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Andalucía

"¿POBRES NOSOTROS?"

  • Sanlúcar de Barrameda se rebela contra la ciencia estadística, que la sitúa como la ciudad con más paro y la segunda más pobre de España

La sentencia en una batalla de herederos de alto linaje cifra en 33 millones de euros el legado de una casa ducal que se pierde en los tiempos de Juan II de Castilla, allá por el siglo XV. Un palo cortado obtiene la máxima puntuación, cien, en la selecta clasificación que lleva el nombre del sibarita Robert Parker. Durante el verano se celebran en la playa más de una veintena de carreras de caballos con una dotación de premios que van de los 6.000 a los 15.000 euros. Hay aquí una escudería que fue la primera bajo bandera española que corrió las 24 horas de Le Mans. Se pagan 35 euros por un plato de langostinos que dicen que son los más grandes y sabrosos del planeta. Aquí desemboca un río que cada junio cruzan miles de personas para acudir a una romería que atraviesa una de las mayores reservas naturales de Europa. Nadie podría pensar que estamos hablando de la localidad con más paro de España, un 42,3%, y la segunda más pobre, con una renta media de 17.260 euros al año. Así aparece en el estudio de INE sobre indicadores urbanos. Un dedo señalando a Sanlúcar de Barrameda. ¿Por qué?

Rafael Hidalgo, presidente de la sociedad que gestiona las carreras de caballos en la playa, no sabe por qué. "Si es así, pondremos nuestro granito de arena para que deje de serlo. Cada año generamos cien empleos directos y muchos indirectos. La ciudad se mueve, tiene iniciativas. Claro que podría ir mejor, quién no. Y hay necesidades. ¿Dónde no? ¿Pero una ciudad pobre? ¿Nosotros pobres?".

Juan Marín, líder andaluz de Ciudadanos, sanluqueño, también manifiesta su estupefacción. "He sido teniente de alcalde y aquí se pagaba en más de un 90% la contribución en los peores años. Ahora he quedado con unos amigos para salir a cenar y sé que me costará encontrar una mesa libre en una terraza. Y claro que sé que hay gente que pasa necesidades. Con la que ha caído... Pero si nosotros somos la ciudad más pobre, el resto de las ciudades deben ser la gloria".

Vayamos a la leyenda negra, alejémonos del centro, donde se encuentran algunos de los bares de tapas, como Balbino, más célebres de Andalucía Occidental. Estamos en la parte de la playa de Bonanza que inspiró Vertedero, del joven sevillano Manuel Barea, premio Novela Negra Ciudad de Valencia. El detonante de la trama ocurrió aquí. El 1 de diciembre de 2012 un helicóptero de Aduanas fue apedreado por vecinos para evitar que siguiera a la lancha que iba a hacer un porte de hachís en la desembocadura. La desembocadura del Guadalquivir fue uno de los puntos calientes de entrada de droga. También aquí Baltasar Garzón desarrolló a principios de los 90 la operación Pitón, donde detuvieron a El Cagalera. Veinte años después su hijo, El Diarrea, continuaba la dinastía en la operación Jarca. Se decía que el fondo arenoso de la desembocadura estaba alfombrado de móviles de usar y tirar. Los usaban los contrabandistas comunicar los portes. Sanlúcar estaba plagada de tiendas de móviles. Un empleado de la banca local recuerda que "aquí siempre ha habido dinero. La prueba es que Sanlúcar era la que tenía más sucursales por habitante".

También por aquellos años la construcción se convirtió en la primera actividad de la ciudad. Irene García, ex alcaldesa y actual presidenta de Diputación de Cádiz, lamenta que "cuando Sanlúcar alcanzó el momento en el que podría haber afrontado su desarrollo turístico y comercial ligado a la actuación racional sobre de su casco histórico, afrontó una realidad ligada al boom inmobiliario. Fueron años de descontrol de la mano del PP en el Ayuntamiento. Hubo hasta un centenar de grúas sobre el skyline del centro para actuar sobre unos edificios históricos que formaban parte de la memoria de esta ciudad y que no se han puesto al servicio de su desarrollo, sino de una especulación urbanística sin ningún efecto beneficioso para el conjunto de la ciudadanía".

Todo esto forma parte del pasado. Cercano, pero pasado. Fernando Hermoso, que continúa la saga de uno de los restaurantes emblemáticos de la provincia, Casa Bigote, en Bajo de Guía, se rebela: "Hay una historia montada que no sé quién tiene interés en alimentar sobre que Sanlúcar es lo que no es. Aquí no hay más que pasear y se ve que no es una ciudad tercermundista. Las estadísticas serán las estadísticas, pero aquí trabaja más gente de lo que parece". Es cierto. Uno podría pensarse paseando por la segunda ciudad más pobre de España que se encontraría rodeado de miseria, pero no es así. Las terrazas del centro están animadas, hay un aceptable movimiento comercial y, sin duda, se pueden encontrar trazas urbanas mucho más degradadas que la de Sanlúcar.

