NECESARIO es de todo punto en fútbol como en la vida saber ser yunque para que a la hora de la verdad se sepa protagonizar el papel de martillo. Como yunque pasó la prueba de Manchester y de la misma manera pasó el examen de Múnich. El Real Madrid y su innegociable ADN como bastión indiscutible del fútbol patrio es el único superviviente español en el concierto continental y ahora que alguien venga a discutirlo.

Dieciocho córners después se agarraba a la ruleta rusa de los once metros para doblegar a ese club estado que puso a las órdenes de Guardiola a lo mejor de cada casa. Ahora queda la prueba del miércoles 8 en Chamartín con el anuncio de otra vuelta de esas en las que los noventa minutos se hacen larguísimos para el rival según sentenció en italiano macarrónico Juanito. Es de esos días en que la liturgia madridista saca sus mejores galas para interpretar el papel de martillo.

También en Allianz Arena, aunque en menor medida que en Etihad Stadium, le tocó recitar el penoso papel de yunque. Y lo hizo con virilidad y solvencia, bastante solvencia, esa que nace de la calidad individual de la tropa. Para el recuerdo quedó el pase al hueco de Kroos para que Vinícius concretase a un toque, sin control previo. Antes del gol y tras el descanso, al Madrid le tocó bailar con la más fea, eso que cuando se trata de hacerlo con un equipo alemán tanto cuesta.

Estamos ante una leyenda que arrancó con las cinco orejonas en blanco y negro y que ha sobrevivido al paso del tiempo. De Di Stéfano a Raúl, desde Gento a Sergio Ramos y ahora Vinícius, el aura madridista no pasa por ninguna fase de eclipse. Sigue ahí por la sencilla y, a la vez, complicada razón de saber adoptar la pana cuando sobra el esmoquin. En una palabra, el Realísimo es lo que es porque para ejercer de martillo que todo lo puede ha sabido ser yunque inabordable.