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Caso Laura Luelmo

Cortegana: El pueblo donde vive el miedo

  • Una vecina recuerda que se fue de fiesta el día que Luciano mató a la joven Mari Carmen en el pueblo

En los bares de Cortegana se paran las conversaciones cuando la televisión conecta con Huelva.

En los bares de Cortegana se paran las conversaciones cuando la televisión conecta con Huelva. / Óscar Lezameta (Cortegana)

No quiere dar ni su nombre. Tiene un negocio y quiere defenderlo a toda costa. También a sus hijos, pero recuerda perfectamente quiénes son los Montoya. “La noche en la que Luciano mató a Mari Carmen, yo estaba de fiesta con ella; teníamos apenas 19 años y la verdad es que no lo he olvidado todavía”. Habla con temor incluso con la certeza de que nadie salvo el que le pregunta, la escucha. “En cuanto supimos que Laura había desaparecido, todos en el pueblo, sabíamos que había sido Bernardo, porque Luciano estaba en la cárcel”.

Recuerda también la manifestación en la que cientos, miles de personas pidieron a las autoridades que le echaran del pueblo. “No ha servido para nada porque mira cómo estamos. Lo que queremos es que alguien se preocupe por nuestra seguridad, porque nos protejan de estas personas porque el pueblo tiene miedo, mucho miedo.Estamos aterrorizados porque estamos seguros de que Luciano saldrá de prisión y vendrá para aquí y vuelta a empezar. En el pueblo nos sentimos desamparados”.

En el centro de información municipal que conforman todos los bares de cualquier pueblo, los parroquianos no hablan de otra cosa. Entre chatos y tapas, siempre queda hueco para hablar “del tema”, únicamente interrumpido por el silencio que se reclama cada vez que la televisión anuncia que conecta con Huelva.

Tulio es uno de los pocos que se atreve a dar la cara y recordar como lleva en el pueblo “apenas cinco años. Me mudé a la misma calle donde vivía Cecilia, la anciana que fue apuñalada por Bernardo a machetazo limpio para que no declarara en un juicio contra él. A mi me da lo mismo, pero la verdad es que los chiquillos tienen que tener miedo”. Para ellos, las víctimas tienen nombres, apellidos y cara. No son simples números, o “una anciana”, o una joven como figura en las crónicas de sucesos. Las conocían porque vivían con ellos.

Cortegana es uno de los pocos que conserva su casino. A su puerta, uno de los habituales sale a comprar tres cigarrillos. Después de enchufar el aparato en una oreja, sentencia: “Uff, son mala gente. Hay miedo” y corre a refugiarse del frío.

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