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Andalucía

La lección de OTTAR

  • Un concejal de Reykjavik explica cómo tras el colapso nació un revolucionario modo de participación ciudadana en el ámbito local a través de redes sociales

No hay encuentro internacional, nacional o vecinal en el que no se reúna a un grupo de expertos para que aporten ideas que combatan la maldición alienígena, la crisis. No podía ser menos la cumbre de municipios europeos que se celebra en el Palacio de Congresos.

Había una notable diferencia en la mesa destinada a tal fin entre el representante español y el islandés. El español era un probo burócrata, gris y amable, con un discurso monocorde que trajo de cabeza a los traductores con su continuo uso de neologismos que no son palabras españolas ni de ningún idioma. El islandés lucía melena nórdica descuidada, traje de pana y discurso alegre. ¿En quién confiaría usted más, ya que el diagnóstico del debate nos llevó a la falta de confianza de la ciudadanía en la política? Los españoles nos hemos puesto en manos de los tonos grises; los islandeses, al parecer, confían más en los tonos alegres. Ahora, sus discursos.

El representante español era el secretario general de Estudios y Financiación de las Entidades Locales, Gabriel Hurtado, que hizo un diagnóstico de lo que nos había sucedido. Más o menos lo que ya conocemos: caída de los ingresos de las entidades locales; ajuste retardado y precipitado aflorando déficit oculto; desbarajuste de nuestro nivel intermedio de administración, las autonomías, que se desentendía de competencias que asumían los ayuntamientos pero sin financiarlas, etc, etc. ¿Soluciones? "Ir a las buenas prácticas fiscales con figuras tributarias estructurales no vinculadas al flujo económico que puede crear desórdenes en tesorería". Para él, "lo mejor de todo es que ya hemos hecho un diagnóstico". Es decir, nada de filosofía, nada de política en el mejor sentido de la palabra. La solución: recaudar mejor. Ningún componente ni sociológico ni emocional. Tributación controlada y costumbres aseadas.

"La gente ve a los políticos como robots", dijo Ottar Olafur Proppé, librero y músico, concejal de Rejkyavik por The Best Party, un partido surgido tras el colapso financiero de 2008 en Islandia y el posterior estupor ciudadano. El colapso y el estupor, perfectamente reflejado en el documental Inside job, de Charles Ferguson, o en Huy!, John Lanchester, el mejor tratado del cataplás para neófitos, consistió en que los islandeses, un buen día, fueron al cajero y no había dinero. No es que ellos no tuvieran dinero: no lo tenía el banco. Los islandeses, gente confiada, despertaron y el parque de atracciones ya no existía. "Un grupo de artistas formamos un partido. La confianza en los políticos y en los bancos había descendido a cero, así que decidimos presentarnos a las elecciones con buen humor, intentando levantar el ánimo, diciendo que no cumpliríamos ninguna de nuestra promesas y con muchas bromas. Para nuestra sorpresa, ganamos". No se sabe muy bien cómo, pero estos novatos han logrado que Islandia, usando el habitual lugar común, entre en la senda del crecimiento.

Hurtado y Ottar Olafur estaban acompañados en la mesa por munícipes de Manchester, un pequeño pueblo de Finlandia 250 kilómetros al norte de Helsinki y el alcalde de Atenas, en un estado de shock político inconsolable. Todos ellos coincidieron en que si la gente no cree en los políticos -y la gente no cree en los políticos- era imposible salir del bucle. Que sí, que se saldría porque siempre ha habido crisis y siempre se ha salido (de algunas de ellas con sangre, sudor y lágrimas. Y no en sentido figurado).

Participación, decían todos, aunque el alcalde de Atenas, Yorgos Kaminis, matizaba que a ver qué participación cuando "en mi país no nos comprendemos a nosotros mismos, hemos llegado a la creencia de que todo lo que njecesitamos viene del municipio y los municipios en Grecia han perdido un 60% del dinero que percibían. Lo de Grecia se acerca a una crisis humanitaria".

Habló Ottar Proppé con modestia: "No lo sé, no sé cómo podemos salir de esto. Nuestro partido el único legado que dejará es que cualquier persona puede liderar un país, para bien o para mal. Nosotros hemos iniciado formas de participación, pero muchos se siguen sintiendo excluidos". The Best Party, en cualquier caso, sí ha hecho algo en Reykjavik. Encargaron a una empresa local que diseñara un programa que permitiera la participación más sencilla a los ciudadanos a través de internet. Consistía en una tormenta de ideas de toda la ciudad, no de un grupo indirecto de elegidos. Se seleccionan cada mes diez, escogidas por los propios ciudadanos. El Ayuntamiento tiene la obligación de llevar esas ideas, "por estrafalarias que sean, se refieran a lo que sea", a los comités políticos, donde hay una representación proporcional de género. Estudian pros y contras, viabilidades e inviabilidades y esas ideas regresan a la Red donde vuelven a ser los ciudadanos los que apuestan "por que hagamos esto o lo otro. Parece que está teniendo éxito -valoró Olafur-, aunque es inevitable que muchos se sientan alejados".

A los pocos españoles que seguían el panel, The Best Party les sonó al modo de articulación que el 15-M nunca supo encauzar.

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