Arquitectura

Sáenz de Oíza, la mirada inconformista

  • Una exposición en el Museo ICO reivindica a los 20 años de su muerte al arquitecto, artista y profesor que proyectó las Torres Blancas de Madrid y Torre Triana en Sevilla 

Sáenz de Oíza en su casa de Mallorca.

Sáenz de Oíza en su casa de Mallorca. / Colección particular

"Mi padre recordaba de su infancia en Sevilla aquella imagen alegre, las chicas de servicio coqueteando con los marineros junto al río. Echaba de menos aquel Guadalquivir vivo y tener un edificio con fondo de río le parecía una oportunidad muy bonita que no quiso desaprovechar. Puso mucha ilusión y esfuerzo en el proyecto de Torre Triana". Así recuerda el también arquitecto Javier Sáenz Guerra a su padre, el arquitecto, pintor, profesor y Premio Príncipe de Asturias de las Artes Francisco Javier Sáenz de Oíza (Cáseda, Navarra, 1918-Madrid, 2000), fallecido un 18 de julio hace ahora 20 años. Fue uno de los arquitectos más icónicos del siglo XX y, además de la Torre Triana -actual sede de las consejerías de Educación y Hacienda de la Junta de Andalucía-, su obra se asocia a edificios tan singulares como la Torre del Banco de Bilbao en el madrileño barrio financiero de Azca, el Palacio de Festivales de Santander, el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas (CAAM) o las Torres Blancas de Madrid, tal vez su obra más apreciada actualmente. Un legado que explora hasta el 23 de agosto en Madrid el Museo ICO mediante la exposición Sáenz de Oíza. Artes y Oficios, de la que son comisarios Javier, Marisa y Vicente Sáenz Guerra -de los siete hijos que tuvo el matrimonio, cuatro son arquitectos-. La muestra recorre su obra y su vida a través de más de 400 bocetos, planos y dibujos (el 70% son obras inéditas pertenecientes al archivo familiar), pero también indaga en su colaboración y amistad con otros grandes creadores de la época como Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Antonio López, Lucio Muñoz o Pablo Palazuelo.

Oíza fue profesor universitario y un artista muy polifacético al que su compañero y amigo Rafael Moneo describió como "una persona muy autocrítica y con un altísimo nivel de exigencia". Para su hijo Javier Sáenz, que atiende a este medio por teléfono, esta exposición permite refrescar la visión que tenemos de su obra, al margen de las efemérides. "Las imágenes cambian pero las ideas permanecen y de vez en cuando conviene refrescar los conceptos, sobre todo como defensa de las ideas. Y dos ideas que se aprecian mucho en su trabajo son la libertad y la colaboración con otros artistas". Su trabajo junto a Eduardo Chillida, Jorge Oteiza y Lucio Muñoz en la Basílica de Aránzazu en Oñate dio como resultado una obra clave en la renovación del lenguaje religioso en la España de 1950 y protagoniza la sección más intimista de la exposición, El oficio del alma, sobre la vertiente espiritual del arquitecto.

Torre Triana, en la Isla de la Cartuja. Torre Triana, en la Isla de la Cartuja.

Torre Triana, en la Isla de la Cartuja. / Juan Carlos Muñoz

Sáenz de Oíza vivió hasta los 16 años en Sevilla, estudió con los Escolapios y acabó heredando la profesión de su padre, que era arquitecto del catastro. "Siempre tuvo un recuerdo luminoso de la capital andaluza. Y por eso, cuando fue jurado de los pabellones de la Expo 92 y tuvo que viajar mucho a esta ciudad, recibir aquel encargo le llenó de alegría. El cilindro es una forma que no tiene dirección y por eso Torre Triana es un cilindro ubicado en un sitio donde no había entonces trama urbana y que se asociaba a la corta del río. Él lo llamaba a veces Torre Adriana como homenaje a Adriano y al pasado romano de Sevilla; admiraba el carácter multicultural de la ciudad. Este encargo le permitía además reflexionar sobre la impronta geométrica del mundo hispanoárabe y las ruinas antiguas, que le interesaban mucho al igual que a su admirado Louis I. Kahn". Son otros vínculos de Torre Triana, que como es conocido se inspira en el Castel Sant'Angelo de Roma.

Cuando a Javier Sáenz se le comenta que no todos son elogios a Torre Triana, su respuesta es contundente: "Es interesante ver cómo la sociedad se queja de edificios interesantes y en cambio no se queja de toda la basura que vemos construida en el litoral ni de muchas otras cosas. Por eso cuando se quejan de un edificio es buen síntoma, habla bien de él".

Le Corbusier fue siempre el arquitecto favorito de Sáenz de Oíza y uno de los proyectos donde se aprecia mejor esa admiración es en una arquitectura muy ligada al tratamiento del hormigón -y asociada al brutalismo- que cristalizó en los años 60 en una idea de ciudad vertical en el camino al aeropuerto de Madrid que era diferente y chocaba con todo lo establecido: las Torres Blancas.

Esculturas de los apóstoles de Jorge Oteiza en la fachada de Aránzazu. / JESÚS HERRERO MARCOS Esculturas de los apóstoles de Jorge Oteiza en la fachada de Aránzazu. / JESÚS HERRERO MARCOS

Esculturas de los apóstoles de Jorge Oteiza en la fachada de Aránzazu. / JESÚS HERRERO MARCOS

Hoy esa arquitectura que se hizo en una España aislada y a la que apenas llegaban publicaciones alemanas e italianas es muy apreciada. "A partir de 1975 comienza a descubrirse internacionalmente esa arquitectura española que todavía interesa mucho, realizada por una generación de jóvenes que tenían pocos libros y poca información pero realizaron trabajos de enorme valía, como ocurre también en Sevilla con los Recasens, que enlazan con cierta arquitectura italiana, con Rafael de la Hoz en Córdoba, que empezó a tener peso internacional con sus primeras viviendas, con los poblados dirigidos de José Luis Fermández del Amo, con Miguel Fisac y Alejandro de la Sota".

