Hefesto es el dios griego de la fragua, patrón pagano de los herreros, los artesanos y los escultores. En el contexto de los poemas homéricos, este era descrito como el causante de las technai, lo que podríamos traducir como las "técnicas" o "habilidades", pero serían los seres humanos los encargados de elevar la fabricación material a sus cotas más altas gracias a su inteligencia y pericia. Frente a la producción técnica, la filosofía griega situaría a la physis, es decir, la naturaleza y su carácter orgánico, independiente y ajena del hacer humano, de cualquier diseño preestablecido.
Visitando la nueva exposición del pintor sevillano Patricio Cabrera (Gines, 1958) en el CAC Málaga, El labrador y el astronauta, no he podido evitar pensar en este juego de antónimos que ha articulado las bases del conocimiento occidental, y que se traduce casi literalmente en sus lienzos. Esta muestra, compuesta por 65 obras entre óleos, témperas y dibujos, nos habla de un imaginario sentimental que habita en paisajes medio ensoñados, horizontes donde se conjuga la creación humana y la natural.
Cabrera es, efectivamente, un conocedor de las technai pues es pintor, y, además, hace en sus obras referencia a elementos propios del pensamiento técnico y matemático como, por ejemplo, la geometría o el boceto arquitectónico. Estas imágenes, referentes a la inteligencia humana, se combinan en una atmósfera surrealista con otras que nos hablan del mundo natural: lo vegetal, lo animal y lo geográfico. Ocurre, por ejemplo, en Hypnos en el jardín (2021), un lienzo de grandes dimensiones en el que el artista despliega un paisaje ajardinado donde combina diversos modelos botánicos, una especie de armazón arquitectónico y un pequeño idolillo que representa a Hypnos. Este diálogo etéreo podría hacer alusión a un todo cultural, pues la naturaleza es la base sobre la que se construyen nuestros relatos religiosos y avances técnicos, en definitiva, los cimientos de los que emerge la historia de nuestra civilización.
Este enfoque híbrido, entre lo que somos capaces de producir y aquello que jamás podremos controlar (la fuerza de la naturaleza), así como el ansia de aprehender el mundo que habitamos ya estaban presentes en la infancia del pintor, concretamente, en los libros de plantas y flores exóticas que su padre le regalaba. Por aquel entonces, Cabrera se maravillaba observando las esmeradas ilustraciones botánicas, fascinación que en su madurez lo condujo a visitar Brasil donde, finalmente, pudo experimentar aquellas formas y colores tan singulares.
Con todo ello y transcurridos algunos años, el pintor ha hecho germinar cinco grandes flores que ocupan la sala central del CAC y en las que interpreta, desde una visión muy particular, aquellas antiguas láminas que iluminarían su mirada. Lo ha hecho, como explicaba anteriormente, haciendo un guiño a la tecnología: las imágenes florales son compuestas por unidades mínimas de representación, un conjunto de píxeles que nos hablan de un ámbito apegado a la virtualidad (nos podría recordar a juegos de lógica como Tetris) y que dialogan con la figuración más tradicional y detallada de las estampas científicas. Estas piezas no tienen, por desgracia, la fuerza metafísica de paisajes como Vista del mar en Tiscamanita o Priapo fecundando el mar (ambas de 2021), un ámbito en el que Cabrera resulta más convincente.
La exposición cierra, como no podría ser de otra manera, con el objeto primitivo que consigue conciliar techné y physis: la cabaña. Cabría citar en este sentido un texto fundamental, el del abad Marc-Antoine Laugier, quien en su Ensayo sobre la arquitectura (1755) explicaba cómo la creación de la "casa del hombre primitivo" apareció instintivamente por la necesidad de protección ante la hostilidad de la naturaleza.
Paradójicamente, este tomó la propia materia natural para construir su refugio. En obras como Cabaña con palitos (2018) o Flor de bananera (2017), protagonizadas por estructuras de chozas sencillas, se puede entrever la filosofía de Laugier y sus palabras: "Algunas ramas abatidas en el bosque son los materiales adecuados para su propósito. (…)".
El labrador y el astronauta es un título que parece responder a dos puntos de vista presentes en esta exposición: quien mira el paisaje a ras de suelo y quien lo observa desde arriba. Sin embargo, podría también hacer alusión a ese instinto que nos empuja a inventar y desarrollar nuevos instrumentos, desde el almocafre con el que el agricultor siembra la tierra, hasta los microchips que nos permiten realizar viajes espaciales… Y todo ello para ser bendecidos por el milagro de la naturaleza, el asombroso florecimiento de un brote en la tierra o la contemplación de planetas y estrellas.
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