Sanlúcar quiere desembarazarse de esa mala imagen, pero lo hace con una industria inexistente, un turismo estacionalizado, la estructural crisis bodeguera, un sector agroalimentario que ha tocado techo y la pesca en recesión.

Regreso a la playa de Bonanza. Un tobogán solitario se levanta sobre la arena con un fondo de barquitas y Doñana de horizonte. Hemos accedido por un callejón que custodian dos jóvenes mal encarados que observan en posición de vigilancia. Avanzamos hacia el puerto, en cuya entrada hay un amarillento panel que informa de la gloriosa historia. Se da cuenta de que de aquí salieron los barcos que conquistaron Guinea, Canarias, Melilla... Y un 20 de septiembre de 1518 partió Magallanes para dar la vuelta al mundo. Volvió tres años después Juan Sebastián Elcano comandando a los supervivientes. En dos años habrá conmemoraciones.

500 años después hay unas cuantas decenas de barcos de arrastre a la espera de que lleguen los almejeros para decorar la postal. Se recogen en la lonja los restos de la subasta que, nos dicen, no ha estado muy animada porque si ayer los boquerones se vendieron a nueve euros hoy estuvieron a 20. Es apasionante este Wall Street del pescado. La tarea ahora está en las redes, donde se celebra un debate sobre el estado de la nación entre unos cuantos rederos: "Dos Francos en cada esquina es lo que hacía falta". "Pero si los que se llevan los millones son los mismos que se lo llevaban con Franco". "No digas tonterías, ésos están muertos". "Pero los mismos perros son". "Yo lo que sé es que si gano 50, ellos se llevan 52..." Ajeno a ello está Antonio, sobre su cojín, avanzando a culazos con sus herramientas, tejiendo. Lo lleva haciendo desde los ocho años. "Ahora los jóvenes no quieren este trabajo. Nos vamos a jubilar los rederos y no quedará nadie para tejer las redes. Y esto no lo hace una máquina ni se aprende en un día. Seremos 16 o 17 que sabemos hacer esto y casi todos somos muy viejos". Sobre esta reflexión planea lo que podría valer para cualquier sector: formación. Ha oído eso de que Sanlúcar es la ciudad con más paro, pero no se lo cree. "En el muelle trabajo hay, otra cosa es que se quiera hacer". Es cierto que con su sueldo, que los meses buenos sale por unos 1.500 euros, tiene que echar una mano a sus hijas. Una es peluquera y curra pocos días al mes, pero su yerno trabaja en Astilleros, en Cádiz, y ahora han dicho que habrá tarea. Peor lo tiene su otra hija, que se casó con un pintor y ya se sabe la construcción.

Enfrente del puerto, monos de faena marinera cuelgan en la tienda de efectos navales como si fuera una pasarela. Un chaketón (así puesto) de pesca está a 12 euros. Oferta. Manolo está detrás del mostrador, de facciones jóvenes y larga barba cana como un mesías. No se puede quejar, dice, mientras siga habiendo barcos. Hace un somero análisis de la situación: "Hace años que no se construye. Industria apenas hay y comercio poca cosa. A los bares no les va mal, pero son para gente de fuera y ahí se trabaja mucho y se cobra poco. Aquí se vive bien si tienes trabajo y para los jóvenes no hay".

Paseando por la zona nos topamos con una peña con las paredes gobernadas por un submarino. La peña Club Deportivo Guadalquivir celebra la salida del Tritón. El Tritón era un submarino nuclear americano que en 1960, al estilo Magallanes, hizo la primera travesía por debajo del agua alrededor del mundo. Pura guerra fría. Recaló en Bonanza. Un acontecimiento de la época. Detrás de la barra Miguel. Sobre el paro no se extiende mucho, pese a que él es un parado: "No sé, yo no sé si hay mucho o poco. Sé que si pierdes el trabajo no encuentras otro ". "¿Dónde trabajabas?" Y Miguel menciona uno de los ejemplos que escuecen y explican cosas: "La Ibense". Cuando Miguel trabajaba en esta fábrica de helados había unos 300 trabajadores. Ahora hay muy pocos. "Quizá empezó a llevarlo gente que no sabía", apunta Miguel. La Ibense era la gran, casi única, industria de Sanlúcar ajena a los sectores tradicionales. Es una de las muchas empresas que se deslocalizó.

