Opinión

Qué solo se queda Don Manuel

“El 20 de abril de 1992, yo estaba en Marruecos. Nunca me llegó la invitación para asistir a la inauguración de la Expo”. Así se dolía Manuel Olivencia, don Manuel Olivencia, la tarde en que se abrió de par en par para inaugurar ‘Sevillanos gran reserva’, un serial que se publicó en estos papeles cuando estaba a punto de llegar la primavera de hace dieciséis años. Y ahora, cuando nos llega la triste noticia de su muerte, resuenan esas palabras con fuerza redoblada y con la sensación de cómo la vida tiene la poca vergüenza de maltratar a uno de sus seres más preclaros.

Se ha ido don Manuel y se queda huérfano de su amistad otro don Manuel. En el pasado mes de mayo, Olivencia recibía el premio Manuel Clavero que otorga esta casa. Fue una noche mágica en el Patio de la Montería, pues en ella revoloteó el duende de la excelencia a la hora del lubricán. Aquella noche abrió el acto José Luis Ballester, discípulo predilecto de ambos, y se rompió el homenajeado en su discurso cuando entró en el recuerdo de Luis, ese hijo muerto en el que tenía puestas todas sus complacencias,

La primera vez que hablé con Olivencia fue en la arcaica redacción de Diario 16 y ya aquel día nos dictó una lección de economía práctica. “Don Juan de la Rosa, fundador de la Caja de Ronda, pregonaba que lo principal es coger la guita de una vez y soltarla poco a poco”. Rondeño de cuna, se crió en Ceuta y llegó a Sevilla en 1946 para estudiar Derecho en aquella casona de Laraña bajo las enseñanzas de un claustro excepcional.

Y ya no se fue de Sevilla, salvo para sus estancias en Bolonia y Munich, donde conoció a su esposa, Hannelore Brugger.

Comisario regio para la Expo desde noviembre de 1984, el 19 de julio de 1991 fue abruptamente destituido. “Poco faltó para que coincidiese con otro 18 de julio”, bromeaba don Manuel recordando aquel enorme desencuentro con su discípulo Felipe González. La vida de don Manuel, padre de la Ley Concursal, discurría de su casa de la Palmera a su despacho en la Plaza Nueva. “Creo que nuestra vecindad con el campo del Betis fue clave para el acendrado beticismo de Luis y de Daniel, mis hijos. Y sus discusiones con el sevillista Javier Arenas, mi yerno, suelen ser muy divertidas”.Rondeño de nacimiento, ceutí y sevillano al mismo tiempo, Olivencia se confesaba más de Feria que de Semana Santa, aunque era hermano de los Estudiantes y honorario de la Esperanza de Triana por influencia de su gran amigo Antonio Ordóñez. “No he visto torear a nadie como Antonio. Él me decía profesor y yo a él maestro, teniendo en cuenta que maestro es un grado superior a profesor”.

Cuando el 8 de abril de 2014 falleció su hijo Luis, don Manuel empezó a morir poco a poco hasta que no ha podido más, hasta ese día de su onomástica, sólo siete meses y medio después de que nos emocionara con unas palabras que nos llegaron al alma una noche, en que al lubricán, revoloteó el duende por el Patio de la Montería. Qué solo se queda Manuel Clavero, el otro Don Manuel por excelencia de la abogacía sevillana. 

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