Un encuentro venturoso entre la geometría y el paisaje. Así cabría resumir los cuadros de Rogelio Rodríguez (Málaga, 1960) expuestos en la galería Carmen Aranguren Fine Art. El adjetivo, venturoso, lo empleo de entrada por el placer que proporciona el color, rasgo importante en la obra del autor. Pero todo resumen, por ser simplificador, puede perjudicar a la obra. Paso, pues, al análisis.
Es posible diferenciar estos cuadros, según qué elementos prioriza el autor. Un primer grupo de obras trazan una clara oposición entre paisaje y formas geométricas, más el plano que el volumen. Así ocurre por ejemplo en Fábrica. A primera vista se antojan potentes volúmenes de una factoría desierta en un paisaje también desierto. Pero la mirada más serena descubre que son, casi exclusivamente, planos levantados sobre otro plano horizontal, todos elaborados con cuidada perspectiva. Esta construcción contrasta con la corona de nubes grises que sirve de contrapunto orgánico a la exacta formación geométrica. Algo parecido ocurre en Horizontal, una obra donde tiene mayor protagonismo el color. La luz, muy matizada en la obra anterior, cobra en esta mayor fuerza. Horizontal parece al principio una arquitectura futurista al borde de un lago, pero tal descripción yerra: son planos dispuestos con una sabiduría que despierta la invención del espectador. Planos exactos, ocres, blancos, verde muy claro, sobre otro verde más oscuro que se prolonga en otro azul. Todo ello contrasta con otros planos, los ondulados del fondo, que pueden leerse como montañas y se prolongan en los blancos y azules del cielo.
Un segundo grupo de obras, Viaducto, Casa roja y Vigía, con la misma oposición entre geometría y paisaje, dan mayor protagonismo al volumen, y la construcción es más atrevida. En Viaducto, el paisaje se forma con volúmenes más elaborados, modelados con el color y la luz, por lo que es mayor el contraste con la exactitud del viaducto. Tal vez haya una nota común entre esas formas: las curvas. Las de cerros y lomas, y la que dibuja de modo sutil el propio viaducto. La buena administración de tintas complementarias, rojas y verdes, redondean el cuadro. Algo parecido ocurre en el color de Casa roja. También aquí se fuerza la perspectiva, con un bajo punto de vista, mientras las, digamos, rocas, que bordean el alto donde se asienta la casa, tienen notoria carga geométrica. La casa, finalmente, al filo de un supuesto precipicio, acerca a la obra a la pintura metafísica. Esta característica está, en verdad, presente en casi todas las obras por la ascética soledad que las invade. Todos los rasgos señalados también están en Vigía: rocas convertidas en prismas y sobre ellas una construcción, entre el prisma y el tronco de pirámide, cuyo interior, vacío y recortado por la luz, la convierten en metáfora de la mirada.
Diferentes de los grupos ya reseñados son los que podríamos llamar propiamente paisajes. A destacar, Observatorio, Mirador y Torre en ruinas. No llegan a ser vistas al uso porque tienen cierto aire de prototipo. Mirador, con un punto de vista muy bajo, hace pensar en los Faros de Edward Hopper, aunque aquí la construcción es mucho más rigurosa. La figura tiene la fuerza poética de la inversión: la mirada que asciende hacia la casa y la torre parece desear o al menos, imaginar, la vista que se disfruta desde arriba. Observatorio (el título se debe quizá a la cúpula que corona el edificio) tiene el atractivo de la gran casa que pese a su tamaño queda superada por la escala de la naturaleza que la rodea y al mostrarse a lo lejos, tiene algo de aparición. Torre en ruinas, finalmente, recupera el legado romántico: por las nubes de tormenta y sobre todo porque la torre, aunque trabajada en clave geométrica, evoca de algún modo a una figura que en el interior de cuadro mira a la naturaleza. Tal vez puedan resumirse estos cuadros diciendo que son paisajes que devuelven la mirada más que exponerse sencillamente a ella.
Por último, los interiores. Especialmente, Perspectiva I y Perspectiva II. El primero hace de inmediato pensar en la Última Cena de Da Vinci, aunque aquí el espacio es más profundo, la cadencia visual más rápida y mayor el desvío del punto de fuga. Los sucesivos planos verticales sujetan, por así decir, la mirada, y ponen en el cuadro cálidos sienas frente a la gama de grises del conjunto. Perspectiva II, al rigor en el trazado (análogo al anterior) añade el atractivo de los volúmenes que se suceden en profundidad: hacen presente la luz y por su vigor, recuerdan a esculturas.
La muestra tiene interés. Visual y poético. Atractivo visual por ser una pintura, técnicamente correcta, de alguien que conoce bien la tradición pictórica y la administra con criterio propio. Fuerza poética porque los cuadros compensan a la mirada, sí, pero a la vez despiertan la fantasía.
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