En Bonanza hay una corrala. Hay varias en Sanlúcar. Llaman corralas a promociones de viviendas que no se vendieron o no se entregaron. Llegaron familias, pegaron una patada a la puerta y las ocuparon. Todas andan en litigio. En la que entramos es pequeña. Sólo hay once familias en un bloque de color albero que se ofertó como dúplex que no eran dúplex. Regla, con su dos mellizos, que ahora están por los once años, es una de las habitantes. "Okupas", como se define ella. Enumera la situación de sus vecinos: sí, ella está separada, sí, y ella también, sí, y la de ahí también. Todas con niños. Regla, que habla de cómo se quedó sola porque su compañero se fue al trullo "por una mata de maría", lleva esperando meses a que se le acredite su condición de sanluqueña, ya que como su nombre indica es chipionera, para poder acceder a "trabajar las calles". Trabajar las calles consiste en poner aceras. Se puede ver a algunos a lo largo de la ciudad con chalecos reflectantes. Por un trabajo de dos meses se accede al desempleo. Mientras eso no llegue, Regla, 44 años, vive con 426 euros al mes, cada tres meses le dan un vale de cien euros para Las Dunas, el gran centro comercial, impropio de la que dicen que es la segunda ciudad más pobre de España. Quizá porque, según nos adentramos en la realidad, las estadísticas saben poco acerca de los lugares sobre los que hablan. Poco saben seguro de Regla, que deja los donuts de chocolate que acaba de comprar en el supermercado en la encimera. A ver quién define a esta mujer menuda que aparentemente es todo coraje y que exhibe en su salón un cuadro del Ché, "antes morir que vivir de rodillas", otro de la Virgen del Rocío y una porra tras la puerta por si alguien se le ocurre montar jarana de noche: "Que somos okupas, ¿encima vamos a montar fiestas?".

Saliendo de Bonanza, se enfila la carretera de La Algaida, zona de colonización. Aquí se repartieron mil hectáreas. A hectárea por cabeza. Estamos en plena temporada de zanahoria. Los tractores van de un lado a otro. Su destino, entre otros, es la Cooperativa Virgen del Rocío, donde trabajan en la temporada alta de recogida 150 sanluqueños, más otros 300 en la tierra, a lo que se suma el movimiento de camiones, los cartones, plásticos para invernaderos. Y etcétera.. En su lonja asoman inmensas calabazas que parecen cabezas de estatuas de dirigentes soviéticos. El trasiego es incesante. En la oficina está Manolo atendiendo teléfonos como un bróker. Es navarro. No se sorprende de la estadística. "En el norte hay muchísimos pueblos pequeños. Cada uno tiene su industria. ¿Y sabes lo que es la industria? Algo que genera trabajo indirecto. Una industria es algo que genera riqueza a su alrededor. Aquí no. El trabajo público no es industria, no multiplica".

Esta cooperativa es la segunda empresa de la ciudad, detrás de la bodega Barbadillo, la joya de la corona de Sanlúcar con su vino blanco que ha sido el mayor hallazgo del Marco de Jerez en décadas. Pero Barbadillo es una excepción. La cooperativa Virgen del Rocío está formada por 400 socios, herederos de los primeros colonos, como Marcos, su gerente. Marcos está preocupado. La temporada ha sido horrible y tienen que mandar cientos de toneladas de zanahorias a Alemania. "Con una hectárea de terreno que es arena de playa se vive regular, aunque el agricultor hace cuentas de cinco en cinco años. Si hubiera que hacerla con este año que hemos pasado tendríamos que cerrar el campo, pero la gente de aquí sabe sacar partido a la tierra".

Fernando Hermoso, de Casa Bigote, cree que aquí, en La Algaida, puede encontrarse parte de la explicación estadística. "Hay mucha gente que trabaja en el campo que no está contabilizada, pero es normal con unas reglas que penalizan al que trabaja y al que contrata. Eso también ocurría en la pesca, pero se pusieron serios a controlar y es más difícil escaparse de un barco que del campo", ironiza.

Para Marcos, el campo no puede dar más de lo que da. "Hemos alcanzado los topes de rendimiento". Ni siquiera es posible aumentar la planta transformadora porque a pesar de que contaban con un terreno de 7.000 metros cuadrados, el Ayuntamiento no ha dado facilidades. Marcos explica que uno de los secretos del éxito de la cooperativa está en la cercanía entre la tierra y la industria. No parece entenderlo el Ayuntamiento. Y es que en La Algaida no están demasiado contentos con el Ayuntamiento.

Porque, para resumir, la verdadera industria de Sanlúcar es la hostelería. No el turismo, que Sanlúcar tiene pocos hoteles que, en algunos casos, cierran en temporada baja. La hostelería. Hermoso asegura que "aquí viene gente durante todo el año". Pero Hermoso entiende que un solo sector no puede sostener una ciudad de más de 60.000 habitantes.

Estarían también las bodegas y su universal manzanilla. Una metáfora nos asalta a la salida. Es un inmenso hipermercado que se anuncia con un sonriente chino hablando por un móvil. Entramos y nos perdemos en las estanterías donde se oferta de todo a precio asiático. Miramos hacia arriba para admirar la arquitectura. Estamos en un gigantesco casco bodeguero. Esto fue una bodega.

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