Los puestos hippies callejeros no pasan su mejor época

Los puestos hippies no levantan cabeza

Los puestos, en su actual ubicación de la Explanada de la Estación. / MARILÚ BÁEZ

Los puestos, en su actual ubicación de la Explanada de la Estación. / MARILÚ BÁEZ

Su origen se remonta a 1979, cuando una pareja de artesanos se trasladó frente el edificio de Hacienda para vender sus productos. Poco a poco varios comerciantes se unieron a ellos y llegaron a contar hasta más de 20 puestecitos en los que vendían productos artesanales, entre otras cosas. Los malagueños los bautizaron como los hippies, por sus productos y por su particular forma de vestir. Durante más de dos décadas llegaron a convertirse en un icono simbólico de la población malagueña. No había vecino o turista que pasara por allí y no se parara a echar un vistazo por estos tenderetes y se llevase algún recuerdo. Su espíritu aún se respira en la provincia, pero por desgracia, su aroma está perdiendo el rastro. Después de casi 30 años son pocos los puestecitos que quedan en pie.

Los hippies pasaron sus mejores años frente a Corte Inglés. "Trabajábamos mucho. Todos los días madrugábamos, montábamos y desmontábamos los hierros y estábamos casi todo el día, pero merecía la pena, las ventas iban muy bien", recuerda Alberto Barroso, uno de los supervivientes de los antiguos puestos. La cuesta abajo llegó cuando el Ayuntamiento, por motivos de obras, les comunicó que tenían que trasladarse. La reforma del parking del centro comercial y de las actuales paradas de autobuses urbanos no les permitieron poder quedarse.

Tras varios diálogos con el Ayuntamiento parecía que los puestos ya tendrían un nuevo lugar. "Se nos ofreció un sitio fijo con la compra de los quioscos, que fueron bastante caros, unos dos millones y medio de pesetas - alrededor de 15.000 euros-. Nos dieron un plano en la Avenida de la Aurora, en el aparcamiento enfrente de la entrada principal del Larios", cuenta Juan Antonio García, otro de los comerciantes. Sin embargo, el proyecto no vio la luz. "Se paró la obra, estando presupuestada y firmada", explica García.

Pasó un año mientras se buscaba otro lugar. "Nos querían mandar a Los Patos. Estuvimos de movilizaciones esos años hasta que conseguimos que nos escondieran detrás del Larios", recuerda Juan Antonio. "Los tres primeros meses estuvimos sin instalación eléctrica porque el Ayuntamiento no hacía acometidas de luz. Después fueron tres años horrorosos, ahí no había paso, en una espalda del centro comercial. Con el boom de la construcción teníamos una clientela muy limitada. Nuestros clientes eran jóvenes que por entonces ganaban dinero con las obras, pudimos echar un par de año medio aceptables", recuerda el hombre. Pero la situación no dio para más. "A partir de ahí, vino el declive de la crisis de 2007. Se fueron la ruina casi todos los quioscos. Allí se cerraron algunos y otros se vendieron", rememora García.

Parecía que la suerte estaba de su parte cuando tras una nueva reunión con el Ayuntamiento se les propuso un nuevo lugar: la Plaza de la Solidaridad. "Allí hay bares y pasan unas 30 o 40 mil personas diarias", explica Juan Antonio. Pero la queja de algunos vecinos volvió a hacer inviable el traslado. "De la noche a la mañana nos dijeron que no podía ser. Así que seguimos buscando y dentro de todo lo malo caímos aquí (detrás del centro comercial Vialia) donde llevamos cinco años", cuenta el hombre. Por lo que cuenta, la situación allí es peor que en cualquier otro sitio. El paso de personas allí es muy reducido, el paseo se limita a pasajeros que llegan de paso. "Aparte tenemos más problemas, como los indigentes, la suciedad de la plaza, las ratas…", protesta el vendedor.

Unos puestos más arriba de Juan Antonio, Alberto Barroso tiene su quiosco. El olor a cuero resalta en el pequeño espacio. De los toldos cuelgan mochilas, pañuelos y en su interior abundan más de artilugios. "La situación últimamente no levanta, no sacamos para pagar. Igual un día vendes que otro día no vendes nada, la cosa está difícil", reconoce Barroso. "Mira", dice mientras saca su libreta donde apunta sus ventas. "Miércoles 47 euros, jueves 33; 20, el sábado", señala el hombre. "Estás trabajando mañana y tarde, de lunes a sábado y no ganas nada. Entre la gasolina y pagar el autónomo, se te va lo poco que ganas y encima te falta. Siempre venimos con la esperanza de vender pero la verdad es que estamos viviendo una mala situación", explica Alberto.

Hace dos años tuvieron una reunión con el Ayuntamiento y, según cuenta Juan Antonio, les dieron la opción de irse de allí, abandonando los quioscos aunque con la opción de elegir una zona mejor. "Visto lo visto aceptamos y pedimos una solicitud por escrito, desde mayo 2016 estamos esperando una respuesta del departamento de concejales y de comercio. Hace un mes hemos vuelto a enviar otra", cuenta el hombre.

Parece que la cultura hippie está de capa caída en Málaga. A la espera de una respuesta, el puñado de puestecitos que siguen en pie continúan luchando por sacar adelante sus comercios y al fin y al cabo su forma de vida.

Mariola Ruiz

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