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José Rámón Sierra | Arquitecto

“A la gente le sigue gustando Sevilla. No lo entiendo, todo es ya un pastiche”

  • Artista polifacético, es el responsable de algunos de los proyectos más importantes de la Sevilla moderna, como la rehabilitación del Monasterio de la Cartuja o Catalana Occidente

José Ramón Sierra, durante la entrevista.

José Ramón Sierra, durante la entrevista. / Víctor Rodríguez

Esta conversación con José Ramón Sierra (Olivares, Sevilla, 1945) podría haber tratado de pintura. No en vano es uno de los artistas pioneros de la abstracción en Andalucía y su carrera ha estado ligada a la mejor galerista que ha dado la Sevilla contemporánea, Juana de Aizpuru. Sin embargo decidimos dedicar la conversación a su arquitectura, porque Sierra, catedrático de Expresión Gráfica Arquitectónica en la ETSA de la Universidad de Sevilla, es responsable de alguno de los proyectos que han configurado la Sevilla actual, como su magnífica rehabilitación de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, que fue Pabellón Real en la Expo 92 y actualmente acoge el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, o el edificio de oficinas de Catalana Occidente. Pero no es Sierra un arquitecto-estrella dedicado en exclusiva a los grandes edificios del poder, sino que algunos de sus proyectos más interesantes son casas unifamiliares en el centro de Sevilla o viviendas sociales en la periferia. Su estudio en la calle Monsalves, donde nos recibe, es ya una tarjeta de visita de su arquitectura, una mezcla de modernidad y tradición, un espacio que huye del lugar común, con mucho del MoMo (Movimiento Moderno) y algo de Roma. Un reflejo de su convicción de que la ciudad y su arquitectura es una continua reelaboración de los materiales preexistentes.

–Uno de sus proyectos más conocidos es la rehabilitación del Monasterio de la Cartuja, un ejemplo de cómo conjugar antigüedad y modernidad.

–Pertenezco a una generación educada en el Movimiento Moderno, en el que toda la arquitectura está supeditada a la función del edificio. Sin embargo, en el proyecto de la Cartuja comenzamos a trabajar en el año 1987 sin tener ni idea de qué se quería hacer. Nadie sabía nada, no había ningún proyecto de reutilización. No existía siquiera un plano, una planta, del conjunto. En estas condiciones, una de las primeras decisiones fue derribar la casa Pickman, que estaba en lo que hoy es el atrio, enmascarando toda esa logia mudéjar maravillosa que hay entrando a la derecha... Todas esas cosas se decidieron sobre la marcha allí, sobre el terreno, viendo la obra.

–Complicada situación.

–Pero estas circunstancias raras, esta ausencia de programa, nos dieron mucha libertad y nos permitieron hacer la obra atendiendo sobre todo a las ruinas, sin violentar su esencia. Sólo teníamos que estar muy atentos a lo que las propias ruinas nos iban diciendo.

–Cuente. ¿Qué se encontró en el Monasterio de la Cartuja?

–Aquello era un laberinto. No era un monumento, en lo que todo está supeditado a un orden, a una lógica. Más bien, la Cartuja era un trozo de ciudad, y como toda ciudad había estado en continua transformación. La Cartuja del siglo XV no tenía nada que ver con la del XVIII. Había calles, patios, casas... Era como un reflejo de la ciudad que estaba enfrente. Además, había que tener en cuenta el trauma que había supuesto para todo el conjunto su uso como fábrica de loza. La habían reventado desde dentro, con unos añadidos brutales.

La Cartuja, en general, está mal cuidada y sucia

–Sin embargo, pese a esta maraña de épocas y usos, con su proyecto consiguió darle una gran unidad al conjunto. ¿Está contento con su estado actual?

–Muy recientemente estuve allí, porque necesitaba una fotografía del Patio de Pérgolas, que es el que está en la entrada de la zona de exposiciones, con unas grandes bignonias que cuelgan. No se puede imaginar con el desastre que me encontré. La Cartuja, en general, está mal cuidada y sucia. Han iniciado una poda completamente absurda y asesina de las bignonias... Soy consciente de que es un edificio grande y complicado, pero no está siendo bien mantenido.

–Muchos se quejan del aislamiento del CAAC. Es un problema geográfico y psicológico. A los ciudadanos nos cuesta ir a la Cartuja.

