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Previsiones económicas en un mundo incierto

  • Las herramientas y técnicas de predicción no suelen ser demasiado útiles frente a cambios estructurales, que además tardarán en revelarse.

DIEGO MARTÍNEZ LÓPEZ

Director del Servicio de Estudios de Cajasol. Profesor de la Universidad Pablo de Olavide

Dicen los expertos en aviación que los accidentes aéreos más graves ocurren cuando un cúmulo de circunstancias coincide en el tiempo. Esta confluencia de factores provoca que el medio de transporte más seguro genere impactantes sucesos en los que salvar la vida es más la excepción que la regla. La economía mundial lleva meses inmersa en una tempestad en la que viento, olas, lluvia y nieve, todos a una, están haciendo zozobrar la nave como pocos recuerdan. No nos estamos enfrentando solo a un inédito proceso de iliquidez en los mercados interbancarios sino también a una extremada volatilidad en los precios del petróleo, las materias primas y los activos financieros; al agotamiento del ciclo inmobiliario en varios países de la OCDE; a potentes dudas sobre la efectividad de la política económica más ortodoxa, y a problemas de información y alineación de intereses en los agentes económicos que multiplican la microeconomía hasta convertirla en macroeconomía, etcétera.

Ante semejante escenario múltiple las previsiones económicas elaboradas por organismos internacionales, gobiernos y servicios de estudios presentan una fecha de caducidad extremadamente corta. Es evidente que predecir el futuro con cierta fiabilidad en este entorno no deja de ser una aventura de muy incierto final. Pero, además, existen otras circunstancias adicionales que lo complican aún más si cabe. En primer lugar, los modelos y técnicas econométricas que nos sirven de instrumentos para nuestras previsiones no están bien asegurados frente a cambios estructurales. Aunque no siempre ocurre así, muchos periodos recesivos incluyen en su realización importantes cambios estructurales que invalidan la estabilidad de los parámetros estimados con datos correspondientes a muestras pasadas.

Lamentablemente, las herramientas con las que contamos para detectar y tratar estos cambios estructurales solo son válidas una vez que ha transcurrido suficiente tiempo desde el cambio de régimen, y ello las inutiliza por tanto a efectos de predicción. Además, en muchos casos, si bien el origen de un cambio de ciclo no se asocia directamente a un cambio estructural concreto, las transiciones desde expansiones a recesiones, y viceversa, suelen activar en sí mismas ajustes estructurales que podríamos calificar de endógenos, con lo que nos encontraríamos ante el mismo problema pero pospuesto unos meses. A efectos ilustrativos piénsese en la economía española si sólo estuviese sometida al cambio de ciclo inmobiliario. En principio, la dinámica de agotamiento del sector de la construcción se podría adelantar desde varios trimestres antes: en rigor, no se correspondería con un cambio estructural. Ahora bien, la notable desaceleración de la demanda agregada derivada ha activado otros mecanismos que sí tienen un marcado carácter estructural, como son los que afectan a las decisiones de ahorro o a las reveladas debilidades estructurales del sector industrial para competir.

En segundo lugar, y aunque pueda resultar algo arriesgado plantear esta hipótesis, creo que el terremoto económico-financiero vivido en los últimos meses ha sido de tal magnitud que ha trastocado las funciones objetivo que guían el comportamiento de los agentes, y la percepción que unos tienen de las metas que persiguen otros. En estas condiciones, con los individuos, empresas y gobiernos sometidos a niveles de incertidumbre máximos respecto a su entorno y dudando incluso de cuál debe ser su función objetivo a optimizar, es imposible predecir con un mínimo de consistencia.

Le expongo un par de ejemplos. El primero se refiere a las decisiones de política monetaria adoptadas por el BCE a lo largo de 2008. No sé hasta qué punto el resto del sistema económico y financiero tiene interiorizado que el único mandato constitucional de la autoridad monetaria europea es la estabilidad de precios. Más bien al contrario: buena parte de mi profesión todavía no entiende por qué el BCE subió los tipos en julio. Esta incomprensión trastoca las expectativas y, por consiguiente, el comportamiento de los agentes privados y nuestros intentos por predecirlo.

El segundo ejemplo está relacionado con la gestión de la crisis de confianza en el sector financiero por parte de los policy-makers. Las turbulencias vividas han sido de tal magnitud que los manuales de política económica al uso han perdido credibilidad a una velocidad inusitada. La ortodoxia presupuestaria salta por los aires sin contemplaciones, los impulsos monetarios vuelven a reivindicarse como herramientas eficaces para afectar al producto real, hoy se deja quebrar a un banco y mañana se rescata a otro; en definitiva, el paradigma de política económica vigente hasta el momento se ha evaporado, y sustituirlo por otro no es inmediato ni tenemos garantías adelantadas sobre su eficacia.

Si la volatilidad afecta incluso a los diagnósticos ¡cómo van a acertar las previsiones! A mediados de 2008 resucitó el concepto de estanflación, casi olvidado desde mediados de los años ochenta del siglo pasado. Pero hoy en día la palabra de moda es deflación, circunstancia mucho más excepcional y difícil de encarar que la primera, entre otras cosas porque nunca la hemos vivido. Si no tenemos claro lo que está sucediendo en el presente, ¿qué se puede decir fiable sobre lo que acontecerá en el futuro?

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