ROSS. Gran Sinfónico 10 | Crítica

De la bruma invernal al caos sinfónico

La ROSS en el Maestranza durante el concierto del primer día del Gran Sinfónico 10.

La ROSS en el Maestranza durante el concierto del primer día del Gran Sinfónico 10. / Marina Casanova

Madrileña residente en Sevilla desde hace mucho tiempo, estrenaba Inmaculada Almendral su Primavera, una obra para gran conjunto sinfónico, que planteó como una sucesión de estampas que parten de una bruma atonal, invernal diríase, casi hecha con manchas de ruido, se mueve hacia el lirismo (intenso y bello tema en la cuerda) y termina explotando (¡la primavera al fin!), al volcarse del lado de lo rítmico, con elementos de corte minimalista. La partitura pareció gustar y recibió más aplausos de lo que suele ser habitual en partituras contemporáneas.

La inesperada muerte de Piotr Szymyslik en el último día del pasado año, dejó a su discípulo José Luis Fernández, con quien debía tocar por estas fechas un Concierto doble de Krommer, solo ante el peligro, y el onubense optó por hacer el Concierto de Mozart (supongo que la elección fue suya). Lo tocó de manera prodigiosa merced a un sonido firme y elegante, amplio, hermosísimo, con un fraseo delicado, que se apoyó en con una capacidad para modelar las progresiones dinámicas desde los pianissimi en verdad espectacular (en cierta manera el Adagio alcanzó en su boquilla el carácter de lo memorable). Soustrot acompañó con sonido algo grueso, con mucho vibrato, y articulaciones laxas, dejando a la orquesta demasiado en segundo plano, por lo que la obra se movió más en el terreno de lo bonito que en el de lo dramático.

Como propina, Fernández hizo un arreglo del final de concierto que tenía que tocar con Szymyslik para que pudieran participar los tres profesores de clarinete con plaza fija que tiene a día de hoy la orquesta (además de él mismo, Miguel Domínguez y Félix Romero) y la música, ligera hasta lo irrelevante, se vio de repente embargada de emoción.

En la segunda parte figuraba la Quinta sinfonía de Prokófiev, obra muy difícil para las orquestas, y la interpretación de la ROSS empezó amenazando ruina, con desajustes diversos, empaste precario y un segundo tema de una blandura impropia, pero Soustrot se fue creciendo y el conjunto con él para dejar atrás el caos en un Scherzo formidable en su energía, aristado, incluso un punto estridente (no le va mal a la música ese tono), aunque no especialmente transparente (es complicado, sí, por el intrincado juego textural que plantea el compositor). El Adagio volvió a caer en cierta blandura de acentos, que provocó continuas caídas de tensión, acaso porque Soustrot  quiso ir demasiado lento, decir más cosas de las que podía. En el principio del Finale volvió a dominar cierta sensación de descontrol, pero la orquesta se recompuso, comandada por una Alexa Farré frenética en su participación solística, para rematar la obra con tono vigoroso y de una teatralidad un punto grotesca y cortante.

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