–Efectivamente, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo ha quedado en un sitio de accesibilidad problemática, lo que, desde luego, no facilita las visitas. En principio este es un problema intrínseco a la propia condición original del conjunto como monasterio de clausura, y eso que el caso de Sevilla, junto con Colonia o Roma, es raro, porque lo normal era que los cartujos levantasen sus monasterios lejos de la ciudades. El aislamiento también se vio favorecido por la decisión de hacer la Expo en un recinto cerrado –y no desperdigada por la ciudad, como se llegó a pensar– para así poder cobrar una entrada. El problema se puede resolver con puentes, pero también generando oportunidades para que los ciudadanos quieran acudir a la Cartuja.

–En general, su proyecto es un interesante diálogo entre arquitectura e historia.

–Uno de los problemas que tenemos es lo poco que todavía conocemos de la historia de Sevilla, empezando por el viario romano: ¿cómo es posible que haya desaparecido tan drásticamente de la ciudad contemporánea? Actualmente somos herederos del viario islámico. De la Sevilla romana la única ruina emergente son las columnas de la calle Mármoles, que tampoco sabemos muy bien qué eran, ¿un templo, un pórtico...? Es un misterio, porque además sus bases no son iguales. Luego está esa historia de las tres que se sacaron para la Alameda de Hércules y la que se rompió y quedó enterrada en Mateos Gago... Son muy parecidas a las del Panteón Romano.

–Otro de sus proyectos importantes en la ciudad, el edificio de Catalana Occidente, en San Francisco Javier, es totalmente diferente. Mucho más rotundo y duro. No parecen del mismo arquitecto.

–Con Catalana pretendíamos hacer un edificio que ayudase a configurar una parte muy importante de la ciudad. Había algunas intervenciones anteriores, como los edificios Sevilla 1 y Sevilla 2, proyectados por Otaisa, que también eran rotundos, pero cuyas fachadas, que ya empezaban a moverse, no colaboraban a configurar el viario, sino que lo difuminaban. Existía el riesgo de que San Francisco Javier quedase un tanto desfigurada. Catalana, con su longitudinalidad, su tamaño y disposición, ayuda decisivamente a que la calle sea reconocible.

La verja que le pusieron al edificio de Catalana Occidente es horrorosa y una falta de respeto incomprensible

–El edificio ha sido protegido recientemente. ¿Está contento con cómo se ha mantenido?

–Sí, aunque hay cosas incomprensibles. Por ejemplo, el porticado, con el que pretendíamos dar una zona de sombra para el paseo, se convirtió en un sitio de botellonas, por lo que la empresa propietaria decidió cerrarlo con una verja. Pero en vez de llamarnos a nosotros, que hubiésemos estado encantados de aportar soluciones, se la encargaron a una señora que hizo una verja horrorosa que destroza las relaciones del edificio con otros elementos, como los macetones que construimos delante. Es una falta de respeto.

–Pero usted no se ha dedicado sólo a grandes proyectos. También ha hecho una muy buena arquitectura doméstica.

–Todos nuestros proyectos han sido sobre casas ya existentes, es una arquitectura donde no existe la obra nueva. En Sevilla, la reforma siempre ha sido la forma de producirse la ciudad. Hay muy pocos edificios surgidos de la nada. Curiosamente, muchos de los que hay están relacionados con la muerte: el Hospital de la Sangre, el Matadero... Luego está el Archivo de Indias, un proyecto administrativo que podría haberse ubicado en Valladolid, y que cayó en Sevilla como un platillo volante, destrozando todo el barrio que tenía alrededor. Como decíamos, casi todo es reforma, empezando por la misma Catedral, y no digamos nada del Alcázar, al que entras y ves cosas almohades, mudéjares, góticas, barrocas, neoclásicas... Eso es lo que le da ese carácter tan peculiar. Miguel Ángel o Bramante siempre intervinieron sobre edificios que ya existían, nunca hicieron un edifico de la nada.

–Algo que no entenderían muchos arquitectos-estrella de hoy.

–Ese tipo de trabajos no ha interesado nada a los arquitectos de mi generación, aunque el panorama ya está cambiando y, en vez de dedicar tanto dinero a la arquitectura del espectáculo, de la que va a quedar muy poco, se está volviendo a una visión más realista y coherente con la vida de la gente y la ciudad, que consiste en aprovechar lo que hay.

–Su tesis doctoral versó, precisamente, sobre la arquitectura doméstica popular sevillana.

–Es un análisis de todas las viviendas que quedaban anteriores a la aparición de la casa-patio romántica, que muchas veces se ha supuesto que es la típica sevillana, pero que es un invento recientísimo, del siglo XIX.

La casa-patio, a la que se considera la vivienda típica sevillana, es un invento recientísimo

–¿Y por qué nació esta casa-patio?

