El Palquillo

Amanecer en Roma

El Cachorro baja por la Puerta Real dirección Alfonso XII

El Cachorro baja por la Puerta Real dirección Alfonso XII / Fran Santiago

Sobre estas piedras que en tiempo fueron triunfo y gloria se desparrama la sangre líquida del sol, un sol que nace nuevo de las entrañas del mar, fatigado y viejo. El color de su oro se pierde en los abismos de un tiempo que cabalga en nuestro espíritu y nuestras obras, como heredero propio de lo que somos. Qué no habrá visto este sol, qué de silencios, ruinas, muertes y famas. Se entretiene ahora, somnolienta la mañana, en las crestas de las olas, cuyas espumas sirvieron de guía y faro, de bodega para tratados y encuentros para que el hombre resolviera su inquietud. 

Por las calles deambulan, desnortados, con el alma exhausta, los hermanos. Miran todo pero ya no ven nada, como si las pupilas se hubieran detenido para siempre en la sequedad de lo imposible, en la infinitud de un milagro que traspasó los límites de la consciencia. Como si hubieran descubierto el mayor secreto jamás guardado, como una manifestación carnal de la más absoluta distopía de Orwell o de Huxley. Caminan con la certeza del rumbo perdido, con la seguridad que ofrece el saber que ya no hay nada más que cumplir. En los tímpanos decrece el estruendo de la imaginación sobrepasada, de la incredulidad tangible y viva. Por estas calles, vestidas en tiempo de togas, argollas y tabernas, los cuerpos parecen suspendidos más que erguidos, como si del cielo pendieran los hilos del Mediterráneo, del universo, depositarios del destino de sus pulsos. 

Algunos alcanzan, al fin, el inmenso tapiz verde y ocre, en cuyo extremo se levanta un inmenso altar que parece ahora diminuto. La multitud jalea y brama. Una voz familiar y limpia bendice todo y más, predica y agradece los frutos vertidos sobre nuestros corazones, que más que henchidos se encorvan mustios como el olmo de Machado. Allí está Él, otra vez. ¿O no? ¿Qué separa la realidad del sueño? ¿A qué ese Hombre, meteoro infinito de Dios en la cruz del tiempo? ¿Ni el más poderoso de los imperios fue capaz de cerrarle los ojos, ahora incluso más profundos y brillantes? ¿Ni los más regios emperadores, ni la más preclara ciudad que trazó la humanidad fue capaz de arrancarlo de la muerte?

Volverás -volveremos- a casa, al río y al Viernes Santo, pero ni Tú ni nadie seréis los mismos. Y se quebrará la yunta del puente, y amenazarán las nubes, y sonarán lastimeros los vientos de este Sinaí andaluz. Pero nada, créeme, limpiará de nuestras profundidades aquella tarde en que un minúsculo Coliseo se redujo a cenizas en las gradas de tu costado; aquel ocaso en que las espinas se volvieron laureles para salvarnos la vida a todos; aquel atardecer cuando tus labios nos ofrecieron la única belleza posible; aquella noche en que se quebraron todos los teoremas, los postulados académicos y el mármol se rindió a la carne de la madera; foros, teatros y basílicas que descubrieron, dos mil años después, cómo la muerte solo es tan solamente antesala de la eternidad. Ahora todo merecerá sentido. Qué es un año, Cachorro, para toda una Humanidad esperando. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios