo exclusivamente del corregidor de Madrid, que daba la pauta y que sea la municipalidad la que tenga balconcillo en la plaza. Cambiaría cuando se crean los gobernadores civiles como jefes superiores políticos asumiendo las presidencias.

El cartel más antiguo en el que se constata este hecho es del 18 de marzo de 1837 en Madrid en una corrida a beneficio de las viudas y huérfanos de los defensores de Bilbao: "Presidirá la plaza el Excmo. Señor Jefe Político de esta provincia de Madrid". Pero no obstante y ojo al dato, sigue diciendo: "la Fiesta se hará con el permiso del Ayuntamiento de Madrid".

A mediados del XX se había llegado a la vaga fórmula y que aún persiste: "La presidirá la Autoridad Competente". ¿Competente en qué? Se llegó a un solo reglamento en 1962 poniendo orden en la Fiesta. Ahora, en Andalucía, a partir del 3 de abril de 2006 tenemos Ley y Reglamento; pero además en cada una de las dieciséis autonomías restantes también tienen el suyo, con sus peculiaridades y gustos.

Antonio Burgos, denunciaba esto y decía que: "Ahora cada espada tendrá que llevar en su cuadrilla a un jurista para interpretar en cada una de ellas que es lo que hay que tener en cuenta. Puede que esto sea una extravagancia de nuestra vapuleada democracia. De aquel desorden en el ruedo que citaba tuvimos uno sonado en Algeciras. Según Martín Bueno (1988), en 1851 el emperador de México Maximiliano I, archiduque de Austria, de visita a nuestra ciudad desde Gibraltar, llegó invitado por el general español Calongi y acompañado por el Gobernador de la Roca Sir Robert Gardner. Calongi, astuto y buen aficionado, costeó toros y torerillos y no solo invitó al archiduque sino que le ofreció la presidencia del festejo. "Lástima -relata el propio Maximiliano- que la corrida no correspondiera a mi entusiasmo, porque los novillos carecían de fuerza y bravura, los toreros eran cobardes aficionados que ni siquiera iban vestidos con los trajes a la vieja usanza, cayeron dos caballos; la plaza de madera (anterior a la Perseverancia) no estaba llena y cuando finalmente apareció un hombre en zancos para matar al pobre novillo, siendo como soy un admirador de la corrida en cuanto a espectáculo noble, me sentí como en la obligación de tener que seguir gustándome aquella matanza y abandoné mi puesto de director, dándole la espalda a tan vergonzosa diversión". Bueno, pues el Archiduque se despachó a gusto. Mucho ha cambiado todo esto. Pero la Fiesta sigue ahí con sus luces y sus sombras. Con un axioma irrefutable que dice: "Si viene el toro, se quita usted, si no se quita usted lo quita el toro". ¡Tan simple y tan difícil!... ¡es, el Toreo! Aunque todavía, se empeñen en llevar la contraria.

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