Toros

Las espadas privan de trofeos en una tarde de grandeza y lluvia

  • Morante de la Puebla y Julián López 'El Juli' se van de vacío pero dejan ráfagas de su gran maestría en cada uno de sus toros Se rozó el lleno de público en los tendidos

Siempre, sean cuales sean las circunstancias que nos acechen hay que esperar a que salga el sol. Por muy denso que sea el gris del horizonte no hay oscuridad impenetrable para un rayo de luz. Se anunciaba en La Malagueta un cartel de postín y junto a Sevilla y Madrid, más allá de los polémicos proyectos del AVE, conformaba un triángulo taurino para el Domingo de Resurrección de excepción, aunque estaba claro que el vértice de peso estaba en la capital de la Costa del Sol. Y precisamente la ausencia de este último, desde por la mañana hasta las primeras horas de la tarde, lluvia incluida, hizo peligrar el duelo de titanes que había programado junto al Mediterráneo. Pero como decíamos siempre sale el sol y en medio de la espesura, grandes ráfagas de luz nacidas del insigne encaje del toreo rococó de Morante y de la corona del príncipe del toreo actual, Julián López El Juli. Para los amantes de los marcadores, ahora que algunos prefieren hablar de orejas como si de goles se tratase, decir que no hubo trofeos y que todo quedó en un empate a cero entre el Madrid y el Barça del toreo, como se escuchó decir en el tendido. Las comparaciones taurofutboleras suenan igual de chirriantes que una receta de rabo de toro al ketchup. A los que les gusta saborear el vino, pensando más allá de la etiqueta, decir que fallaron las espadas pero hubo más de un sorbo y más de dos con los que satisfacer el paladar.

La corrida empezó con retraso debido a que el agua caída a lo largo del día había embarrado parte del albero. Una vez arreglado el piso y trazadas las rayas los tendidos casi llenos ovacionaban a los dos toreros al acabar el paseíllo.

Abría la tarde el diestro de La Puebla del Río, que ataviado con un vestido nazareno que era una auténtica filigrana, dejó patente el morantismo más profundo ante un toro que cabeceaba en la capa. El público protestaba la falta de fuerza y la constante pérdida de manos del toro y aunque ya había sido picado, el de Zalduendo se cambió por el sobrero de Victoriano del Río. Ya frente a Botellero, trazó unos lances de absoluta sensibilidad. Salió al quite El Juli con una actuación muy aplaudida y Morante dio la réplica, pero el cabeceo de su enemigo no le dejo lucirse demasiado. Con la muleta fue metiéndolo en el canasto y con la derecha pegó varias tandas de mucho gusto a pesar de la poca transmisión del animal. Sonó la música pero volvió a parar a pesar de las recriminaciones del propio diestro. Al final todo se saldó en palmas.

Ante el segundo de su lote, tercero de la tarde, no se enceló con el capote. Al de Juan Pedro Domecq la faltaban condiciones pero es cierto que el sevillano tampoco se empleó. Ante la imposibilidad, sin más, se fue a matar. El toro fue pitado en su arrastre. De manera templada y con cierta mecida recibió al quinto de la tarde, cuya muerte brindó al público y con quien fue hilvanando tandas de puro arte que fueron muy aplaudidas. Pero nuevo la espada no clavó y sólo fue ovacionado.

La superioridad y dominio que se destila de la tauromaquia de Julián López El Juli hace que se guarde siempre un atisbo de esperanza aunque el ganado no ayude. En su primero, cuya faena comenzó con los pies juntos, lo fue llevando hasta donde quería gracias a su regia muñeca y a una técnica de altura torera. Su altura, ni más ni menos. Los aceros disiparon las orejas, pero no la realidad de la julicracia. Con quince años el madrileño empezó a batirse el cobre y los mismos años después no se aprecia su techo. Es simplemente Don Julián, con mayúsculas.

El cuarto de la tarde, de la ganadería de Victoriano del Río, no dejó hueco a la ilusión. Salió sin fijeza en el capote y le faltó clase en la faena . El Juli siempre estuvo por encima, de eso no cabe duda, pero su actuación fue silenciada. Para terminar recibió al último de la tarde a portagayola. Iba largo, pero le faltaba entrega y volvió a coger la sartén por el mango y se le vieron frutos. Quizás para aquellos que sólo se iban a conformar con los espadas en volandas hasta el hotel, la corrida fuera una decepción. Para este caso, el refranero es sabio; hambre que espera hartura no es hambre ninguna.

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