–Para dar servicio a una nueva clase burguesa (médicos, abogados...) que no tenía una arquitectura con la que identificarse. Lo que existía antes era la gran casa o el corral de vecinos y en medio fueron surgiendo las llamadas casas de partido, que eran unifamiliares y, de repente, se convertían en casas de vecinos. En la llamada Casa de Velázquez, que arreglé yo, llegaron a vivir once familias.

–Sigamos hablando de la aparición de la casa-patio.

–El recinto murado de Sevilla parece ser que fue el mayor del mundo y dentro incluía muchos terrenos que eran huertas. La urbanización de todos esos solares no se completó hasta el XIX, por eso la ciudad no tiene un ensanche decimonónico, porque no lo necesitaba. Su zona extramuros sólo eran arrabales dedicados a labores concretas: Triana, el puerto y la alfarería; San Bernardo, el matadero; la Macarena, el hospital... Cuando, como decíamos, se completó todo el terreno disponible, el espacio urbano fue, por primera vez, un bien escaso. Surge entonces el tipo de casa-patio, que es un tipo malo, porque son edificios lóbregos –sobre todo en invierno–, oscuros y resuelven muy mal la circulación por ellas. Te tienes que mover por la casa atravesando las habitaciones.

–¿Están bien aprovechadas las posibilidades que brindan los edificios históricos a Sevilla?

–En absoluto. Tenemos un problema gravísimo: no sabemos qué hacer con una serie de edificios importantísimos. Por ejemplo, las Atarazanas, que es la construcción civil más importante de la ciudad... o la Fábrica de Artillería, o la Fábrica de Tabacos...

–¿La de los Remedios?

–No, la del XVIII. No puede estar dedicada a un Rectorado y tres facultades... Está mal usado para la ciudad. ¿Vamos a hablar de turismo?

–Sí. Precisamente he defendido en algún artículo lo contrario. El derecho de los ciudadanos a usar su patrimonio histórico en sus actividades cotidianas, no entregarlo al turismo.

–Todo el mundo habla mal del turismo. Yo no. Va a ser un factor de reorganización de Sevilla, una ciudad errática que no sabemos muy bien a qué se dedica desde que se fue la Casa de la Contratación a Cádiz. ¿A qué se dedica? ¿A vender trigo? El turismo puede ser muy importante, va a obligarnos a repensar muchas cosas. No debemos demonizarlo.

Todo el mundo habla mal del turismo. Yo no. Va a ser un factor de reorganización de Sevilla

–¿Y la crítica de que el turismo está convirtiendo a Sevilla en una ciudad de cartón piedra?

–Sevilla ya es de cartón piedra. Del centro no queda nada. Yo llegué a conocer la Sevilla del XIX, pero eso ha desaparecido por completo. Aún así, la ciudad sigue gustándole mucho a la gente. No lo entiendo. Todo es un pastiche ya. Yo arreglé en su día la supuesta Casa de Velázquez, de la que hablábamos antes, que no es de Velázquez ni es nada, pero los Lucchino le hicieron unas ventanas arriba con unas molduras espantosas... Destrozaron la fachada, imagínese por dentro. Hace poco, Rafael Moneo dijo que dentro de algún tiempo habrá en Sevilla un barrio de torres Pelli... Yo creo que no. Lo que me molesta de ese edificio, aparte de que se ve desde todos los sitios, de que es omnipresente, es que es una arquitectura mala, pésima, no aporta nada a la ciudad. Fue una acción disparatada e irresponsable.

–Hemos hablado antes del CAAC, pero en general los museos siguen siendo una asignatura pendiente de la ciudad.

–Uno de los grandes problemas que no se ha sabido resolver en las últimas décadas ha sido el museístico. Seguimos teniendo un déficit de estructura museográfica importante, y las soluciones que se barajan no van a ningún sitio. El de Bellas Artes no da para más. Yo era miembro de la comisión museológica, con Carmen Laffón, Enrique Valdivieso y Juan Miguel Serrera y pudimos parar el intento de construir unos almacenes en un jardincito. Cuando íbamos a Madrid al Ministerio nos decían: “ya vienen ahí los de los pajaritos”. La ampliación por el Palacio de Monsalves es también muy problemática. El Convento de la Merced sería estupendo para exposiciones temporales, pero sin forzarlo tanto como ahora mismo... De ese problema no se ha resuelto nada en décadas, y va a ser una pieza clave en la vida futura de Sevilla.

–¿Y el Arqueológico?

–Ese edificio estaba destinado a ser destruido cuando terminase la Exposición del 29; está muy mal construido y el pobre ha dado de sí todo lo que podía. Ahora quieren hacer allí otro disparate.

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