tribuna de opinión

Luis de Angulo Rodríguez (1941-2017)

  • El autor resalta la trayectoria jurídica ejemplar del abogado granadino

En noviembre de 1963 tuve el privilegio de entablar entrañable amistad con Luis de Angulo. Se cruzaron nuestras vidas en el Collegio di Spagna, en el que durante los cursos 1964 y 1965 redactamos y defendimos, bajo la rigurosa y paternal tutela del maestro Walter Bigiavi, las tesis que nos hicieron alcanzar las laureas de dottori in giurisprudenza. Aquellos años frecuentamos asiduamente las salas en que se proyectaban películas que era difícil visionar en España y compartimos viajes en la península itálica, uno de los cuales nos llevó en la Semana Santa de 1964 a Sicilia, permitiéndonos disfrutar la belleza de sus ciudades y el tipismo de aislados enclaves montañeros, a la sazón carentes de la notoriedad que las novelas de Puzo y las películas de Coppola hicieron luego ganar a Corleone, la ciudad de las cien iglesias. Vivimos inolvidables experiencias en las ferrovie sicilianas; valga la anécdota de cuando dos señoras intervinieron en el trascurso de una de nuestras conversaciones para ponderar la belleza y corrección de lo que entendían era un perfecto toscano… ¡y nosotros estábamos hablando en español, con los acentos propios de Granada y Sevilla! Pero nuestra vida se enmarcó básicamente en las aulas de la Universidad, en la cual la tesis de Luis mereció la máxima calificación cum laude y el premio Leone Bolaffio.

A su regreso a España se incorporó a la escuela formada en la Universidad de Granada por el magisterio de Miguel Motos. Y compatibilizó su dedicación a la vida universitaria con el ejercicio de la profesión de abogado, conforme al carácter quizá impreso en sus genes por una centenaria tradición familiar, a la que ha hecho honor su intensa participación en la vida corporativa de la abogacía como decano del Colegio de Granada, vocal y vicepresidente de la Comisión Permanente del Consejo General de la Abogacía y presidente y presidente de honor de la Mutualidad General de ésta.

Ejerció conforme al cáracter impreso en sus genes por una centenaria tradición familiar

En 1979 fue designado director general de Seguros, cargo en el que ha dejado memoria imborrable su protagonismo, reconocido con la concesión de la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort, en los trabajos que dieron lugar a la aprobación de ley de contrato de seguro. Conservo algunos recuerdos de sus vivencias en Madrid como director general, entre ellos el de un episodio que pudo haber transcendido la categoría de simple anécdota al insertar a Luis en la historia, al menos en la pequeña historia en la historia mediática, de nuestro país. La tarde del 23 de febrero de 1981 sonó el teléfono de su despacho comunicando que, si el Gobierno de secretarios de Estado y subsecretarios que había asumido las funciones del secuestrado por el teniente coronel Tejero en el Palacio de las Cortes fuese a su vez privado de la necesaria autonomía para el ejercicio de sus funciones, tendría que sustituirle un tercer Ejecutivo integrado por directores generales, en el cual figuraría el de Seguros. Luis, haciendo honor a la responsabilidad que ello implicaba, permaneció en su despacho hasta la aparición en las pantallas de televisión del Rey reafirmando su compromiso con los valores constitucionales; pero, consciente de que la eficacia objetiva de su actuación dependería en último extremo de la actitud adoptada por los guardias civiles a quienes estaba encomendada la protección de la Dirección General, mantuvo abierta a través de su secretaria una permanente vía de comunicación para ser informado de si se habían unido a los asaltantes del Congreso o, fieles a su deber, continuaban a las órdenes de los poderes legítimos, y por tanto a las suyas, actitud que afortunadamente fue la observada en el Paseo de La Castellana.

La colaboración de Luis con la gestión de los intereses públicos no se reduce a la desarrollada en la Dirección General de Seguros; ya había ocupado la vicepresidencia del Patronato Provincial de Protección a la Mujer de Granada y después ha sido miembro del Consejo Consultivo de Andalucía. Junto a su actividad como servidor público no cabe olvidar la realizada en los consejos de administración de una quincena de sociedades, entre las cuales destaca la llevada a cabo en Puleva, de la que fue más de veinte años secretario consejero, y en el Banco de Granada, así como en diversas asociaciones y entidades benéficas.

A todo lo anterior ha de añadirse su historial en las instituciones académicas: académico numerario, presidente y vicepresidente honorario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Granada; académico honorario de las Mexicana, Valenciana y Gallega de Jurisprudencia y Legislación; correspondiente de la Sevillana de Legislación y Jurisprudencia; vicepresidente de honor de la Mesa Permanente de la Conferencia de Academias Jurídicas y Sociales de Iberoamérica y Filipinas; miembro del Instituto de Academias de Andalucía y del Instituto de España… Y no pueden cerrarse estas líneas sin mencionar algunos de los premios más significativos que atestiguan el reconocimiento público de su valía intelectual, profesional y humana. Han quedado ya hechas referencias al Premio Leone Bolaffio, y a la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort, agregaré ahora que ha sido galardonado con la Gran Cruz al Mérito en el servicio a la Abogacía, la Medalla de Oro de la Ciudad de Granada, la Medalla de Plata de la Universidad de Granada, la Medalla de Plata con Ramas de Palma al Mérito en el Seguro, y los Premios Bibrambla y Zacatín a la Abogacía. El pasado año 2016 recibió el VIII Premio Jurídico del Abc de Sevilla y del BBVA, que resalta la alta significación en nuestra tierra de una trayectoria jurídica ejemplar; ello me permite concluir esta sucinta exposición manifestando que, al haber recibido yo también este premio en otra edición, una nueva vivencia común vino a sumarse a tantas otras que crearon entre nosotros un más que cincuentenario vínculo con lazos de imperecedero afecto.

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