Detalle de la Torre Banco de Bilbao. Detalle de la Torre Banco de Bilbao.

Detalle de la Torre Banco de Bilbao. / Miguel de Guzmán

La obra de Oíza, ecléctica y tamizada por el humanismo, se aleja asimismo de lo que hoy asociamos a los "arquitectos estrella". Así lo aprecian también sus hijos, que destacan "cómo recuperó la dimensión poética de la arquitectura sin dejar atrás la técnica". Además de Le Corbusier, le influyó mucho Frank Lloyd Wright, cuya obra conoció en Estados Unidos cuando fue allí a estudiar con una beca. "Había nacido en un pueblo navarro muy pobre, conoció también las carencias en Sevilla y luego la dureza de la guerra, cuando falleció su padre. Al llegar a Estados Unidos se encontró con un país optimista que había ganado la Segunda Guerra Mundial, donde todo funcionaba bien -desde los barcos de acero a los tranvías- y en el que las puertas encajaban y cerraban. Así que cuando volvió, lo de España le pareció espeluznante y decía, bromeando, que se hizo profesor de Instalación para que las cosas funcionaran mejor en este país", recuerda Javier Sáenz.

Una asociación capital en su vida fue la que mantuvo con los Huarte, mecenas cuya constructora le encargó algunas de sus obras emblemáticas, comenzando por el proyecto de apartamentos de verano de Ciudad Blanca de Alcudia en Mallorca y el diseño de la imagen de la empresa de muebles del grupo familiar, H Muebles. "Juan Huarte y mi padre habían nacido en Navarra donde, como ocurre en Andalucía, la gente de los pueblos estaba muy unida. Huarte tenía mucha intuición para el arte, aplicaba parte de los muchos beneficios que tenía la empresa al mecenazgo y apoyaba a jóvenes que no le interesaban a nadie, les daba becas, les ponía un taller... Así promocionó las carreras de artistas tan importantes como el compositor Luis de Pablo o el escritor Camilo José Cela. Y en el proyecto de Torres Blancas también debió perder dinero porque su construcción duró casi 10 años, lo que para un promotor inmobiliario es mucho tiempo, pero tenía mucha sintonía con Oíza y le permitió una gran libertad. Huarte dejaba que los artistas hicieran lo que quisieran".

Imagen de archivo de las Torres Blancas de Madrid. Imagen de archivo de las Torres Blancas de Madrid.

Imagen de archivo de las Torres Blancas de Madrid.

Con todo, el encargo más importante que Juan Huarte le hizo a Oíza fue su propia casa. "Mi padre comentaba entre risas: 'Fíjate si era listo Huarte que me puso unas pruebas tremendas para poder encargarme su casa'. Él, a quien le gustaba la arquitectura por encima de todo, creía que lo más hermoso es construirle la casa a una persona que pone toda su confianza en ti para que le hagas una vivienda bonita. Aunque estoy seguro de que la enseñanza también le apasionaba y por eso, cuando se jubiló, la distancia de las aulas le provocó una cierta crisis personal. Tenía una gran veta docente y le gustaba el contacto con la gente joven; se sentía muy orgulloso de sus discípulos al igual que siempre mostró gratitud por los maestros de los que había aprendido".

Además de Torres Blancas (1961-1969), junto a la Avenida de América, el otro emblema de su producción es la Torre del Banco de Bilbao pero probablemente su padre, considera Javier Sáenz, prefirió el primero. "Hizo Torres Blancas de joven, con ilusión y libertad, sin esas normativas, plazos y precios que han ido complicando y endureciendo el trabajo y haciendo que la arquitectura sea secundaria frente a tantos requerimientos de tipo técnico. Realizó cientos de bocetos para Torres Blancas, de los cuales hemos incluido varios en esta exposición. Sin embargo, para él, la mejor arquitectura es la que no se ha hecho y por eso idealizaba su proyecto de una capilla para el Camino de Santiago, que le valió en 1954 el Premio Nacional de Arquitectura. Lo realizó para un concurso junto con Oteiza y su amigo José Luis Romany, compañero suyo que tiene ahora 99 años y es el único superviviente de esa época".

Casa Durana, interior. Casa Durana, interior.

Casa Durana, interior. / Alberto Schommer

Autor también del Palacio de Festivales de Santander, quizá sea en el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) donde se aprecie mejor su alabado humanismo: una intervención en una casa-patio muy cercana a la Catedral de Las Palmas, en un barrio protegido. "Ocupó el espacio vacío de una casa privada con un cucurucho de vidrio que hace que el edificio llame la atención. Es muy blanco, íntimo, muy respetuoso por fuera por estar al lado del templo mayor de la ciudad y muy vanguardista por dentro. Ese equilibrio entre el respeto, la libertad y un mundo propio lo hace muy interesante. Además, desde la cafetería de las terrazas puedes ver la catedral y el mar. A él le gustaba mucho subir allí y siempre que lo hacía citaba a Gastón Bachelard, autor de uno de sus libros de cabecera, La poética del espacio: que la escalera que uno se imagina hacia el desván es siempre hacia arriba. Y sí, la escalera del CAAM te lleva arriba a un sitio para ver más lejos. Tener horizontes y perspectivas en la vida, ver con libertad: eso era para él lo fundamental", concluye su hijo.

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